El grave retraso del que nadie habla

El regreso a las aulas no parece que sea la mágica solución, porque el problema silencioso es el desorden creado por la Nueva Escuela Mexicana.



El ciclo escolar 2020-2021 de la educación media está cerrando. Se vivió con un modelo singular de clases por televisión y algunas actividades de evaluación en línea. El regreso a las aulas se convirtió para el jefe del Ejecutivo en la única medida del “avance” de la educación.

Es innegable que los estudiantes mexicanos sufrieron un retraso generalizado en su proceso educativo.

La brecha entre los alumnos de escuelas particulares, sector que perdió un número muy importante de instituciones, y los de escuelas públicas se vuelve a ampliar. Pues los segundos quedaron a merced de los cursos televisados mientras que los primeros tuvieron, en términos generales, mayores recursos didácticos en línea y más contacto con los profesores, e incluso, ciertas actividades de convivencia para afectar en menor medida los vínculos. Pero tampoco fue suficiente.

Las cifras de abandono escolar al finalizar el ciclo 2019-2020 ya eran alarmantes. Al menos 5.2 millones de estudiantes no se inscribieron a este ciclo. En cálculos hechos en marzo de este año se estimaba que la cifra subiría a 8.4 millones que dejaron atrás su educación. Las cifras finales no se han dado a conocer (quizá nunca se den a conocer).

El regreso a las aulas no parece que sea la mágica solución. No sólo porque la Secretaría de Educación Pública (SEP) se ha visto superada en establecer protocolos de sanidad e higiene en las de por sí deterioradas escuelas. El problema silencioso es el desorden creado por la Nueva Escuela Mexicana.

Uno de los primeros logros legislativos de López Obrador fue la abolición de la Reforma Educativa aprobada en 2013 y la introducción de la nueva reforma que se llamó la Nueva Escuela Mexicana. En términos reales, se trató únicamente de la desaparición de las evaluaciones a los profesores que se asociaban a avances y mejoras salariales. No se tradujo en nuevos planes y programas que aterrizaran las “maravillas” que esta Nueva Escuela traería.

En ese marco, y por clara iniciativa de la esposa del presidente que puso a uno de sus favoritos en el lugar clave, surgió en marzo la convocatoria para modificar los libros demostrando que su única motivación era la manipulación ideológica de los materiales. Era simplemente, y sin pagar, alterar los textos y poner otras imágenes que fueran más en consonancia con sus propias convicciones radicales.

El fracaso se anunció, primero cuando se redujo de más de una decena a sólo modificar dos libros. Y este fin de semana se supo que ni siquiera esos dos libros serán impresos porque, como se pronosticaba por el desaseo y desorden, no garantizaban un mínimo de calidad y considerando los bajísimos estándares de calidad que este gobierno ha demostrado, asusta imaginar cómo habían quedado esos dos libros.

Es cierto que los libros de texto actuales, o la idea misma de un texto oficial, son cuestionables. Pero siguen siendo el auxiliar pedagógico más importante para las profesoras frente a los grupos y hoy más que nunca se necesita echar mano de todo para intentar avanzar. Por eso, a las muchas interrogantes sobre cómo arrancar el nuevo ciclo escolar de manera segura se agrega una nueva: ¿se hará con 161 millones (cifra del año anterior) de ejemplares de libros de texto ya en las aulas? ¿O será otro fracaso que contribuya todavía más al retraso de la educación en el país?

Sea como sea, México necesita urgentemente volver la mirada a la educación para tomar acciones. Los padres de familia, especialmente, no pueden seguir indiferentes al daño que la pasividad o la intención ideologizada causarán no sólo en esta generación sino en las venideras. Es un tema del que nadie habla, pero cuyos efectos serán, probablemente, los más dañinos de todos.

 

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