Buscar debajo de las piedras

La elección judicial dentro de lo predecible que resultó trajo una sorpresa: Hugo Aguilar Ortiz, será el nuevo presidente de la Suprema Corte, derrotando a la que parecía destinada al puesto: Lenia Batres. Su llegada agrega una capa más de enrarecimiento al panorama nacional frente al que urge reaccionar.

Hace dos semanas a nivel nacional nadie ubicaba a Hugo Aguilar Ortiz, aunque ya había intervenido en asuntos puntuales como la gestión de la oposición al Tren Maya entre los grupos indígenas de la península, los cuales en su mayoría no quedaron satisfechos con lo logrado; se habló incluso de traición a los genuinos intereses. El surgimiento de su nombre como puntero en los votos para obtener la presidencia de la Corte parecía deberse a algún error de cálculo interno de Morena, pues al encabezar él las listas de varones en todos los “acordeones”, y haber cierta dispersión entre las tres ministras que buscan repetir, salió favorecido. 

Al paso de los días, con la tácita aceptación y la muy pálida resistencia de Lenia y de la titular del Ejecutivo, todo indica que fue algo medido desde Palenque, que como ha sido su estilo procura “equilibrar” los puestos de poder teniendo dos figuras en el primer nivel. Lo hizo en todos los puestos importantes de su gabinete y lo ha hecho así siempre. Y de casualidad no fue por diseño, al final, la división interna ya se ha instalado.

Por otra parte, las primeras declaraciones de Hugo Aguilar Ortiz, cuya principal carta de presentación es la de pertenencia al pueblo Ñu’u Savi de Oaxaca, no apuntan a un gran conocimiento de la ley, pues ni una sola vez mencionó a la Constitución; el registro de su maestría en Derecho no aparece y se ha dedicado más soltar frases populistas como la adopción de vestimenta indígena en lugar de la toga; dejando de lado el profundo significado nacional e internacional es la igualdad y neutralidad personal de los juzgadores. En otras palabras, se está dando primacía, por lo menos en el discurso, a los pueblos indígenas, en una especia de colonización inversa y “reivindicadora”: donde ellos supuestamente quedarían por encima de cualquier otro ciudadano. En resumen, el populismo ya ha invadido todo.

El discurso populista es de los más difíciles de combatir porque se alimenta, al vez que alimenta, la faceta emocional de las personas. Y los opositores suelen tratar de combatirlo o con razones impuestas con escasa pasión o con emociones que no alcanzan a contrarrestar la maestría populista; pero el peor escenario es el aquel en el que el populismo con su gelatinosa consistencia logra atrapar a los ciudadanos y los deja en una especie desarme cómodo y suave. Ese estado debilita de tal modo a las voces opositoras que suelen engancharse en temas poco significativos que acaban además beneficiando al populista, y no logran mover de manera convincente a grandes masas ni lo hacen de manera coordinada.

Sin embargo, resulta injusto cargar a la oposición con el peso de lo que ocurre. Porque todo lo que estamos viviendo, a pesar de sus pequeñas sorpresas, tuvo su origen en las votaciones de 2018 y la reafirmación en 2024, y se debe tanto a los votantes directos por este régimen, como a los que prefirieron no participar porque no sintieron la urgencia y no creyeron que sería posible la continuidad o que ésta no sería en realidad tan grave.

En este momento, esperanza de remontar el terrible panorama del país parece esconderse debajo de las piedras, y pocos están dispuesto a removerlas hasta de nuevo con ella. Pero es indispensable iniciar desde ya esa búsqueda de la esperanza, hacerlo con ojos bien abiertos, con oídos dispuestos a escuchar a todos y con la pasión de que los mexicanos merecemos construir un nuevo capítulo en nuestra historia. 

@yoinfluyo

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