Hace tiempo se habló de la intolerancia de los tolerantes. Es decir, las actitudes agresivas y de descarte de quienes levantan banderas de tolerancia, aún para las aberraciones de cualquier tipo, pero son intolerantes con quienes viven principios y valores tradicionales, como el respeto a la vida en gestación en el seno materno. No solo no respetan los derechos del otro, sino que asumen diversas formas de agresión a quienes les piden, a cambio, que los toleren.
Esto viene a cuento por la escalada de acciones que se han venido realizando en distintos rumbos del país en contra del cristianismo. Lo mismo se desfigura y ridiculiza las personas de Cristo y la Virgen María, con expresiones dizque artísticas, incluso soeces. Pero lo más grave no es solo que los autores de dichas obras las realicen, sino que se les abren espacios destinados a la cultura como museos en universidades o del sector público municipal, estatal y federal.
Son numerosos los casos de esa naturaleza que, ante la protesta de los cristianos agraviados, las autoridades cómplices callan o disimulan. Hay, incluso quienes justifican su proceder invocando la libertad de expresión, como si no tuviera límites, o las manifestaciones del arte, del cual no tienen nada en absoluto.
Pero de las ofensas se ha llegado a las agresiones públicas por parte de las autoridades, como es el reciente caso de la exhibición sobre la fachada de la Catedral Primada de México, por parte de las autoridades del Gobierno de la Ciudad de México, de propaganda a favor del aborto, a sabiendas de que tal acción es contraria a los principios cristianos. Tal exhibición se realizó, por supuesto, sin informar a las autoridades catedralicias de que se iba a utilizar la Catedral para tales propósitos. ¿Por qué no hicieron su proyección sobre el palacio de gobierno Federal o de la Ciudad de México?
Y aunque la Catedral es una propiedad federal, está bajo la custodia y uso de la Iglesia Católica, por lo que cualquier acción que en ella se realice debe ser acordada con la Arquidiócesis de México y el cabildo de la Catedral, en los términos en que se les ha otorgado el templo. Lo mínimo que corresponde, es respetar el recinto.
Tanto las autoridades eclesiásticas como organizaciones de la sociedad civil han hecho pública su indignación y protesta por las acciones de la autoridad capitalina. Ningún católico puede callar ante tal agresión. Es necesario que el Gobierno de la Ciudad de México emita una disculpa y se comprometa a no realizar acciones semejantes en el futuro. Esto fue una vil provocación.
Si ya nuestro país se encuentra dividido y confrontado en diversos aspectos y por distintas causas, corresponde a la autoridad buscar la unidad y colaboración de todos para serenar ánimos, eliminar el clima de violencia que vive el país, y buscar caminos de concordia. La división y los enfrentamientos que minan la unidad nacional, resultan tanto más graves en momentos como los que estamos viviendo. Tanto interna como externamente, México se encuentra bajo diversas amenazas que se tienen que enfrentar y resolver si queremos la paz y la prosperidad del país, en beneficio de todos.
La libertad religiosa que está reconocida en el artículo 130 de la Constitución y es un derecho humano universal, también integrante de los documentos internacionales que ha firmado México y se comprenden en lo establecido en el artículo 1º. De la Constitución.
Finalmente, es necesario recordar que el pueblo de México es mayoritariamente católico y ese pueblo es Iglesia, por lo que todas las manifestaciones ya señaladas, son agresiones a este pueblo al que las autoridades están obligadas a respetar y servir. No hacerlo también es una falta grave de omisión. No transitemos por ese camino.
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