Eso que llamamos paz

Queremos una paz verdadera, una gran meta que tal vez tardemos mucho en alcanzar, pero que seguiremos intentando.


Paz


¿Habrá quien no quiera paz? Tal vez los fabricantes y traficantes de armas, el complejo industrial-militar, los proveedores de los ejércitos, los que hacen investigación para usos militares… y algunos más. Pero, si hablamos de la generalidad de la sociedad, será muy raro que alguien diga que no quiere la paz. Tal vez por eso, los políticos siempre ofrecen la paz a los votantes. Igual que los dirigentes de diversos grupos. Posiblemente una de las excepciones notables es Jesucristo, que dijo: “Yo no vengo a traer la paz, sino la guerra”, así, con todas sus letras. Y en otro momento dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo…”

La realidad es que no todos entendemos la paz de la misma manera. La paz no es sólo el fin de las hostilidades, el cese de la violencia. La paz es la situación que queda después de la guerra, el balance de fuerzas, el dominio de un modo de pensar. Porque puede haber una paz justa, pero también una paz injusta. ¿Qué clase de paz quiere usted? ¿Qué clase de paz quiere la ciudadanía? ¿Qué clase de paz quiere la clase política? No necesariamente es lo mismo.

En Alemania hubo una paz injusta cuando los nazis se colocaron en el gobierno. La tuvo Stalin en la Unión Soviética, no había hostilidades, el gobierno eliminaba a sus opositores “legalmente” y los que no se oponían, no eran molestados. Había paz, pero una paz profundamente injusta. La tuvo México al terminar la guerra cristera, durante la larga noche de la dictadura perfecta, del crimen organizado desde arriba y la persecución de baja intensidad a los católicos.

Hoy, tenemos una guerra, afortunadamente en su mayoría de palabras, aunque hay regiones donde la guerra ya es una realidad diaria. Chairos contra fifís, 4T contra los derrotados, progres contra conservadores. Y, con frecuencia, guerras en el seno de las propias fuerzas políticas. También hay una guerra sorda entre las nueve tribus que Morena heredó del PRD, más todas las que se les unieron después. De modo que ya perdimos la cuenta de cuántas tribus tienen. Mismas que se soportan mutuamente y que no han causado problemas gracias a la fuerza de López Obrador, que de vez en cuando da un manotazo en la mesa y los pone en orden.

Para algunos, la paz es que no haya oposición. Que la ciudadanía apoye dócil e incondicionalmente al primer mandatario, que no haya contrapesos, que los que no les guste se vayan al destierro y que todos piensen de la misma manera. Una paz injusta, muy parecida a la de Francisco Franco, el dictador de España que se autonombraba “Caudillo de España, por la gracia de Dios”.

Para otros, la paz es volver al pasado, sin cambios. Volver a la corrupción generalizada, a la evasión de impuestos condonada para los amigos y los poderosos, los salarios bajos, la escasa movilidad social donde “cada uno sabe su lugar” y, a los que no les guste, ahí está la salida de la migración legal para la clase media, ilegal para los pobres.

Posiblemente, el mayor problema es que hoy la ciudadanía no tiene claro qué clase de paz queremos. No se trata de elegir entre bandos. Hay que empezar por tener una imagen-objetivo de la situación que queremos para la nación. Queremos una democracia sin adjetivos, como la que nos propuso Enrique Krauze hace varias décadas y que aún no logramos. No queremos corrupción, pero queremos una alta burocracia capaz y eficiente. Queremos crecimiento económico, pero no a cambio de salarios bajos. Libertad para las empresas, pero no a costa de evadir impuestos. Aumento de la productividad, no porque se trabajen más horas con salarios bajos, sino porque se invierte en equipar y entrenar al trabajador. Una educación de primera, donde sean los padres de familia los que vigilen la enseñanza y a los profesores se les pague bien, se les capacite y se les dé plena libertad de cátedra sin intervención de la política sindical. Y mucho más.

¿Un sueño? Sí, rotundamente sí. Los políticos nos dirán que la política es el arte de lo posible y nos dirán que nos conformemos con algunas migajas. No, no nos conformemos. Queremos una paz verdadera, una gran meta que tal vez tardemos mucho en alcanzar, pero que seguiremos intentando.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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