Las mujeres y la exclusión laboral

Las labores domésticas no tendrían el sello de femenino sino serían vistas como una necesidad compartida para una vida saludable y cómoda.



Entre los países de la OCDE, México tiene la segunda participación laboral más baja de las mujeres y es una de las más bajas en América Latina, llegando apenas a un 46% frente a un 86% entre hombres*. Hay 20.89 millones de mujeres que no están disponibles para el mercado laboral por trabajos de cuidado y del hogar.

De esas labores de cuidado, la atención a los hijos es la actividad que prioritariamente mantiene a las mujeres fuera del mercado laboral. Es un trabajo que, sobre todo en los primeros años de los menores, no conoce límites de horarios, es absorbente en lo físico y en lo mental y retóricamente es reconocido, especialmente, los días 10 de mayo, e ignorado o minimizado el resto del año.

No falta quien se escude en razones más bien sentimentaloides para declarar que los cuidados de una madre son invaluables o no pueden ser rebajados a ponerles un precio; sin embargo, se trata justamente de lo contrario. A las obras de arte se les pone un precio que, por supuesto, no agota su valor, pero sí nos da una referencia para apreciarlas en términos medibles. Lo mismo aplica a los cuidados de los menores que deberían con mayor frecuencia ser traducidos en términos económicos para contribuir a dimensionarlos y apreciarlos mejor.

Si bien el cuidado a los menores es el más frecuente, no se pueden obviar los cuidados a personas con alguna discapacidad que requieren asistencia permanente, tampoco el creciente grupo de adultos de mayores que son y serán susceptibles de diversos grados de asistencia.

La explicación para una abrumadora presencia femenina que asume las labores de cuidado, sobre todo en los menores, sí se enraíza en la biología, particularmente, en el tema de lactancia y el vínculo maternal que se refuerza durante ese lapso. Y ahí se abre una paradoja pues, mientras muchas mujeres gustosamente se dedicarían exclusivamente a estar con sus hijos, sobre todo, los primeros años, se les niega esta opción porque la familia necesita desesperadamente de ese ingreso. Pero esos ingresos además, en el 90% de los casos no superan los dos salarios mínimos, son empleos precarios muchas veces sin contrato, sin prestaciones, sin seguridad social y sin protección sindical. Y esa precariedad es gran medida es fruto de que se considera menos confiables a las madres pues pondrán a sus hijos como prioridad, y ellas viven frecuentemente atrapadas en la culpa y dolor de no estar con ellos como desearían.

Los hogares que pueden sobrevivir económicamente hoy en día sin el ingreso de las mujeres son escasos. En resumen, muy pocas madres pueden decir genuinamente que sí están con sus hijos de tiempo completo por decisión propia y no por falta opciones laborales flexibles que les redituaran económica y anímicamente. Y muy pocas madres pueden decir que están satisfechas con sus condiciones laborales actuales. Es una situación radicalmente injusta.

En esta reflexión no se ha abordado el tema del trabajo doméstico que si bien está muy cercano al cuidado de los otros (la salud depende de la alimentación y la higiene, pero un ambiente lindo y cómodo es un plus), debería siempre ser considerado aparte porque son tareas que sí son realizables por hombre y mujeres todo el tiempo. Por ello, hay que acelerar el alcanzar un mayor equilibrio en cada hogar para que la “segunda jornada” a la que hoy los hombres le dedican en promedio sólo 15 horas y las mujeres 39, sea distribuida equitativamente.

A la par, es necesario poner en la mesa que tanto la precariedad laboral de las mujeres como su exclusión del mercado laboral (voluntariamente o no) conlleva la marginación de la seguridad social. Pues la seguridad social no sólo es el acceso servicios médicos, sino a préstamos para adquisición de vivienda, así como pensiones no sólo de vejez, sino ante una eventual discapacidad a raíz de un accidente, y demás beneficios. Las mujeres en pareja parcialmente pueden recibir parte de esos beneficios, pero ni son todas, ni reciben todos.

Se debe reconocer que la pensión universal a adultos mayores que en este sexenio se consagró en la Constitución es un esfuerzo perfectible (es un programa muy oneroso fiscalmente y que no debería ser universal, sino sólo encaminado a cubrir a quien no tiene otras pensiones) que sí ha hecho la diferencia para las mujeres especialmente. Es un paso al que deben seguir otros.

En el mundo más justo que deberíamos aspirar a construir en México, las madres deberían tener la opción de reintegrarse voluntariamente a un mundo laboral más flexible y mejor remunerado que el actual. Además, en ese mundo, el cuidado de menores, personas con discapacidad y adultos mayores tendría una valoración real efectiva de su aportación social. Las labores domésticas no tendrían el sello de femenino sino serían vistas como una necesidad compartida para una vida saludable y cómoda. Y finalmente, habríamos creado múltiples entradas a la seguridad social, pensando en subsanar la exclusión a la cobertura médica, acceso a vivienda y a pensiones justas.

*Todas las cifras manejas son del Observatorio de Trabajo digno de la asociación Acción Ciudadana Frente a la pobreza. https://frentealapobreza.mx/observatorio-de-trabajo-digno/perfil-indicador-mujeres.php 

 

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