Pongámonos a los pies de Guadalupe

El 12 de diciembre se cumplió el 492º. aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en nuestro país, aparición que sigue siendo única en el mundo, pues la imagen sagrada en la tilma de san Juan Diego no ha tenido parangón en ninguna otra parte. 

Las apariciones marcaron una diferencia sustancial en la aceptación de la fe católica entre los habitantes de este territorio y con el tiempo la devoción a Guadalupe fue creciendo y quedó irremisiblemente unida a la idea de la Independencia al tomar Miguel Hidalgo su estandarte para encabezar el primer levantamiento. Por su parte, el primer presidente—no el primer gobernante ese fue Iturbide—José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix adoptó como nombre el de Guadalupe Victoria durante la misma guerra. Se puede decir sin equivocación que el Guadalupe tiene un lugar en todos los espacios de la patria, incluyendo la vida cívica y política.

Esto es importante acotarlo, pero también subrayarlo, pues en nuestro país, luego de la guerra Cristera se asumió que las cuestiones religiosas y la vida cívico-política eran dos carriles separados, que se podía transitar por uno o por otro, o quizá alternarlos. Pero ahí se cometió un error de fondo, ni la vida espiritual ni la vida cívica son externas, son parte de la persona. Esto es válido para cualquier situación vital, pues no se es padre de familia entre semana y católico los domingos, sino que se ejerce la paternidad imbuida por los principios católicos (el amor, el servicio, la responsabilidad, la justicia, etc.), y es así como se debe ejercer la actividad cívica o política inspirada por los mismos principios católicos, es decir, somos el coche y no los carriles. 

El marco de la celebración de Guadalupe es una gran ocasión para recordar la importancia de ese camino que todavía tenemos que recorrer para rectificar esa dicotomía que tanto daño ha hecho no sólo a los católicos sino a la política misma pues se le ha privado de la riqueza que aporta la visión profundamente humana y profundamente trascendente del catolicismo. 

Nuestro país está viviendo momentos definitorios de su historia y aunque no parezca evidente, hoy más que nunca es necesario asumir la participación cívica de manera más amplia. Los ciudadanos católicos no podemos dejar que se siga empequeñeciendo y ensuciando la política; pues en la medida en que eso pasa, el combate a la injusticia, la pobreza, la corrupción y la inseguridad, entre muchos otros males que afectan a la sociedad, se vuelven únicamente banderas que se ondean, pero no se cristalizan en acciones reales. Nuestra participación en los asuntos cívicos y políticos debe salir de la zona de confort en la que se ha vivido durante mucho tiempo y volverse activa, confiada, alegre y convencida de que es necesaria para nuestro mayor bien en la Tierra, e indispensable para ganar el Cielo.

Pongámonos nuevamente a los pies de la Virgen de Guadalupe para pedirle no sólo que cuide a nuestra patria y la salve de las dificultades, sino que nos ayude, guíe y conforte mientras nosotros trabajamos decididamente para ese cuidado y salvación. 

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