El lambiscón

En uno de los actos más lambiscones y abyectos que hemos visto en este periodo de la llamada cuarta transformación, está el protagonizado por Marcelo Ebrard hace un par de días al inicio de su campaña. El lopezobradorismo ha sido pródigo en lacayismo y las demás formas de adulación. Se sabe: en el escenario del poder, el que se arrastra más también consigue cosas y a veces más que los demás. La adulación al poderoso es tan antigua como el poder mismo. Al propio Dios se le cantan alabanzas sin medida que, con ciertos matices, se repiten en los palacios de gobierno como el que habita López Obrador.

¿Qué buscaba Marcelo Ebrard al anunciar que nombraría titular de una nueva secretaría a un hijo del presidente? No lo sabemos. La especulación abunda al respecto, Ebrard tiene un perfil político muy completo. Es un hombre conocido por cierta circunspección en su comportamiento. Serio, formal, nunca dado al escándalo, con una vida privada discreta, a pesar del alto perfil de sus cargos. Por supuesto es mamón, pagado de sí mismo, arrogante, pero también es competente y talentoso políticamente. De las corcholatas participantes es el único que le ha competido directamente al presidente en el pasado y, según se dice, le ganó. Así pues, don Marcelo tenía todo para ser un candidato potente; de hecho, todo indica que es quien le puede competir en Morena a Claudia Sheinbaum. Por eso la pregunta surgió por todos lados: ¿qué necesidad tenía Ebrard de exhibirse como el peor de los arrastrados con el presidente?

En el incesante concurso de lambisconería que es la política, Marcelo alcanzó en una sola exhibición un destacadísimo lugar. Uno pensaba que el nivel que alcanzó Monreal al decir que prefería “ser nada” antes que contradecir al presidente era ya una pieza de mármol en la abyección pública, pero Marcelo, en su condición de precandidato a la Presidencia, llega y le da un codazo al proponer una secretaría que vigile el seguimiento al legado de López Obrador, cuyo titular sería uno de los hijos del expresidente.

¿Una manera de quedar bien con el presidente? ¿Una forma de decir yo soy cercano a la familia y me quieren mucho? ¿Una idea para inhabilitar políticamente al hijo grillo de AMLO? ¿Una táctica para difundir su absoluta confianza en que el presidente lo elegirá a él y que esa acción será recompensada en la familia? ¿Una variante de obediencia, de que no habrá desviaciones? ¿O simple y sencillamente la aceptación de que Marcelo no es eso que se pensaba del político profesional y simplemente es uno más de esos que saben que la cabeza gacha, el aplauso fuerte y la sonrisa congelada con el jefe son la manera de subir?

Por supuesto, el hijo del presidente contestó agradeciendo el gesto desde algún lugar en la finca Rocío. Habló de su padre como “el máximo referente” suyo y de Marcelo para acentuar el servilismo del excanciller, y dejó en claro que no apoya a nadie, aunque no sea cierto.

Bien decía Aristóteles: “Todos los aduladores son mercenarios y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”. Y en el lopezobradorismo la bajeza de espíritu ha sido una norma. Queda claro que Marcelo Ebrard es un lambiscón.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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