En muchas decisiones cruciales que se toman en el ámbito político o económico pesan más las fallas de la conducta humana, que un proceso claro de razonamiento o un método adecuado. Lo que he podido notar, es que la conducta humana se exhibe cuando tiene mucho poder, sea económico o político. Lo que ha sucedido entre Donald Trump (poder político) y Elon Musk (poder económico), es una muestra clara y en tiempo real, del peso de estas conductas. No importa si uno es el hombre más poderoso del planeta y el otro es el hombre más rico del mundo, la fragilidad de la conducta humana queda expuesta.
Una de las obras maestras de la política es El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, quién desentraña con una lucidez implacable los resortes de la conducta humana en el ejercicio del poder político. No importa si estamos en el siglo XXI, si hay una tecnología en expansión y la llamada Inteligencia artificial sorprende a vastos públicos. Este libro escrito en1513, sigue siendo una valiosa referencia para comprender cómo los líderes adquieren, consolidan y, en ocasiones, pierden el control en un mundo donde la ambición y el pragmatismo reinan.
No importa el tiempo, ni el ‘progreso’. Sólo cambian los ropajes, el corazón humano sigue siendo el mismo.
Maquiavelo no se anda con rodeos: los seres humanos actúan guiados por intereses propios. Ya sea la búsqueda de poder, riqueza o seguridad, estas motivaciones son el combustible de las decisiones políticas. Para el florentino, un gobernante astuto debe comprender esta naturaleza egoísta y utilizarla en su favor, ofreciendo incentivos o infundiendo temor según lo requiera la situación. En un mundo donde la lealtad es frágil, el líder debe ser un estratega capaz de anticiparse a los deseos y temores de su equipo o de su pueblo.
Una de las ideas más descarnadas de El Príncipe es que la moral puede ser un obstáculo para acumular más poder. Algunos ven en esto un enfoque práctico del poder, donde la eficacia es más importante que la ética. Esta visión, que es totalmente controvertida, refleja la cruda realidad de la mayoría de las luchas políticas, donde los principios a menudo ceden ante la ambición, es muy fácil que el hambre insaciable de poder ponga al pragmatismo por encima de la moralidad.
Aunque debe haber un equilibrio entre ser temido o amado; Maquiavelo sentencia que es preferible ser temido que, amado, ya que el miedo asegura una obediencia más constante. Pero cuidado con ir más allá, también el florentino advierte que el temor no debe convertirse en odio, pues este puede desencadenar rebeliones. Una falla se olvida, pero una humillación casi nunca. De ahí la necesidad de entender las emociones humanas y su impacto en el liderazgo y la gobernanza.
Para la mitología japonesa del sintoísmo, la diosa del sol, Amaterasu, otorgó tres tesoros a sus descendientes para gobernar de manera justa Japón. Los tres tesoros son: un espejo (el conocimiento); una espada (la fuerza); y una joya (el dinero). El uso armonioso de estos tres tesoros hará un gobernante sabio.
Porque, aunque Maquiavelo pone énfasis en el pragmatismo, también advierte la importancia de la percepción pública. El espejo, el conocimiento de uno mismo y el conocimiento de la opinión pública. Un príncipe debe proyectar valores, una imagen de virtud, justicia y piedad, más allá de sus acciones privadas. Maquiavelo aboga por el manejo calculado de la popularidad y la opinión pública. Nunca se debe olvidar que, en política, lo que parece, pesa más que lo que es.
El espejo es fundamental para gobernar, justo es el mismo espejo donde una reina preguntaba cada mañana:
– ¿Espejito, espejito, dime quien es la más bonita?
De manera magistral, los hermanos Green narran sobre el ego de aquella reina, su deseo de ser la única y luego su cólera descontrolada al conocer la verdad. Los mismos fantasmas que hoy atormentan a Trump y Elon Musk, que en su confrontación exhiben el escaso conocimiento de sí mismos a pesar de tanto poder.
Otro conocedor de la naturaleza humana del año 300, San Agustín, a este ego le llamó soberbia, y decía: ‘La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano’. Nada que ver con una correcta auto estima, donde la persona conoce sus limitaciones y alcances.
Aunque los gobernantes tienden a actuar por intereses propios, no deben de olvidar que la hinchazón del ego o la soberbia también puede causarles un enorme daño a los intereses que quieren proteger. Cuando dos egos poderosos se enfrentan, su ego puede cegar su estrategia práctica y cometer errores a la vista del pueblo. El pueblo puede perdonar todo, menos la arrogancia.
Un líder que actúa con humildad no tiene complejos de superioridad, ni tiene la necesidad de estar recordándoles constantemente a los demás sus éxitos y logros; mucho menos los usa para pisotear a las personas de su entorno. En este sentido, la humildad es un valor opuesto al ego o la soberbia. “Conócete a ti mismo y saldrás vencedor en todas tus batallas”.
Te puede interesar: Cuando callan las cúpulas
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyo