No podía saberse

Sabíamos que lo del presidente no era la construcción de un país, el diseño de políticas públicas exitosas; sabíamos de su rencor, de sus odios, pero no teníamos idea de su enorme capacidad de destrucción.



De un tiempo a la fecha se tiene la práctica en redes sociales de culpar al votante de lo hecho por el presidente elegido. Esta crítica es relativamente nueva y adquirió cierto peso por la amplitud y alcance de las redes. Por ejemplo, ante la embestida gubernamental al CIDE, muchos malquerientes de López Obrador endilgaban a los entonces estudiantes o maestros de esa institución el haber votado por AMLO. “No podía saberse”, se les decía en tono de sorna o más bien de abierta mofa. Una cosa es la ingenuidad combinada con soberbia, que era marca de la casa de ese instituto, y otra que supieran que la debacle llegaría no solamente a su casa, sino a sus anhelos políticos, que todo lo que pensaron que el presidente haría, sería al revés.

El votante ejerce su derecho por variadas razones. En el caso de la elección de 2018, independientemente del voto duro, lo que viene siendo el chairo radical e intenso, se sumaron millones de votos blandos, que vendrían siendo o criptochairos o simplemente votantes hartos del PRIAN, que vieron en López Obrador no la posibilidad de un gran gobierno, sino la manera de terminar con un ciclo que les pareció nocivo y que no debía continuar. Creo que fueron los más. En su voto iba la intención de cambio, pero su responsabilidad hasta ahí llegaba; no fueron llevados a gobernar con el ganador. Quizá con el equipo que llamó el presidente empezó la desazón que nada más se ha ahondado. ¿Son responsables los votantes de AMLO del proceso de devastación que se ha llevado a cabo en el país los últimos tres años? De ninguna manera. El responsable es el presidente y su equipo.

Por supuesto que habrá dentro del chairismo radical quien vea al presidente como un simple reformista que no ha derribado los pilares de la pesadilla neoliberal. Pero también habrá quienes piensen que López Obrador les quedó a deber, como otros votantes con otros presidentes que les pasó lo mismo. La desilusión viene aparejada con el voto. No hay manera de cumplirle a todos lo que quieren o lo que esperan. La política para los ciudadanos se mueve siempre entre la esperanza y el desencanto. Así, los que pensaron que “el humanista” iba a meter al Ejército a los cuarteles se topan con que le entregó la mayoría del país a los militares. Y no, no podía saberse. Eso no lo imaginábamos ni los que hemos combatido a López Obrador por más de 20 años. Tampoco podía saberse que el presidente haría todos los días un ejercicio de aportaciones notables al compendio de los disparates de la política nacional, ni que acabaría con el sistema de salud o la energía renovable o con los fideicomisos para la ciencia… En fin, que el recuento del desastre es amplio. Culpar a los votantes no tiene sentido, es un despropósito. Todavía más cuando, hoy en día, se vota más en contra de algo que en favor de alguien.

Todo esto viene a cuento porque tampoco podía saberse que el presidente se sumaría a cualquier pleitecillo en redes sociales. Su aportación a los niveles de estupidez en la conversación pública es considerable. Así, hace un par de días mencionó que quienes hubieran votado por Calderón deberían pedir perdón, sobre todo si eran cristianos. De veras que no hay manera con este señor. No hay babosada a la que no se sume con entusiasmo. Sabíamos que lo suyo no era la construcción de un país, el diseño de políticas públicas exitosas; sabíamos de su rencor, de sus odios, pero no teníamos idea de su enorme capacidad de destrucción. Y no, no podía saberse.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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