Banxico baja la tasa: la confianza cuesta más que el dinero barato

El Banco de México sorprendió la semana pasada al recortar su tasa de referencia a 7.25%, la más baja en dos años. A simple vista, la noticia podría parecer un estímulo al crédito, un respiro para las empresas y un guiño de optimismo al futuro. Sin embargo, detrás de la decisión hay un mensaje más profundo: la estabilidad no se compra con dinero barato, sino con confianza.

El banco central ha actuado con prudencia. No se dejó llevar por la presión política ni por la tentación de acelerar los recortes para animar artificialmente la economía. En su comunicado, Banxico recordó que el objetivo sigue siendo la inflación controlada, pero también reconoció la necesidad de “acompañar la recuperación económica con cautela”. Esa palabra —cautela— es la que marca el tono del momento: México no necesita euforia, necesita credibilidad.

La confianza económica no surge de los anuncios financieros, sino de la coherencia entre lo que se promete y lo que se cumple. De poco sirve que las tasas bajen si los inversionistas perciben incertidumbre en las reglas del juego, o si las familias sienten que la estabilidad solo existe en los discursos. Un punto menos en la tasa no compensa un punto más en la desconfianza.

Cada decisión de Banxico es un acto de fe en la institucionalidad. En un país donde las instituciones son a menudo blanco de sospecha o presión, su independencia se convierte en un bien público. Cuando el banco habla, el mercado escucha porque sabe que detrás no hay cálculo partidista, sino técnica, responsabilidad y memoria histórica. Ese es el tipo de liderazgo silencioso que sostiene una nación incluso en tiempos de duda.

El verdadero desafío ahora es convertir ese gesto técnico en una señal moral. Que la prudencia de Banxico se contagie al resto del sistema: al gasto público, al sector privado, a los gobiernos locales y a los ciudadanos que cada día toman decisiones económicas. Bajar la tasa es fácil; bajar la incertidumbre, no. Lo primero se vota en una junta; lo segundo se construye con hechos.

México tiene reservas internacionales sólidas, una inflación contenida y una política monetaria creíble. Pero la confianza —ese activo intangible que decide si un país avanza o se estanca— sigue siendo volátil. No la fabrica un banco, la genera una comunidad cuando el discurso de responsabilidad se vuelve costumbre.

El dinero puede moverse con una tasa; la confianza, solo con coherencia.

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