Cuando hablamos de sistemas de gobierno, en términos generales los ubicamos en sistemas de derecha o izquierda. Podemos también hablar de sistemas donde hay planeación centralizada y sistemas que dan una gran libertad de planeación, con poca intervención del gobierno.
Hay otra categoría de la que poco se habla. Existen sistemas de tipo demagógico y otros que son de estilo democrático. Que ocurren tanto en gobiernos de izquierda o de derecha. En esto hay gran confusión. Los medios, en general, consideran a los sistemas demagógicos como totalmente malos, mientras que a la democracia se le considera, prácticamente de entrada, como un sistema bueno.
Aclarando: un gobierno demagógico puede tener las mejores intenciones y buscar lo mejor para su pueblo. Eso no le quita lo demagógico. No es una cuestión de intenciones. Es muy raro encontrar quien, permanentemente, tenga intenciones malévolas respecto a su pueblo. Y algo parecido ocurre con las democracias, donde supuestamente todo debe ser bueno, aceptado por todos y de buena voluntad. También es cierto que hay demócratas que ejercen la llamada tiranía de las mayorías, que evitan tener controles. La diferencia está en algo más fundamental.
El aspecto más importante no es si el pueblo acepta o si está feliz con un sistema. Eso no los convierte en demagógicos o democráticos. Hay ejemplos muy cercanos. Por poner uno, hubo un tiempo durante el cual, una porción relevante de la población mexicana estaba muy contenta con el sistema del PRI. Tampoco se puede medir por encuestas de popularidad. Muchos demagogos han sido y son enormemente populares.
Lo fundamental es: ¿Cuál es el lugar que tiene el ciudadano en estos sistemas? En principio, si nos vamos a la etimología, la demagogia es un sistema donde un grupo conduce a los pueblos, de acuerdo con las ideas de quien los conduce. Los dirige un grupo minoritario que les dice qué debe hacerse. Y les maneja, por manipulación, por convencimiento, por presión o temor, a seguirlo de determinada manera. O por amor o conveniencia. Se le dice al pueblo por dónde se debe ir. Y eso no entra en discusión. Mientras que en la democracia es el ciudadano quien le dice al gobierno qué es lo que debe de hacer. Me dirá usted, y tendrá mucha razón: “si esto es cierto, verdaderamente hay pocas democracias auténticas”. De acuerdo con usted. Ese es el asunto.
Esto se nota, sobre todo, en los grupos de tipo fascista, donde el título del dirigente tiene una connotación de conductor. Hablamos del Führer, del Duce o del Caudillo. O del “Padrecito de los pueblos”, como le decían a Stalin. Habitualmente, hay alguien que es quien dirige, quien conduce al pueblo por donde debe de ir.
¿Quién manda, el ciudadano común o el dirigente? Lo más importante es que, en los sistemas demagógicos, se está tratando al ciudadano como un menor de edad. Y no se está respetando el hecho de que todos los ciudadanos somos adultos. No se acepta que el ciudadano no requiere ser conducido, sino totalmente al revés: es la ciudadanía la que tiene que conducir al gobierno de acuerdo con sus necesidades. Amiga, amigo: verdaderamente, ¿usted siente que la clase política le trata como adulto?
Te puede interesar: ¿Necesitamos comisiones de la verdad?
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyo