No tienen remedio

En distintos foros y espacios tradicionales o virtuales, los seguidores y autodenominados “defensores” de la ausente transformación para beneficio de la vida pública continúan con la narrativa y el síndrome de la persona incomprendida que, a pesar de pretender no darse cuenta de lo que hoy vivimos y saber que las cosas van de mal en peor, actúan con plena convicción de que la culpa es de quienes no apoyan su proyecto y son ellos los que provocan el descarrilamiento y desastre nacional, comportamiento que se reproduce en cascada -empezando por el “jefe máximo” de su secta- en ese horizonte de cinismo corrupto y manipulador, renuente a asumir responsabilidades y rendir cuenta de sus actos. No ven, no escuchan y no sienten, a conveniencia, el dolor ni el sufrimiento ajeno.

Me explico. En infantiles actos de revanchismo político, los cuatroteístas acusan a la oposición de que solo se queja de la constante crítica que hace el presidente al pasado y al presente neoliberal, de su pausada y en las más de las veces incorrecta expresión oral, del uso excesivo que hace de muletillas para justificar las irregularidades y los fracasos de sus decisiones, los abusos y excesos de la clase política que protege y encabeza desde hace casi tres décadas, o al uso electorero de recursos públicos en nombre del “bienestar del pueblo”.

Utilizan la evasión, las tácticas dilatorias, las descalificaciones, los insultos y las mentiras como respuestas ante la explosión de problemas por todos los rincones de México. Se niegan a aceptar que todo, absolutamente todo, radica en la evidente incapacidad que esta administración ha demostrado para gobernar.

Lo cierto es que han guardado silencio ante la incontrolable adicción presidencial de imponer su pensamiento con cargo a la hacienda pública, aún y cuando ha comprometido e hipotecado el patrimonio nacional de varias generaciones.

No voy a detallar lo que implica la pretensión gubernamental de incrementar la deuda pública tal y como se presenta en el paquete económico 2024, puesto que todavía no se aprueba por las cámaras legislativas, lo cual deja un pequeño margen para que los legisladores asuman la responsabilidad que les corresponde. Es difícil que los morenistas y sus aliados tengan alguna manifestación de rebeldía ante el mandato presidencial, más cuando están en juego jugosos réditos electorales (puestos y presupuestos), pero siempre es posible un acto de sensatez cuando se compromete el futuro hasta de los suyos.

Solo vale la pena dejar claro que, por desgracia, dejar atrás todo viso de endeudamiento es una más de las promesas incumplidas del tabasqueño y sus amnésicos seguidores, porque de algún lado seguro saldrán las extorsiones, hoy conocidas como aportaciones, para mantener en pie el endeble bastón de mando. Esto significará, para todos, cargar, sin saberlo, con una herencia irresponsable y perversa que alcanzará a varias generaciones, al corroborar que como el gasto ya no les “ajusta”, ahora hay que pedir prestado. Resalto que esta medida ni siquiera fue opción durante los momentos más críticos de la pandemia -ahí están los resultados dolorosos y fatales que enlutaron al país-, pero sí se pretende hacer para invadir el espacio público con la imagen (espectaculares, bardas, artículos promocionales) de la heredera y responsable del continuismo oficialista. Eso es no saber gobernar, eso es aplicar fórmulas que se criticaron en el pasado para lucrar electoralmente y desbalancear la contienda del 2024. Hay dados cargados al presupuesto.

Pero me regreso a la necesidad presidencial de imponer su pensamiento como forma de gobierno por encima del bien común. Ahí están las obras de infraestructura sin concluir, inauguradas para beneplácito de una camarilla dispuesta al aplauso inútil, que se empeña en pregonar la efectividad de una refinería que lo único que ha producido son llamados de auxilio ante las recurrentes inundaciones, lástima que el objetivo sea refinar crudo y no agua; un aeropuerto que carece de conectividad y, por lo mismo, solo acumula pérdidas -tal y como lo reporta la prensa, ahí lo único que despega de manera constante es el comercio informal de alimentos y lo que aterriza es la frustración de la clase gobernante que ya no sabe cómo obligar a las aerolíneas comerciales a mudarse y utilizar ese aeropuerto que es poco funcional para el modelo de competitividad; así como la puesta en marcha, por tramos, del Tren Maya y del Interurbano México-Toluca, todos ellos actos de propaganda gubernamental que solo indican que son lo que tanto criticaron, pero con un sobrecosto criminal.

No saben gobernar y eso se refleja en nuestros acotados derechos y libertades, en donde ser presidenta municipal conlleva el riesgo de ser secuestrada, ejercer el periodismo es un peligro, ser joven puede acabar en una fatalidad o, sencillamente, salir de casa puede implicar una amenaza latente. La verdad les duele y los altera, porque no tienen forma de defender los juicios temerarios ni la sed de venganza en contra de sus críticos, pero sí están llamados a responder al recordatorio de expiaciones y purificaciones a los que se someten por la voluntad suprema de su patriarca. Nada de eso cuenta, no tienen remedio, no saben gobernar.

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