Necesitamos un baño de bondad

No podemos cerrar los ojos a los horrores que están cometiéndose. Cada vez son más depravados y lo peor es que nos vamos acostumbrando y la sensibilidad se anestesia. Eso es escalofriante, pero sucede y necesitamos poner un freno de inmediato. Este no es el mundo que deseamos y lo peor es que los pequeños pueden verlo normal, sólo esto han visto.

Todas las personas, todas, experimentamos la tensión de vivir entre el bien y el mal. Generalmente el bien es cuesta arriba y el mal cuesta abajo. Por lo tanto, concluimos que por ese motivo el mal lleva las de ganar, pero eso es un error. No podemos olvidar la tendencia natural de buscar lo mejor, aunque suponga mucho esfuerzo, y lograrlo es el deseo de quienes nos aman, por eso nos ayudan.

De allí la importancia de convivir con quienes verdaderamente nos quieren, los miembros de nuestra familia, las verdaderas amistades y quienes nos prestan buenos servicios como los maestros, los consejeros o aquellos que dan buen ejemplo pues toman en serio sus deberes, han adquirido virtudes y las conservan.

Pero la realidad contundente de que el bien triunfa es porque lo bueno es real, existe. El mal es una carencia no existe en sí. Por eso se deben evitar los descuidos y por ellos perder lo bueno. Lo peor es dejarnos llevar por la pereza esa es la carencia, ese es el mal que evita el esfuerzo de adquirir el bien. ¿Quedó claro?

De hecho, la pareja original de quien proviene toda la humanidad, fue creada buena y para realizar el bien, pero en un momento determinado dudó de la conveniencia de esa conducta y la transgredió. Desde ese momento abrió la puerta al mal, experimentó la lucha entre realizar lo debido o conducirse de otro modo. Todos los descendientes vivimos en la disyuntiva entre el bien y el mal.

La bondad es el calificativo para quienes no sólo hacen el bien, sino desean que los demás también lo hagan. Por ese motivo, muchas veces les ayudan con medios adecuados para que puedan vencer los obstáculos y efectivamente lleven a cabo sus propósitos.

También se pueden calificar a otras criaturas de buenas cuando tienen las cualidades para dar el servicio que les es característico.

La experiencia nos comprueba la realidad de estar continuamente decidiendo entre cumplir las obligaciones o no cumplirlas, entre respetar las propiedades de los demás o quitárselas injustamente, y semejantes a estos ejemplos hay infinidad de disyuntivas. Unas nos dañan otras dañan a los demás porque somos criaturas que viven en sociedad.

Sin embargo, toda mala acción, aunque de momento sólo se realice en un sitio reducido, a la larga también afectará a los demás por la difusión del mal ejemplo, y porque se puede promover el vicio que obscurecerá el modo de realizar el bien, e instalará al menos por un tiempo la disposición de hacer el mal.

La participación ciudadana la realizamos todos por medio de nuestra conducta. Es verdad que es necesario que algunas personas tengan más relevancia porque se dedican profesionalmente a ocupar cargos necesarios para conducir la sociedad. Pero eso no exime de la responsabilidad a cada uno.

La manera práctica de ser buen ciudadano es empeñarnos en contrarrestar los vicios adquiridos o las debilidades naturales. La manera de lograrlo es proponiéndonos fortalecernos para hacer el bien, esto equivale a cultivar las virtudes. Y al estar pendientes de actuar con veracidad, justicia, respeto, paciencia, comprensión o del modo adecuado según el caso, provocamos un auténtico baño de bondad.

Cuando otras personas advierten una conducta así, tal vez se inspiren y la imiten. De ese modo se multiplicará la cercanía, el respeto, la justicia y todo aquello que mejore la vida en sociedad.

Este es el mejor modo de contrarrestar tanta mentira, injusticia, agresividad y otras degradaciones de las que todos nos quejamos.

No lo olvidemos, nuestra disyuntiva está en fomentar el bien o el mal. Y aquello que sembremos crecerá tarde o temprano.

Por ejemplo, somos testigos de las mentiras constantes de nuestros gobernantes. Algunos hacen bromas, otros se molestan, pero al tiempo nos acostumbramos y los peor es que podemos imitar. Entonces el deterioro se multiplica y lo más perjudicial es olvidar que podemos y debemos rectificar. Si no reaccionamos permitimos la corrupción y todos somos culpables.

Lo mismo sucede con los robos y hasta se puede llegar a tener admiración por la sagacidad ante el modo de proceder de los ladrones. Esta desviación es tremenda y peor lo es si un comentario así lo escucha un pequeño pues crecerá totalmente confundido.

También la falta de respeto a la vida humana es gravísima. Se desprecia el imperativo de no matarás. Y todo puede empezar con un desprecio a alguien y llegar a concluir que es un inservible de segunda categoría. O no admitir el natural proceso de gestación y hablar de “un producto”, etcétera. Todo empieza por poco: un golpe, una mutilación, hasta verdaderas carnicerías. Es escalofriante, pero urge un “hasta aquí”. Necesitamos poner un alto definitivo.

Revisar qué causamos con nuestro trabajo, elevamos a las personas o las degradamos al fomentar la pereza, la gula, la lujuria.

Y cada uno hemos de responder ejercitándonos en las virtudes: todas. Basta de culpar a los demás, necesitamos asumir nuestra propia responsabilidad. El anonimato es una cobardía.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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