Conozco a personas que llevan un diario personal, y acepto que yo nunca lo he hecho. Es por ello que al encontrarme con un artículo en la revista del País que afirma que es un hábito muy saludable el hacerlo, me interesó de inmediato.
Poner por escrito lo que nos sucede cotidianamente ayuda a liberar el estrés, gestionar las emociones y a vaciar la mente de pensamientos intrusivos.
La clave es abrirnos a lo que ocurre en nuestro interior y en anotarlo con honestidad, algo que no es fácil, ya que tendemos a mentirnos más a nosotros que a los demás.
Se da una especie de diálogo propio, que no pretende justificar lo que hicimos, sino expresar nuestras experiencias únicas, con las dudas y los errores de lo que decidimos ese día.
No importa que no tengas habilidad para escribir, puedes hacerlo en forma de listas, de frases, ideas sueltas, o hasta esquemas o dibujos.
Dicen los expertos que hay tantas versiones de diarios, como diaristas, pues el diario es un cajón de sastre en el que todo se vale. Bien afirmaba Sócrates: “Una vida sin examen no merece la pena ser vivida”.
Te invito y me invito a hacer la prueba: a tomar una pluma y un cuaderno y empezar cuanto antes.
Con este simple ejercicio podrás descubrir cosas nuevas sobre ti mismo, ideas que después se escapan, experiencias que fácilmente se olvidan, tus pensamientos, sentimientos y emociones.
Se dice que una de las cosas más difíciles es conocernos a nosotros mismos, y un diario honesto y constante puede ayudarnos enormemente.
En etapas cruciales de la vida, cuando se atraviesa un duelo, se afronta una enfermedad o se encara una crisis, el diario es una casa donde acudir en busca de luz, consuelo y calor.
Estar frente a una hoja en blanco nos obliga a pensar y a buscar las palabras adecuadas, a escribir lo importante, lo que nos gusta y aquello que dolió o molestó.
Escribir un diario nos hace tomar consciencia de que cada día somos diferentes, y que podemos ser mejores personas.
Diez minutos al día: ¡Vale la pena intentarlo!
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