¿Y cuál es el problema?

A poco más de un año de concluir su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador no deja de sorprendernos con el aumento constante y permanente de su cinismo.

Cuestionado por los privilegios del general Luis Cresencio Sandoval, secretario de la Defensa Nacional (Sedena), y su familia, evidenciados por el hackeo de Guacamaya Leaks, la respuesta del tabasqueño dejó a muchos sin palabras y con una enorme indignación, pero también con frustración ante la falta de escrúpulos de quien se niega a la rendición de cuentas.

Un enfático y cada vez más enojado López Obrador sentenció: “…y qué, ¿cuál es el problema?”. Le respondo:

El problema, presidente, es el manto protector de la impunidad con la que cubre a los suyos: parientes, amigos y miembros de su gabinete, que forman su círculo de complicidad en todas sus corruptelas.

El problema, presidente, es que la desfachatez es inconcebible en quien debiera ser un jefe de Estado y se ha convertido en el patriarca de una secta que, ciegamente y sin medir el daño que ocasionan, sigue sus órdenes.

El problema, presidente, es que los viajes del general y su familia están pagados con recursos públicos y ese privilegio -el de viajar con toda la parentela- no lo tiene el pueblo uniformado que dice usted proteger. Con todas las filtraciones a las que ha tenido acceso la opinión pública, nos resulta un despropósito conocer que “las tareas de inteligencia” que asigna el secretario a sus subordinados, son las de “contratar al mejor guía de turistas para viajar a Italia”. Total, la información sobre las rutas que usa el crimen el organizado para la producción y distribución del fentanilo puede esperar.

El problema, presidente, es que son inmorales las licencias de impunidad que otorga a los miembros de su gabinete y tienen consecuencias trágicas para los mexicanos:

En salud, lo que usted le permitió al secretario de Salud, Jorge Alcocer Varela y al responsable del manejo de la pandemia de COVID-19, Hugo López Gatell, tiene a cerca de 750 mil hogares enlutados, porque su ineficiencia en el sector llenó de tumbas los panteones de México, entre ellas, las de miles de niños y niñas que no tuvieron sus medicamentos y quimioterapias a tiempo y que usted ha calificado, junto con sus padres, de “golpistas que quieren desestabilizar su gobierno”.

En seguridad, su fallida estrategia de “abrazos y no balazos”, en la que Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad Pública, no repara en apoyar, lo que nos tiene con seis de las 10 ciudades más peligrosas del mundo y con más de 150 mil homicidios dolosos. ¡Qué decir del aumento de otros delitos y del avance del crimen organizado que paraliza a más de dos terceras partes de México!

El problema, presidente, es que, con el pretexto de la defensa de la soberanía, su secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, sin parpadear, se presente en la conferencia matutina y mienta sobre la deuda que adquirió nuestro país, en la “super ganga” de 6 mil millones de pesos para comprar 13 plantas de Iberdrola.

El problema, presidente, es que usted no tiene empacho en destruir todas las instituciones que no se rinden ante el poder ejecutivo y, con ello, busca justificar todos los actos de corrupción que se cometen en el nombre de la transformación. Lejos han quedado -aunque sean parte de su narrativa cotidiana- los postulados con los que se hizo de la Presidencia de la República: “no mentir, no robar, no traicionar”.

Lejos también está “el mandatario valiente” que prometió enfrentarse a “la mafia del poder”, con la que hemos visto, se siente muy cómodo. Usted ha demostrado en estos cuatro años, que la conferencia matutina es su zona de confort, porque es un escenario en el que mantiene bajo su control: invitados, temas, preguntas y halagos, preparados por sus cercanos, para que “el señor no se incomode”, aunque para su desgracia -y lamentablemente también para los mexicanos-, la realidad se encarga de enfrentarlo todos los días.

El problema de fondo es que México se quedó sin presidente a partir del 1 de diciembre de 2018, porque el electo decidió desechar la investidura presidencial y las consecuencias están a la vista. El dolor, la decepción y la desesperanza son iguales que la frustración y el enojo de los mexicanos, al ver que de nada sirvió el bono democrático que le fue otorgado en las urnas. ¡Vaya desperdicio! ¡Vaya desgracia!

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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