Aniversario Guadalupano: festejo del encuentro

La Virgen de Guadalupe es la máxima expresión religiosa en nuestro país a quien amamos, veneramos y seguimos como ejemplo de madre.



El corazón de la fe mexicana ha sido guiada e inspirada por el cobijo de Santa María de Guadalupe. Somos un pueblo amado, que, a pesar de sus más complejas situaciones de riesgo y dolor, abandona su espíritu en quien es “la Madre del Verdadero Dios por quien se vive”.

Celebrar un año más a la Virgen de Guadalupe nos debe situar, es decir, como a san Juan Diego, nos debe hacer recorrer el camino para el encuentro y en ese trayecto mirar la necesidad del otro.

No podemos quedarnos en los festejos externos, que son parte de la vida alegre de México, porque la pregunta es ¿qué sigue después de festejar? Si todo sigue igual, nada tiene sentido. ¿Después de este 12 de diciembre en qué cambiamos, a quién fuimos a encontrar?

La presencia maternal de María de Guadalupe nos debe hacer mirar todo con ojos de fe, así como ella vio en nuestro pueblo una semilla del Verbo, así también nosotros hoy necesitamos confrontar nuestra conciencia con la realidad y hacer resurgir miradas en donde permanecen muchos ojos cerrados.

La situación de pobreza (material y espiritual) de nuestra gente es un llamado férreo a salir. Ya lo ha mencionado el documento de Aparecida “somos Iglesia en salida”. Y la Virgen María es ícono de esta expresión. Encuentro con su prima Isabel, encuentro con el Crucificado, encuentro con México y otras muchas naciones. Encuentro con cada uno de nosotros en lo más profundo de nuestro ser.

María de Guadalupe camina para encontrarnos, así como caminó al Tepeyac para acompañar a Juan Diego, sigue caminando por el mundo, pues como afirmaría el papa Francisco “…cuando por medio de una imagen o estampita, de una vela o de una medalla, de un rosario o Ave María, entra en una casa, en la celda de una cárcel, en un hospital, en un asilo de ancianos, en una escuela, en una clínica de rehabilitación… para decir: «¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?» (Nican Mopohua, 119).

Ella más que nadie sabía de cercanías. Es mujer que camina con delicadeza y ternura de madre, se hace hospedar en la vida familiar, desata uno que otro nudo de los tantos entuertos que logramos generar, y nos enseña a permanecer de pie en medio de las tormentas.
En la escuela de María aprendemos a estar en camino para llegar allí donde tenemos que estar: al pie y de pie ante tantas vidas que han perdido o le han robado la esperanza.

En la escuela de María aprendemos a caminar las calles y la ciudad no con zapatillas de soluciones mágicas, respuestas instantáneas y efectos inmediatos; no a fuerza de promesas fantásticas de un seudo progreso que, poco a poco, lo único que logra es usurpar identidades culturales y familiares, y vaciar de ese tejido vital que ha sostenido a nuestros pueblos, y esto con la intención pretenciosa de establecer un pensamiento único y uniforme.

En la escuela de María aprendemos a caminar la ciudad y nos nutrimos el corazón con la riqueza multicultural que habita nuestro país, toda América; cuando somos capaces de escuchar ese corazón recóndito que palpita en nuestros pueblos y que custodia –como un fueguito bajo aparentes cenizas– el sentido de Dios y de su trascendencia, la sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de la solidaridad, la alegría del arte del buen vivir y la capacidad de ser feliz y hacer fiesta sin condiciones.

Santa María de Guadalupe, Reina de México: salva nuestra patria y aumenta nuestra fe.

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