Cambiar el discurso

El discurso del odio tiene consecuencias. Creer que las palabras no tienen implicaciones es una equivocación. Cada vez, con mayor frecuencia, vemos los resultados de estar jugando con palabras que suelen ser peligrosas en la boca de algún dirigente político.

Son las mismas palabras que se usan desde hace siglos para despertar esa parte del ser humano que tiende hacia el mal, que gusta de hacer daño y que cree en una suerte de superioridad respecto de los demás. Por eso los narcisos en el poder son peligrosos: creen encontrar en el ejercicio del poder la solución a sus problemas de personalidad.

El asesinato en Minnesota, Estados Unidos, de una senadora y su esposo, así como el intento de matar a otro matrimonio demócrata por parte de un individuo, es una de las señales más claras de que ya hay un ambiente en el que cualquier desequilibrado puede dar rienda suelta a sus delirios y decidir eliminar gente. El caso del asesino de estadounidense llama la atención pues tiene una evidente connotación política al ser legisladores quienes fueron seleccionados como víctimas. Las investigaciones indican que otros dos políticos demócratas se salvaron al estar de vacaciones y no estar en sus casas esa noche. 

Lo mismo hemos visto en las manifestaciones en días recientes en aquel país en el que el conflicto social siempre está como paja a la espera de que alguien arroje un cerillo. Porque si bien vimos la represión de las llamadas fuerzas del orden, lo cierto es que el ambiente antiinmigrante es también una realidad estadounidense. Nada bueno parece desprenderse de las respuestas de altos mandos del gobierno trumpista que nada más ayudan a mantener viva la llama del odio contra los migrantes. Seguramente en los próximos días veremos acciones que creíamos pertenecían a un lejano pasado y que son ya parte de un presente inquietante.

En Colombia un hombre de cuarenta años, candidato a la presidencia de su país, sufrió un atentado a balazos en una manifestación pública mientras dirigía un mensaje. El hombre se encuentra en peligro de muerte todavía. El presidente Gustavo Petro no ha hecho más que alimentar un clima político envenenado que ha culminado con un joven de catorce años disparándole a un candidato. La víctima, Migue Uribe, desde joven se dedica a la política. Hace décadas, su madre fue secuestrada por un grupo de narcotraficantes y fue asesinada durante un operativo para rescatarla. Parece que en Colombia la tragedia se escribe y reescribe en las mismas familias.

El discurso de odio ha sido un recurso a lo largo de la historia. Para nuestra desgracia nos toca escucharlo de nuevo. Son nuevas épocas, pero no siempre lo nuevo viene de la mano de lo feliz. En México, una vez que se retiró a su rancho “el odiador en jefe” que teníamos, el ambiente se siente un poco menos rasposo, pero eso es aparente. Que la presidenta no sea irascible y acomplejada como su predecesor, es sin duda un avance. Sin embargo, mucho deben hacer otros actores, en el Legislativo, por ejemplo, para bajarle al odio se esparció por todos lados en el sexenio anterior. Por supuesto que esto no significa que la política sea tener un acuerdo generalizado y tedioso, en absoluto. La política requiere de la defensa de las diferencias, de un debate acalorado y puntilloso. Lo delicado es cuando se sabe que se siembra veneno, festinar el odio a cambio de un voto es peligroso. Es hora de recomponer el lenguaje público.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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