Pobreza a la baja: el siguiente paso es ir por los que siguen en el último peldaño
Los nuevos datos oficiales de pobreza traen una buena noticia y un reto ineludible. En 2024, tres de cada diez mexicanos (29.6%) estaban en pobreza multidimensional, 38.5 millones de personas, una baja de 8.3 millones frente a 2022. La pobreza extrema también retrocedió a 5.3% (7.0 millones). Pero, al mismo tiempo, creció la población “vulnerable por carencias sociales” a 32.2%, recordándonos que el ingreso sube, sí, pero el acceso efectivo a derechos —salud, seguridad social, vivienda digna, alimentación— sigue cojeando.
¿Qué explica la mejora? Primero, más y mejores ingresos laborales. La ENIGH 2024 muestra un aumento de 10.6% en el ingreso corriente promedio por hogar respecto de 2022 y confirma que el trabajo aporta 65.6% del ingreso de los hogares. Dicho simple: cuando el empleo camina, la pobreza cede. Segundo, el salario mínimo: el incremento acumulado desde 2018 y el ajuste de 2025 (a $278.80 diarios a nivel general) reforzaron el piso de ingresos de quienes menos ganan. Tercero, más empleo formal. El IMSS y la STPS reportan máximos históricos recientes, impulsados incluso por la incorporación de trabajadores de plataformas a la seguridad social: una señal de que formalidad y protección pueden avanzar de la mano.
Ahora, el foco: los que menos se beneficiaron. La cifra de pobreza extrema bajó, pero sus carencias no: siguen promediando 3.8 por persona, una condensación de exclusión difícil de romper sin intervenciones quirúrgicas. Territorialmente, los focos rojos persisten: Chiapas, Guerrero y Oaxaca concentran los porcentajes más altos. Entre grupos poblacionales, hablantes de lenguas indígenas y niños menores de cinco años siguen en el punto ciego del desarrollo. Y en las carencias, dos montañas aún por escalar: seguridad social (48.2%) y salud (34.2%).
Desde yoinfluyo.com, nuestra posición es clara: la única vía sostenible para consolidar y acelerar la reducción de la pobreza es empleo formal + desarrollo empresarial. Los programas de transferencias pueden aliviar y, bien diseñados, abrir puertas; pero sólo el trabajo productivo y la creación de empresas generan movilidad social estable y cadenas de valor que se quedan en las comunidades. El dato respalda la tesis: cuando sube el ingreso por trabajo y crece la formalidad, la pobreza retrocede.
¿Qué hacer entonces, poniendo a la persona en el centro?
- Una política de empleo formal intensiva en regiones rezagadas, con incentivos claros a contratar y capacitar a jóvenes y mujeres.
- Simplificación radical del costo y trámite de la formalidad para micro y pequeñas: menos pasos, menos tiempos, menos incertidumbre regulatoria.
- Crédito productivo y cadenas de proveeduría que conecten a microempresas con compras públicas y privadas (piso parejo para entrar).
- Atracción de inversión con enfoque territorial: infraestructura, conectividad y energía donde más se necesita, no donde ya sobra.
- Servicios de cuidado, salud y educación cerca de la casa y del trabajo: sin estos derechos, la formalidad no es opción, es lujo. (Recordemos las carencias: seguridad social y salud siguen siendo los talones de Aquiles).
El avance es real y merece reconocimiento. Pero la prueba decisiva es si somos capaces de ir por el último peldaño: los hogares donde la pobreza extrema se hace crónica, las comunidades indígenas, los niños que hoy cargan con carencias que mañana serán brechas. Para ellos, el Estado debe ser habilitador, el mercado, motor, y la sociedad, red de soporte. Si consolidamos empleo formal y creación de empresas como columna vertebral de la política social, la próxima medición no sólo celebrará menos pobreza: mostrará más dignidad y más futuro.
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