Uno de los primeros actos del nuevo papa León XIV ha sido una audiencia especial con muchos de los comunicadores que cubrieron los últimos eventos de la Iglesia, desde el funeral del papa Francisco hasta el cónclave y los días de este pontificado. En ese evento, su santidad reiteró la invitación de su antecesor para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: “desarmemos la comunicación de todo prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estrepitosa, musculosa, sino más bien una comunicación capaz de escucha, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz”.
Esta invitación también sirve como marco de reflexión para la actividad de las empresas de comunicación en México, para los comunicadores en particular y, también, para todos los ciudadanos en la coyuntura actual.
Para comenzar, en las últimas semanas estalló el escándalo bautizado como “TelevisaLeaks” que señala que desde esa televisora se intervino en las redes para crear apoyos y/o deteriorar la imagen de determinados personajes con el fin de influir en los asuntos políticos del país. Esto no es nuevo, ni es exclusivo de esa empresa en particular, sin embargo, es una desviación profunda del sentido ético de una empresa en los medios.
Estas empresas insertas en los medios de comunicación (que hoy incluyen el manejo de redes sociales como parte del periodismo) ya sean grandes conglomerados o pequeños emprendimientos locales ciertamente manejan líneas editoriales que deberían ajustarse a la verdad; pero en segundo lugar se deben ajustar a los principios que como empresa les dan vida y guían las decisiones de qué tipo de investigación hacer, en dónde enfocar las baterías con una cobertura; qué perfil de colaboraciones admiten. Sin embargo, lo hecho por Televisa o en su momento por cualquier otra empresa que haya actuado está lejísimos de la misión comunicativa, es incluso una forma de crear “prejuicio, rencor, fanatismo y odio”, es pues una forma soterrada de hacer una comunicación agresiva que altera la convivencia social, la democracia y engaña a las audiencias. Todas las empresas de comunicación que estos días extendieron sus coberturas deberían tomar también en cuenta este llamado y procurar ser fieles a la excelsa misión que es la comunicación.
Por su parte, los comunicadores en particular abriendo en este concepto más allá del perfil del periodista e incluyendo a todos los columnistas y comentaristas también pueden encontrar en este discurso y en estas palabras señaladas arriba una orientación a su misión y trabajo. Eso implica comprometerse con los más débiles dejando atrás tanto la tentación de golpear por golpear a los actores políticos y sociales cegados por prejuicios particulares e ideológicos; y también, por supuesto, implica no renunciar a decir la verdad fuerte y alto, aunque eso incomode (e incluso muerte como señaló también el papa en su discurso). Asimismo, hay que destacar que el papa menciona antes “la escucha” para “recoger la voz”, porque la tentación de asumir que se sabe lo que el “débil” quiere decir es frecuente.
Finalmente, los ciudadanos de a pie con la omnipresencia de las redes sociales hoy somos mucho más comunicadores en el sentido de tener una audiencia o en el de reproducir lo dicho en ellas. Por ello, sería deseable que se asumiera también esa invitación a “purificar la comunicación de agresividad”, siendo hábiles en filtrar las noticias (en particular las fakenews) que pueden dañar la buena fama, causar alarma, difundir mentiras; pero sobre todo, meternos en cajas de resonancia donde sólo se escucha lo que se quiere (a favor o en contra), que impide la capacidad de escucha de las necesidades de los demás y que nos encierra en un círculo de prejuicios, rencor y fanatismo que no impulsa ni impulsará los cambios que queremos para nosotros y para nuestra patria.
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