Eliminar palabras de los libros de texto es sólo la punta del iceberg

Con el programa “Aprende en casa”, el gobierno quiso enfrentar la pandemia, pero se obtuvieron niveles de deserción escolar pocas veces vistos.



En cualquier país en el que la democracia, la legalidad y la libertad son consideradas pilares sobre los cuales se organiza la sociedad y se rige el gobierno, la sola idea de “eliminar” o “censurar” por parte de alguna autoridad resulta repulsiva. Y más aún, esa idea de eliminar se vuelve sumamente peligrosa si se pretende hacerlo desde la Secretaría de Educación Pública y en los libros de texto.

Se puede discutir la necesidad o no de que exista el libro de texto gratuito, pero es una realidad que desde hace décadas ha sido la referencia más importante para millones de personas. En ciertos hogares, es posible que sean los únicos libros que pasan por sus puertas. Por esa simple razón, los libros de texto gratuitos son importantes. Nacidos con una intención populista, como cualquier objeto que tenga la palabra “gratuito” y que sea repartido por el gobierno. Y, sin duda, por lo mismo han sido utilizados con propósitos ideológicos más o menos disimulados.

Por ello, el intento actual del gobierno de López no resalta frente a lo hecho en el pasado por su intención de incidir o modelar el pensamiento de la niñez mexicana. Resalta porque probablemente, dé como resultado la peor versión de los libros de texto gratuitos que se haya conocido hasta ahora. Aunque se anunció la intención de quitar las palabras “neoliberal” y eliminar las palabras “calidad educativa”, “competencia”, “eficiencia” y “productividad” entre otras; lo cierto es que es sólo la punta del iceberg.

El responsable de los cambios es Marx Arriaga Navarro, director general de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública (SEP), quien ha estado en la palestra en varias ocasiones: por despedir a Daniel Goldin, menospreciar la lectura recreativa y por pelearse hasta con las feministas. Pero uno de los más grandes desplantes fue cuando trató de usar gratuitamente los servicios de autores e ilustradores para modificar los libros de texto.

Ese intento resultó en dos libros de español para tercer y cuarto grado altamente criticados porque la intervención parece más cercana a grafitear una pared, que a mejorar pedagógicamente los materiales. A raíz del fiasco, aunque con poca visibilidad, desde finales del año pasado comenzaron a “consultar” a los profesores para integrar sus opiniones en las Asambleas de análisis del plan y los programas de estudio para el diseño de los libros de texto gratuitos para la educación básica que se realizan una cada estado. Casi en todas tienen lugar en la capital del mismo, aunque en Estado de México se prefirió Texcoco, quizá como un mínimo gesto a la secretaria de Educación, en jerarquía su jefa; pero a quien ni respeta ni obedece.

A quien Marx Arriaga respeta y obedece (o eso se supone), al parecer es a la esposa del presidente gracias a quien ocupa el puesto. Y, sin duda, esa protección se nota porque en un gabinete totalmente gris, limitado en su actuar por el miedo o la ineficacia, o ambos, un director general de SEP tiene absoluta libertad de encabezar actos en todo el país y de “prohibir” lo que aparecerá en los libros de texto, para disfrazar como convenio lo que venga.

Esas asambleas son una escenografía y sirve para la promoción de la persona de Marx Arriaga que quizá tenga más ambiciones para el futuro. Tan son un montaje, que los docentes deben trabajar con los documentos que traen apartados fundamentales completamente vacíos. Pero sí está completo el planteamiento central que busca una reestructura profunda a las materias escolares reorganizándolas desde preescolar hasta secundaria en cuatro “campos formativos”: Lenguajes; Saberes, tecnología y ambiente; Ética, naturaleza y sociedad y De lo humano y lo comunitario.

Sin duda, al leer esa reclasificación se puede pensar que la palabra matemáticas, por ejemplo, también resultó “neoliberal” y fue expulsada de la educación. Y casi, si considera que en el documento de más de cien páginas sólo aparece nueve veces, siete criticando cómo se enseñaron en el pasado y dos para plantear cómo se hará ahora en el “campo formativo” de Saberes, tecnología y ambiente y se viene un cambio fenomenal porque el documento plantea: “El aprendizaje de las matemáticas debe tener sentido humano para las niñas, niños y adolescentes y ese sólo se desarrolla en el marco de relaciones significativas entre la familia, la escuela y la comunidad”. En otras palabras, ¡abrazos, no fracciones!

Lo que se avecina es grave si es que logran llevarlo en verdad a planes, currículos y libros de texto; porque para hacerlo realidad con un mínimo de elementos operativos, faltarían por lo menos un año más de trabajo, lo que ubicaría que en términos escolares fuera para el último año de gobierno. Pero además, esta labor que es, aparentemente lo único en que se trabaja en la SEP, está desvinculada de la gravísima crisis que el sector educativo está viendo desde hace tres años. Primero con la Contra Reforma Educativa que dejó en el limbo lo que se venía haciendo antes; después con la pésima implementación del programa “Aprende en casa” con el que se quiso enfrentar la pandemia y que resultó en niveles de deserción escolar pocas veces vistos; para terciar, con un regreso a clases presencial sin apoyos, sin planes y, por supuesto, ignorando el retraso académico brutal que se dio el año de ausencia en las aulas.

En un gobierno que tuviera mayor contacto con la realidad, y menos ínfulas transformadoras, usaría lo que tiene a la mano hoy en día para subsanar los atrasos que se dieron; uniría esfuerzos con padres y profesores para sacar mayor provecho de los libros y programas actuales, en lugar de apostar a desmantelar y desvincular la educación de la competitividad, la calidad y la evaluación que han sido los ejes que han hecho exitosos a los países que hoy gozan un mejor presente que el nuestro.

 

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