La indiferencia ante la pérdida de la paz

Si hay una situación dolorosa que pesa en la vida de las personas y en la dinámica de las naciones es la ausencia de la paz, y hoy en día además ocurre entre el silencio y la indiferencia generalizadas. 

El conflicto más reciente es el que se está dando entre Israel e Irán, que es una especie de continuación del frente abierto desde octubre de 2023 contra Hamas en Palestina, cuyas ramificaciones afectan a toda la región, misma que de forma permanente ha vivido en tensión. La escalada abierta de los últimos días tiene el trasfondo de la fabricación y posible uso de armas nucleares, por lo que si se llegara a semejante escenario las consecuencias serían para toda la humanidad, y los enfrentamientos parece que se agravarán esta semana.

Ese mismo telón de fondo de potencial uso de armas nucleares se tiene en el conflicto entre Pakistán y la India, el cual también hace pocas semanas subió de tono, aunque, por el momento la marea ha cedido; pero no hay resolución de fondo y las razones de ambas naciones para enfrentarse llevan décadas en la mesa. Por otro lado, la guerra que tiene lugar en Ucrania —en la que también un potencial ataque nuclear ha cruzado por los titulares de la prensa en algún momento— por la invasión rusa entró en su cuarto año y asimismo las razones argüidas por ambos lados se remontan a tensiones enraizadas en el pasado. 

Aunque estos tres conflictos han ocupado la atención de la opinión pública, la verdad es que se les atiende de manera momentánea, casi como un “entretenimiento” más que rompe la rutina; pero con la misma velocidad se les deja en el olvido si aparece algún escándalo más jugoso. En parte, quizá sea por lo complejos que resultan de entender al involucrar tantas vertientes históricas y actuales; en parte porque se “repiten” de tanto en tanto y pierden novedad; pero también en gran medida porque se prefiere la evasión ante y el sufrimiento, tanto como mecanismo de defensa ante la imposibilidad de acciones reales que procuren alivio como por simple indiferencia.

Esa indiferencia ante el sufrimiento por la pérdida de la paz también se ha extendido a dar la espalda a otros conflictos como la persecución a los cristianos en África y las pugnas violentas en muchos países de ese continente. Pero también a nivel nacional, nos ha llevado a no pensar en la perdida de la paz que experimentan las comunidades en nuestro país. 

En muchas regiones se viven enfrentamientos abiertos como es hoy Sinaloa, pero también en zonas de Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Jalisco por citar algunos estados; pero si se mira bien la pérdida de la paz por el avance del crimen organizado —en sus múltiples y variadas versiones— y la inacción de las autoridades actuales ha ocurrido en prácticamente todo el país dejando una estela de asesinatos y desparecidos que se reducen a conteos más o menos verídicos. Sin embargo, se dejan de lado otras realidades dolorosas como los desplazados de sus lugares de origen por la violencia. Y más aún, debemos admitir que muchas zonas de nuestro país viven la llamada “pax narca”, es decir, algún grupo preponderante del crimen domina de tal modo que su “ley” y su “impartición de justicia” de alguna manera “administran” la violencia, por lo que los habitantes pueden hacer sus vidas con cierta tranquilidad; pero no se extingue la posibilidad de que otro grupo criminal quiera ese territorio y estalle la violencia, pues esa paz no es genuina ni es fruto de la civilidad ni tiene como sustento la búsqueda del bien común.

Es entendible que como ciudadanos de México y del mundo encontremos pocos recursos para lidiar con la pérdida de la paz; pero es necesario que el tema sea puesto en la mesa, que sea parte de la conversación política y que nos esforcemos desde lo próximo como es la familia y la comunidad para fomentar acciones que refuercen los lazos, que reparen las heridas y que contribuyan a que la búsqueda de la paz sea parte de nuestro compromiso de forma continua. 

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