La cultura maya es uno de los cimientos más profundos de la historia mexicana. No sólo por la monumentalidad de sus ciudades antiguas o por el asombro que aún provocan sus conocimientos científicos, sino porque su herencia sigue presente en comunidades, lenguas y territorios que forman parte del México contemporáneo. Bajo esa premisa se instituyó el Día Nacional de la Cultura Maya, una conmemoración oficial que busca reconocer no sólo una civilización del pasado, sino una cultura viva que continúa influyendo en la identidad nacional.
El Senado de la República estableció el 21 de diciembre como fecha conmemorativa por su carga simbólica. Para el mundo maya, los ciclos solares y el movimiento de los astros eran elementos centrales para organizar la vida social, agrícola y ritual. La elección de este día remite a esa relación profunda entre el conocimiento astronómico y la concepción del tiempo, uno de los rasgos más sofisticados de la civilización maya. El objetivo, según los propios argumentos legislativos, fue dar visibilidad a la relevancia histórica, cultural y científica de los pueblos mayas y fomentar su reconocimiento dentro del Estado mexicano.
Hablar de la grandeza maya implica ir más allá de las pirámides que hoy atraen a millones de turistas. Durante siglos, los mayas desarrollaron complejas ciudades-estado con sistemas políticos, religiosos y económicos altamente estructurados. Sitios como Chichén Itzá, Uxmal, Calakmul o Cobá no fueron asentamientos improvisados, sino centros urbanos planeados con base en observaciones astronómicas, conocimiento matemático avanzado y una relación estratégica con el entorno natural. Investigaciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y de la UNESCO documentan que los mayas utilizaron el concepto del cero, diseñaron calendarios de gran precisión y desarrollaron uno de los pocos sistemas de escritura completos de América prehispánica.
Ese conocimiento no estaba aislado del entorno social. La ciencia maya servía para organizar la producción agrícola, legitimar el poder político y estructurar la vida comunitaria. Hoy, parte de esos saberes —como el manejo del agua, la adaptación al clima o el uso del territorio— son retomados por investigadores que buscan respuestas a problemas contemporáneos como el cambio climático y la sostenibilidad.
Sin embargo, uno de los mayores errores en el imaginario colectivo es pensar que los mayas desaparecieron. Lejos de ello, la cultura maya sigue viva. En el sureste del país, particularmente en Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas y Tabasco, cientos de miles de personas hablan alguna lengua maya y mantienen prácticas culturales, comunitarias y espirituales heredadas de generaciones anteriores. Datos del INEGI confirman que el maya es una de las lenguas indígenas con mayor número de hablantes en México, aunque su preservación enfrenta riesgos crecientes.
La realidad actual de las comunidades mayas dista del reconocimiento simbólico que se les otorga en fechas conmemorativas. A pesar de habitar regiones de enorme riqueza cultural y natural, muchos pueblos mayas enfrentan pobreza, falta de servicios básicos, rezagos educativos y procesos de discriminación histórica. A ello se suman las tensiones provocadas por proyectos de desarrollo turístico e infraestructura que, en distintos momentos, han generado conflictos por el uso del territorio, el acceso al agua y la preservación del patrimonio biocultural.
Organismos internacionales y medios de comunicación han documentado cómo, en nombre del crecimiento económico, comunidades mayas han denunciado la falta de consultas efectivas y la escasa participación en decisiones que afectan directamente su entorno. Para muchas de ellas, el patrimonio no es un atractivo turístico, sino un espacio de vida, memoria y espiritualidad.
En ese contexto, el Día Nacional de la Cultura Maya cobra un significado que va más allá de la celebración. Conmemorar esta fecha implica reconocer una contradicción persistente: México se enorgullece de una de las civilizaciones más avanzadas de la historia, pero aún tiene una deuda estructural con los pueblos que heredaron ese legado. Especialistas en derechos indígenas coinciden en que preservar la cultura maya no puede limitarse a proteger zonas arqueológicas, sino que requiere políticas públicas que fortalezcan las lenguas originarias, garanticen derechos territoriales y promuevan un desarrollo verdaderamente incluyente.
La identidad nacional mexicana se construyó, en buena medida, a partir de sus raíces indígenas. Reconocer a la cultura maya como parte viva de esa identidad implica asumir responsabilidades concretas. No se trata sólo de recordar el pasado, sino de asegurar que ese legado tenga futuro. La conmemoración adquiere sentido cuando se traduce en respeto, reconocimiento y acciones que permitan a las comunidades mayas decidir sobre su propio destino.
El 21 de diciembre no es, entonces, una fecha decorativa en el calendario cívico. Es una oportunidad para repensar la relación del país con uno de sus pilares culturales más profundos y para entender que la grandeza de la civilización maya no reside únicamente en lo que fue, sino en lo que aún sigue siendo.
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