No más violencia política en razón de género

Participar en el ámbito político implica demostrar que las habilidades, el talento y las capacidades para tomar decisiones con rumbo, con dirección y de manera eficiente, no tienen género.


Discriminación género


En la Cámara de Diputados aprobamos, el jueves pasado, reformas a diversos ordenamientos para tipificar la violencia política en razón de género, tema en el que muchas mujeres hemos dado la batalla -entre ellas la diputada Lucero Saldaña- y trabajado desde legislaturas anteriores, para tener un andamiaje jurídico que reconozca este tipo de violencia.

Existen casos documentados sobre la violencia y la discriminación que se ha ejercido en contra de las mujeres que accedemos a la vida política, a tal punto de querer anular nuestros derechos civiles y políticos. Para nadie es desconocido que muchas candidatas a gobernadoras, legisladoras, alcaldesas y regidoras hemos vivido en carne propia las consecuencias, a veces invisibles, de esa política violenta que lastima. Y aún hoy hay quienes dicen que esto no existe, que en política todo se vale y que si queremos igualdad, debemos tolerar todas las expresiones que nos dañan. La realidad es más compleja, porque esta violencia ya es tan común, tan cotidiana, que ahora se justifica en una “perversa normalidad”, que de manera inconsciente no pretende ni ofender ni lastimar, como si escuchar el insulto o soportar la diatriba fuera una obligación por el hecho de estar en el ámbito político.

Nos enfrentamos a la cultura machista que desacredita, siembra duda, cuestiona estaturas políticas, pertenencias a grupos, y además ataca, hasta poner en riesgo nuestra integridad física, personal y familiar. En este círculo de códigos silenciosos que dan por sentado los hechos, siempre se cuestiona el cómo ascendemos al poder y la explicación más fácil cae en señalamientos como: “Ella está para hacer lo que diga fulano… o la puso Sutano… es amiga o amante de Perengano”. Hasta sufrimos violencia por cosas tan irrelevantes para la Patria, como es el vestido, el peinado, el calzado, si estás robusta o delgada, si te operaste o te aplicaste poco o nada.

No importan las aptitudes ni las capacidades para definir conceptos, sustentar razonamientos o defender posicionamientos. Incursionamos en este terreno con las reglas del juego hechas, escritas y definidas por los varones. Por eso es que nos toca trabajar el doble para conseguir la aprobación de lo que es público; trabajar el triple para obtener el voto de confianza entre pares y, trabajar exponencialmente, para disipar las dudas ante las infamias o las críticas destructivas que generalmente se refieren a nuestro ámbito privado. Lo cierto es que las mujeres que destacamos en la política y lo hacemos con pasión, en muchas ocasiones nos convertimos en voces incómodas, conflictivas para otros, que no se ajustan, no se someten o no cumplen con el rol que históricamente nos han asignado.

En cualquier foro, tribuna o espacio, podemos ser señaladas, calumniadas, desacreditadas, desvalorizadas, desprestigiadas, minimizadas, insultadas, linchadas digitalmente, apuñaladas por expresiones que hieren y, a veces, matan. Hasta puede ser que funcionarios públicos y representantes populares reconozcan haber dañado la dignidad de las mujeres, pero sin recato alguno han dicho que eso no importa, porque acusan que no se vale escudarse detrás de la violencia de género para conseguir propósitos determinados.

La violencia política no se ve, pero cómo se siente, estoy segura que Sonia Mendoza, Xóchitl Gálvez, Luisa María Calderón, aún se estremecen como yo, cuando repasamos nuestro camino tan complejo, incierto y doloroso en las contiendas a las gubernaturas de nuestros estados.

Después de muchas batallas, muchos obstáculos y miles de pretextos, apenas alcanzamos la paridad y hoy, hablar de violencia por cuestión de género, remite al falso debate de si es una batalla de odio en contra de los hombres. Nada más alejado de la realidad. Participar implica demostrar que las habilidades, el talento y las capacidades para tomar decisiones con rumbo, con dirección y de manera eficiente, no tienen género; lo que sí requerimos son condiciones de igualdad. Queremos que se reconozcan nuestros derechos y nuestros esfuerzos, aunque el auténtico reconocimiento no se ha traducido necesariamente en dejarnos actuar con libertad. No olvidemos que el trabajo colectivo, respetuoso de las diferencias y las coincidencias entre pares, entre mujeres y hombres, con los mismos derechos y obligaciones, debe impulsarnos a dar mejores resultados para las y los ciudadanos.

Hago un llamado a frenar esta violencia política que busca aislar, acusar, anular, lastimar, inhibir, callar, obstruir, castigar, hundir, detener, maltratar, menospreciar, menoscabar, impedir y silenciar nuestro actuar. Hay que limpiar ese camino y evitar ese dolor humano.

La inclusión de la violencia política en razón de género en varias leyes garantiza la procuración y respeto de los derechos políticos electorales de todas las mujeres en este presente y castiga el abuso y la arbitrariedad. Ya se dio el primer paso: poner un alto con la ley en la mano. Es momento de frenar las violencias y trabajar por condiciones de igualdad. No se trata de que nos cedan el asiento; se trata de que no regateen que tenemos y contamos con uno propio.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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