Dos mujeres

Al margen del sombrío resultado en términos políticos, sociales y militares de la votación en el Senado esta semana, me parece que hay algo muy destacable en términos de la oposición, del Poder Legislativo y de la dignidad política de quienes deben reflejar el ánimo ciudadano. Me refiero a dos discursos de dos mujeres, dos senadoras: Claudia Ruiz Massieu y Lilly Téllez.

No es casual que la defensa digna de lo que sucedía corriera a cargo de dos mujeres. Tiene tiempo que lo que brilla en política sucede provocado por mujeres. Dos partidos en crisis: el PRI y el PAN son salvados por senadoras que ponen por delante la enjundia, el amor propio, el coraje ciudadano, las ganas de decir las cosas de frente y los arrestos para cambiar. Se dice fácil; no lo es. Enfrente está un poder macho y envalentonado, ni más ni menos que con los militares. Amenazante, este poder que encabeza el Presidente ha deshecho carreras enteras, familias, reputaciones. Es un poder troglodita complicado de enfrentar. Lo hicieron ambas con entereza.

En el caso de Claudia Ruiz Massieu, por su núcleo familiar, por su trayectoria política, estaba en una encrucijada de la que no era fácil salir. Expresidenta de su partido, militante de siempre, hija de dirigente priista, sobrina de presidente y, ella misma, diputada, senadora, canciller. La trayectoria pesa, y con familia más. De pronto, estaba todo junto y supo salir de una forma clara, emotiva, inteligente. Por supuesto no faltó el rufián de Morena, Salgado Macedonio, a decir sinsentidos. Fue rápida y elegantemente fulminado por la senadora. El lado amargo de la política lo describió con nitidez: a veces te encuentras en soledad cuando te sentías acompañado, a veces tienes que tomar la decisión individual, aunque pertenezcas a un grupo; pero también la satisfacción de poder salir con la cara en alto y poder ver a quien quieres y a quien sirves con franqueza y satisfacción. Y es que, en efecto, mientras el dirigente priista se revuelca en el lodo y compañeros y compañeras de Claudia agachaban la cabeza avergonzados, ella supo tener la decencia pública, la claridad política y la dignidad personal de mostrar que hay caminos más allá de lo envilecido de la profesión.

Lilly Téllez, con gran valentía, encaró a las fuerzas oficialistas. La detestan. Se llenan de rabia cuando la oyen. Lilly no cesa de señalarlos en sus faltas, en sus despropósitos y en sus excesos. No es fácil, pues se trata de un grupo arrogante, sobrado de poder que ha podido apagar a una buena parte de sus opositores. Dirigiéndose al grupo parlamentario de Morena, los saludó así: “Buenas tardes, corruptos”. ¿Qué opositor a AMLO y Morena no quisiera decirles eso en su cara como lo hizo ella? Seguramente muchísimos, el problema es que se atreven pocos y ella lo sabe hacer. Calló y sentó a un líder sindical temido por su poder corruptor. “Cállate y siéntate, Napoleón” perseguirá a Gómez Urrutia desde ese día. Escucho a gente “bien pensante, a “las buenas conciencias”, quejarse del “tono, el nivel”. Bueno, pues más vale que se acostumbren. Si algo queda claro en estas épocas es que solamente de frente y con un lenguaje directo se puede combatir a esos que también de frente y con puro insulto pretenden sepultar toda discrepancia. Lilly habla el lenguaje de la política de ahora. Su valentía y la fuerza de sus palabras representan el sentir de millones de ciudadanos hartos de los atropellos a las libertades de parte de AMLO y sus secuaces. No es tiempo de correcciones políticas, por eso, en parte, estamos así. Es tiempo de hablar claro.

Decía Sócrates que en Atenas siempre había alguien con dignidad que rescataba la de todos los demás. Es lo que hicieron Lilly y Claudia esta semana.

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