Reconciliación nacional

Casi por entrar a los debates preelectorales frente a las elecciones del 2024, resulta interesante definir: ¿cuál es el gran tema? Porque se tratan muchos asuntos: la economía y su control por el gobierno, la violencia, la paz, democracia, gobernabilidad y muchos más. Pero, hasta donde me doy cuenta, nadie menciona el tema de la reconciliación nacional.

Probablemente, para que se mencionara ese asunto, algunos deberían de reconocer: ¿qué nos hace falta? La verdad es que todas las tendencias políticas, en mayor o menor medida, han contribuido a una gran polarización que divide a los mexicanos no solo en cuanto a los temas, sino en una auténtica siembra de odio. Y no es que uno espere que la reconciliación sea lo mismo que la unidad. De hecho, no lo es. La reconciliación tampoco es necesariamente la Paz. Porque un país puede tener una paz impuesta, cómo se da en el caso de las dictaduras, perfectas o imperfectas.

La reconciliación no se puede imponer. Esta se logra sobre todo por convencimiento, a nivel de los ciudadanos. Podría darse al nivel de los partidos, pero no es fácil lograrlo: muchas veces los propios partidos tienen profundas divisiones internas y aunque se presentan al público como un grupo con gran armonía, es muy frecuente que se requieran, para cada elección, importantes “operaciones cicatriz”, tratando de sanar las heridas internas.

Deberíamos de empezar por reconocer que todos hemos fallado. Los partidos y sus dirigentes han encontrado mucho más fácil el ataque que el convencimiento. Y como les cuesta mucho trabajo encontrar argumentos sólidos para sustentar sus afirmaciones, es mucho más fácil atacar a sus contrincantes. Hay una regla no escrita en los debates, que dice que el que empieza a insultar es porque se le acabaron los argumentos. Y esto es exactamente lo que nos está pasando.

Pero la ciudadanía también tiene parte de la culpa de este clima de crispación. Al no estar bien enterados de los temas y de la administración pública, también caemos en insultar, cuando se nos acaba la posibilidad de convencer. Porque muchas veces ni siquiera se intenta el convencimiento: lo que se busca es acallar a quien opina distinto y dejarlo silencioso. Un contrincante que sabe argumentar nos resulta extraordinariamente molesto. Y los organismos intermedios, los que están entre el Estado y el ciudadano, no han tenido mejor desempeño.

El punto fundamental para que se empiece a dar una reconciliación es reconocer nuestras culpas. Como dicen los juristas, nuestras fallas culposas: aquellas que no han sido premeditadas, pero que ocurren por descuido, ignorancia o imprudencia.

Se propone, como parte de este proceso de reconciliación, la creación de comisiones de la verdad. Estas, que han sido establecidas en diversos países, no tienen una trayectoria verdaderamente exitosa. En parte porque, generalmente, se han dado después del triunfo de alguna fuerza política y se ha excluido a quienes opinan diferente. Estrictamente, se les podría llamar comisiones de la vergüenza, porque su propósito es exponer todas las fallas de los derrotados, de tal manera que queden tan apenados que no vuelvan a intentar levantarse y luchar por sus ideas.

Es cierto que sí hay quienes intentan una reconciliación nacional. Desgraciadamente, nos dan gran abundancia de diagnósticos y una gran escasez de propuestas. Y muchas veces dichos planteamientos terminan siendo ideas ciertas, pero poco prácticas, que tardarían mucho tiempo en dar resultados. Por poner un ejemplo, mejorar la educación cívica. Algo ciertamente fundamental, pero es muy difícil esperar resultados en un horizonte menor al de varias décadas.

Para bien o para mal, la solución está en manos de los “sin poder”. Asumir nuestro papel de ciudadanos mandantes, exigiéndole a los mandatarios en todos los niveles que dejen de provocar la división. Necesitamos un plan, pero también debemos estar conscientes de que todo plan para la reconciliación tendrá una larga etapa de acciones provisionales, sujetas a una revisión frecuente y con ajustes permanentes.

También requiere algunos aspectos que, más que de acción, son de actitud. Necesitamos reducir la culpabilización y reconocer hay muy pocos casos donde existe maldad pura. Hay que despersonalizar el diagnóstico, Encontrar las fallas sin buscar necesariamente culpables. Desideologizar el proceso de búsqueda de la Paz. Por supuesto, evitar rencores, venganzas personales o de grupo y otros temas similares.

Y no falta quien propone una amplia amnistía, una especie de “borrón y cuenta nueva”. Un tema sumamente interesante, pero que habrá que tratar en otra ocasión.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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