Cuando el dinero se enfría y la desigualdad arde

El Banco de México decidió esta semana reducir su tasa de interés de referencia a 7.00 %, el nivel más bajo desde abril de 2022. La señal es clara: la inflación, que alcanzó picos superiores al 7 % hace dos años, muestra una trayectoria descendente y el banco central estima que podría converger al objetivo del 3 % hacia 2026. En términos estrictamente macroeconómicos, la decisión apunta a reactivar el crédito, aliviar el costo del financiamiento y sostener el crecimiento en un entorno internacional cada vez más incierto.

Sin embargo, fuera de los comunicados técnicos y las gráficas de política monetaria, la realidad económica que perciben millones de mexicanos es menos alentadora. El crédito sigue siendo caro para pequeñas empresas y familias, los salarios reales apenas recuperan terreno y el consumo cotidiano continúa presionado por precios elevados en alimentos, transporte y vivienda. La baja de la tasa es un dato duro y relevante, pero su impacto no es inmediato ni uniforme. Para amplios sectores sociales, el dinero no se enfría en los mercados financieros, sino que se evapora antes de llegar a fin de mes.

Esta distancia entre la estabilidad macroeconómica y la experiencia cotidiana no es nueva, pero se ha vuelto más visible. México ha logrado mantener finanzas públicas relativamente ordenadas y una moneda estable en un contexto global marcado por guerras, tensiones comerciales y desaceleración económica. Al mismo tiempo, la desigualdad permanece como una herida abierta. De acuerdo con datos recientes de organismos internacionales y nacionales, el ingreso laboral de los hogares más vulnerables sigue sin compensar plenamente el aumento acumulado de precios de los últimos años, mientras la informalidad laboral continúa afectando a más de la mitad de la población ocupada.

La política monetaria, por diseño, no puede resolver estos desequilibrios por sí sola. Banxico cumple su mandato al priorizar la estabilidad de precios, condición necesaria para cualquier proyecto de desarrollo sostenible. Pero cuando la reducción de tasas no se acompaña de una estrategia integral que fortalezca el empleo formal, la productividad y la inversión con impacto social, el beneficio se concentra en sectores específicos y tarda en permear al resto de la economía. El riesgo es que la estabilidad se vuelva un discurso técnico que no dialogue con el malestar social.

En este contexto, las protestas juveniles, la desconfianza institucional y la sensación de estancamiento económico no son fenómenos aislados. Son síntomas de una economía que logra contener variables macro, pero que aún no traduce esa contención en oportunidades tangibles. La brecha entre quienes pueden aprovechar un entorno de tasas más bajas y quienes siguen atrapados en la precariedad se convierte, así, en un problema no solo económico, sino cívico.

La decisión de Banxico abre una ventana de oportunidad. Un entorno de menor costo del dinero puede ser el punto de partida para impulsar inversión productiva, innovación y empleo de calidad, siempre que exista coordinación con políticas públicas que prioricen el bien común y la responsabilidad social. De lo contrario, la baja de tasas quedará como un alivio parcial, correcto en lo técnico, pero insuficiente en lo humano. La estabilidad económica es un medio, no un fin. Su verdadero valor se mide cuando logra encender esperanza en la vida cotidiana y no solo enfriar los indicadores financieros.

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