¿Y la visión de los vencidos?

La oposición fue arrinconada por la cantidad de votos que recibió AMLO, pero estar en un rincón no significa estar mudos: se pude gritar, señalar y convocar desde un rincón.


AMLO a un año de las elecciones


A un año de las elecciones hay muchas preguntas: ¿Cómo llegamos a esto? ¿A qué hora se votó para ir en contra de lo hecho, de lo avanzado –por poco que fuera– en más de treinta años? ¿En qué momento se dijo que desparecerían las becas a estudiantes, los apoyos a la ciencia y la cultura, que se iban a destruir las instituciones, sean buenas o malas? No se sabe, esas preguntas no estaban en la boleta, pero fue evidente hace un año que se votó por un cambio y que ese cambio, para bien y para mal, lo representó Andrés Manuel López Obrador.

Sobre el triunfo de AMLO se han escrito, y se escribirán, sobretodo en estos días, muchas cosas pero ha hecho falta la “visión de los vencidos”. Pocas cosas empobrecen tanto la vida pública como la falta de vergüenza política para decir en qué se falló. A la fecha, el segundo lugar de esa elección sigue escondido, como si se hubiera robado algo y el tercer lugar escribió una servilleta que entusiasmó a muchos, pero después él solito regresó al desencanto.

La oposición fue arrinconada por la cantidad de votos que recibió AMLO, pero estar en un rincón no significa estar mudos: se pude gritar, señalar y convocar desde un rincón. El problema es que la oposición institucional apenas va encontrando palabras y modos ante un modelo de comunicación que apabulla con su verborrea. Pero el problema mayor es que la oposición está atrapada en sus propias culpas, en su corrupción, en su pequeñez moral, en su carencia de ideas y de personalidades.

A lo mejor por eso no tenemos la “visión de los vencidos”, y mientras no se dé será difícil avanzar porque la narrativa de la contienda la trae el triunfador y él dice por qué perdieron los otros. Decir lugares comunes como “nos distanciamos de la ciudadanía”, “ no supimos estar a la altura del malestar ciudadano”, no ayuda en nada; al contrario la falta de honestidad, de autocrítica, son cosas que forman parte de la vida cotidiana de los partidos y que irritan a los ciudadanos.

Me parece que el pleito intestino en el PAN llegó tan lejos que su división no le permitió –y a la fecha sigue igual– más que volverse un espacio para el revanchismo personal. Los odios entre calderonistas y anayistas llegaron al nivel que en el PAN prefirieron meter a la campaña de Anaya a los enemigos de Calderón para hablar mal del último gobierno panista. ¿Qué representaban entonces? Nada, una oposición frágil que pensaba en que no la criticaran las columnas políticas y que no sabía cómo presentarse ante el electorado; una oposición quesque intelectualizada, que se sentía aspiracional por lo que fue incapaz de ofrecer algo ante la indignación.

Nunca sabremos si José Antonio Meade fue un candidato bueno, malo o regular. La pesada losa del PRI sepultaba cualquier posibilidad. Ni Gandhi hubiera pasado por buena persona abanderando al priismo en 2018. El PRD decidió entrar al panteón de la mano de un frente que nunca entendió nada que no fuera conservar un espacio, aunque fuera pequeño, en la clase política nacional. Por su parte, las ONG más visibles no se cansaron de patear a las opciones liberales y ahora se espantan del monstruo que salió de sus propias condenas. El año pasado tanto hablamos mal todos de todos que el que cosechó fue el que lo dijo primero y desde afuera: López Obrador.

A un año de esa victoria seguimos a la espera de la “visión de los vencidos”. Mientras no exista esa visión quedarán las palabras del ganador: los fífís, los hipócritas, los corruptos, los neoliberales…

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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