Hacer lo que quieras

Hacer lo que uno quiere siempre ha sido costoso. En la adolescencia, en la casa familiar, cuando alguno de los progenitores te soltaba aquello de que “haz lo que quieras”, significaba claramente que las cosas no estaban bien, que en realidad no querían que hicieras lo que querías sino lo que tu padre o tu madre decía. Desde esas etapas de la vida se sabe que es muy difícil hacer lo que uno quiere.

En la escuela, desde iniciada la primaria, se le hace saber a uno que no se puede hacer lo que desees. Hay reglas, se te dice, y te enteras que hay castigos que pueden significar mucho para ti si pretendes hacer lo que quieres. Ya en la vida adulta la cosa se pone peor. Hay que obedecer las leyes en general, las normas en el trabajo, los elementos de convivencia social y una cantidad enorme de factores que te impiden hacer lo que quieras.

Mientras haces tu vida profesional sabes que para crecer no puedes hacer lo que quieras. De hecho, hay demasiados elementos que debes de seguir para que el trabajo salga como debe de salir y no como precisamente tú quieres. Los trabajos suelen ser una terrible muestra de que no puedes hacer lo que tú quieras ni siquiera si eso significa realizar un mejor trabajo o tener un mejor desempeño: hay patrones y modelos que seguir y no hacerlo tiene costos altísimos.

Para acabar con el mito de que se puede hacer lo que quieras, está la vida de pareja y la formación de una familia. En ambas situaciones uno renuncia a hacer lo que uno quiere pues hacerlo afecta a los demás. La vida en pareja, la vida en familia, lleva implícita la renuncia a ejercer la voluntad propia cada que uno quiere. No entenderlo lleva al fracaso y, en ocasiones, entenderlo también.

Como se ve, no es sencillo hacer lo que uno quiere. En política lo pueden hacer los dictadores y nada más. Incluso encuentran ciertos límites y contenciones a hacer absolutamente lo que quieran. Por eso llama la atención que la defensa de Luisa María Alcalde sobre los excesos, frivolidades y contradicciones de distinguidos miembros de su movimiento, sea la de que, si hacen las cosas con su propio dinero, pueden hacer lo que quieran. La verdad es que todos ya están grandes como para entender los primeros párrafos de este texto: no se puede hacer lo que uno quiere. Y en política, tampoco. Andy y la señora Beatriz representan a la familia del señor López Obrador y eso les guste o no, va a ser para el resto de su vida.

Andy tiene un cargo importante en la estructura de Morena y eso le impide hacer lo que quiere (o debiera impedírselo). La señora Gutiérrez Müller pude hacer chistes en sus tuits y sentirse muy simpática, pero es revisada con lupa por ser quien es. Podrá decir lo que quiere, vivir donde quiera, pero cada paso que da y cada vez que hace lo que quiere, eso tendrá un costo inevitable. Lo mismo aplica para Adán Augusto, para Monreal, para Gutiérrez Luna: son sujetos de escrutinio público y aunque queden sin castigo legal -porque ellos son los del poder-, siempre llevarán una sanción de tipo social que afectará su imagen, trastocará su vida por momentos y les hará pasar más malos momentos de los que se imaginan.

Que hagan lo que quieran -como al parecer lo hacen-, nada más no pidan que no les digan nada. En política todo tiene su costo hasta en los autoritarios. Como señalaron, serán señalados. Lo que vemos ahora es al búmeran de la política que viene de regreso.

* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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