¿La mujer es profamilia?

La humanidad debe su supervivencia a la elección que las mujeres hacen no sólo para acoger a los niños, sino para criarlos para que sean virtuosos y auténticamente humanos.


diferencias


Hasta hace muy poco tiempo, sin lugar a dudas, la mujer era el sostén moral de la familia, e incluso, cuando faltaba el respaldo del varón, ella con una autoridad bien ganada y con toda la fortaleza de que es capaz, ponía todas sus fuerzas para sacar adelante económicamente el hogar. Tampoco ese modo de actuar lo cuestionaba, era algo de su propia incumbencia y asumía esa responsabilidad.

Las diferencias entre hombre y mujer son evidentes desde la biología y la psicología. En el aspecto espiritual, cuya amplitud se mide de otro modo al aspecto corpóreo, las capacidades son más semejantes. Las diferencias corpóreas en primera instancia se miden cuantitativamente, las diferencias espirituales se miden cualitativamente. En el aspecto cuantitativo el hombre es más potente. En el aspecto cualitativo ambos son semejantes.

Lo expuesto en el párrafo anterior, puede demostrarse con dos asuntos cotidianos. En las competencias deportivas son evidentes los diferentes alcances, por eso los equipos están separados, los hombres tienen marcas superiores a las de las mujeres. En concursos para optar a becas de estudios, pueden competir tanto mujeres como varones, lo cuantitativo no es prioritario como en los deportes, sino lo cualitativo, y en este caso las oportunidades son equiparables.

Durante siglos, las evidencias en las diferencias y en las semejanzas entre hombres y mujeres, de manera natural, delimitaron los campos de desempeño.

Esa distribución, en principio, buscaba los beneficios mutuos. También las aptitudes distintivas. Así, es lógico que los grandes navegantes hayan sido varones. Ante lo desconocido y los riesgos de la flora y la fauna, o las inclemencias del tiempo, el hombre podía salir mejor parado de esos peligros. La mujer quedaba en la casa, ámbito seguro para ella, protegida por quienes la conocían y en espera del regreso del varón, con los trofeos ganados en las correrías o en las batallas.

Asuntos resueltos con sentido común, como se ha dicho. Entonces no aplicaban los calificativos contemporáneos de discriminación, opresión, machismo, porque no se daban como sistema. Es cierto que como en toda época, existen buenas personas que cumplen sus promesas y sus obligaciones. También como en toda época hay personas violentas que abusan de los más débiles, personas que huyen de sus obligaciones y dejan abandonados a quienes prometieron su apoyo.

Desde siempre, la biología ha señalado al varón como padre y a la mujer como madre. El mismo cuidado de la prole exige más cercanía de la madre que la del padre. La madre amamanta, el padre no. No es discriminación, ni opresión, ni machismo, es el sentido común aplicado.

En el momento en que las relaciones femeninas y masculinas se interpretaron bajo la postura maniquea, en donde hay dos campos enfrentados y uno es bueno y el otro malo. Todo se juzgó desde la óptica de lucha. Ya no aparecía la oportunidad de diálogo y acuerdos. Todo se complicó sin dar oportunidad al entendimiento. Negaron la realidad de que en todo campo hay bien y mal. El hombre salió perdiendo.

Actualmente la mujer, con excepciones, ha abandonado el hogar, muchas veces haciendo gala de haberse “liberado”, otras veces, permanece en la casa, pero a regañadientes, en espera de que aparezca alguna actividad donde pueda intervenir y justificar su ausencia.

Si nos detenemos a pensar en los cambios, lo lógico es sorprendernos ante el abandono de una actividad para la que ellas están tan dotadas. La han realizado muy bien y siempre se les ha reconocido y admirado por eso. Y, salvo excepciones, ellas lo disfrutaban y defendían como un terreno propio, desde el que tenían una influencia innegable.

Es cierto que los sistemas de gobierno las excluían del mundo civil. Aunque por circunstancias innegables, no pocas tuvieron protagonismo. La historia nos habla de grandes reinas, de grandes consejeras, de grandes abadesas, de grandes educadoras y científicas…

Recientemente el exrepresentante de la Santa Sede en la ONU, el arzobispo Bernardo Auza, con acierto dejó muy clara esa realidad al expresar las siguientes ideas: toda la civilización tiene una deuda impagable de gratitud con las contribuciones menos crónicas o incluso desconocidas de las mujeres que han dado forma a las civilizaciones, como el silencioso pero constante flujo de aguas profundas que dan forma a los ríos. La humanidad debe su supervivencia a la elección que las mujeres hacen no sólo para acoger a los niños, sino para criarlos para que sean virtuosos y auténticamente humanos.

En la actualidad, aún quedan mujeres con la convicción de la importancia de su presencia en el hogar. Aunque las luchas por ocupar un sitio reconocido en la sociedad civil, las sigan requiriendo en las calles. Los logros no están completos, todavía faltan aspectos importantes para alcanzar la justicia plena. Los esfuerzos y las luchas arduas y dolorosas, tienen que obtener el pleno reconocimiento. Por ejemplo, la equidad salarial.

Otras mujeres sí han perdido el rumbo. La ideología del feminismo las ha subyugado e interpretan el trabajo en casa como una especie de tiranía impuesta por los varones. Pero no se detienen solo en ese aspecto, reniegan de la maternidad, del cuidado de los hijos y de las labores domésticas.

Ya se nota en el deterioro de la sociedad la falta de la presencia de la mujer en la casa, en la educación de los niños y los jóvenes. Los desmanes y la inseguridad tienen mucho que ver con esa ausencia. Bastantes jóvenes ya no tienen una buena imagen del hogar.

Muchos de los legisladores que proponen el control natal, el aborto, la eutanasia y el divorcio exprés, probablemente son fruto de la desintegración familiar. Lo mismo las mujeres que ven en esas soluciones su liberación y progreso.

Qué lejano queda el preámbulo del tratado del año 1981, en la ONU, donde planteaban la eliminación de cualquier tipo de discriminación contra la mujer, y señalaban la necesidad del reconocimiento pleno de la gran contribución de ellas al bienestar de la familia y al desarrollo de la sociedad.

¿Podrán todas las mujeres recuperar su imprescindible papel profamilia y coordinarlo con el ya ganado papel en la sociedad?

¿Cuál es el ideal de la mujer del siglo XXI? ¿Una mujer resentida, amargada y vengativa o una mujer dolida pero capaz de perdonar y de asumir su papel de esposa, madre y educadora?

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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