Cada 2 de diciembre, el mundo conmemora el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, una fecha que pareciera evocar capítulos superados de la historia. Sin embargo, al mirar con honestidad nuestro presente, descubrimos que las cadenas nunca se rompieron del todo: solo cambiaron de forma. La esclavitud persiste en las sombras de la economía global, en redes criminales, en plataformas digitales y en los márgenes de la pobreza extrema.
La reflexión va más allá de un acto de memoria. Implica asumir una responsabilidad ética: preguntarnos por qué, a pesar de ser el siglo de los derechos humanos, millones de personas siguen viviendo sin libertad. Para quienes creemos en la dignidad humana desde una raíz cristiana —esa certeza de que toda persona es imagen de Dios—, la esclavitud no es solo un delito: es una herida espiritual y social.
Contexto histórico y social: de la esclavitud legal a la esclavitud escondida
La esclavitud fue formalmente abolida en la mayoría de los países entre los siglos XIX y XX. México lo hizo en 1829 bajo el mandato de Vicente Guerrero. Pero organizaciones como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la ONU advierten que la esclavitud moderna es incluso más numerosa que la esclavitud histórica.
Según el Global Slavery Index 2023, 50 millones de personas viven hoy bajo alguna forma de esclavitud moderna, incluyendo matrimonio forzado, trabajo forzoso, trata y explotación sexual.
La OIT reporta que 28 millones sufren trabajo forzoso, 22 millones matrimonio forzado y 6.3 millones explotación sexual.
En México, cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública registran que cada día se abren entre 6 y 10 carpetas de investigación por trata de personas, pero organizaciones civiles como Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas estiman que solo se denuncia el 1% de los casos.
La esclavitud sigue viva en distintas formas:
- Explotación laboral: jornaleros, trabajadores domésticos, migrantes y empleados informales.
- Explotación sexual, especialmente de mujeres, adolescentes y niñas.
- Tráfico de migrantes, que se convierte en trata cuando hay engaño, coerción o explotación.
- Esclavitud infantil, desde mendicidad forzada hasta trabajo agrícola extremo.
- Deudas impagables, salarios retenidos, documentos confiscados, amenazas.
Esto no es teoría. Son realidades vividas por personas como María, una joven oaxaqueña de 19 años, rescatada de un bar en Tlaxcala donde la habían trasladado con la promesa de un “trabajo de mesera”. En su testimonio ante organizaciones civiles declaró: “Si me negaba, me golpeaban o amenazaban con ir por mi hermanita. No podía escapar. No podía hablar. No era dueña ni de mi propio nombre.” Su historia es una entre miles.
Desde una visión humanista la dignidad humana es inviolable. Ningún sistema económico, político o cultural puede situarse por encima de esa dignidad. El Papa Francisco lo advirtió repetidamente que “la trata de personas es una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea” y que quienes la permiten o se benefician de ella cometen “un crimen contra la humanidad”.
- Cada persona —sin excepción— tiene un valor infinito. Por eso, ninguna circunstancia económica justifica su explotación.
- Toda forma de esclavitud es una negación del propósito divino. La libertad no es un privilegio: es un derecho originario.
- La justicia no es asistencialismo: es garantizar condiciones dignas para que ninguna persona esté en riesgo de ser explotada.
- Son los más pobres quienes se vuelven presa fácil del crimen. La fe cristiana llama a ponerlos al centro.
- La lucha contra la esclavitud no es solo del Estado: es de todos. Como enseña Caritas in Veritate, de Benedicto XVI: “No hay desarrollo auténtico si no incluye la defensa incondicional de la dignidad de toda persona.”
Análisis profundo: las nuevas raíces de la esclavitud moderna
La esclavitud contemporánea prospera porque existen condiciones que la permiten:
1. La pobreza estructural: Según el Coneval (2024), 46.8 millones de mexicanos viven en pobreza. La vulnerabilidad económica empuja a muchas personas a aceptar trabajos abusivos que se convierten en esclavitud.
2. El crimen organizado: Grupos delictivos controlan rutas migratorias, bares, centros nocturnos, campos agrícolas y redes digitales donde ocurren la mayoría de los reclutamientos.
3. La cultura de la normalización: La explotación se vuelve invisible cuando la sociedad tolera salarios indignos, jornadas excesivas o abuso a migrantes.
4. La indiferencia tecnológica: Hoy, la trata se organiza por WhatsApp, Facebook, TikTok y plataformas de empleo falsas. La ONU alerta que más del 60% de los casos empiezan en internet.
5. La demanda: No hay explotación sin consumo. Y este es el punto más incómodo. Como señala la activista y sobreviviente de trata Rosi Orozco: “La esclavitud no existe porque sí; existe porque alguien paga por ella.”
La misión de la comunidad y las instituciones
En México, organizaciones eclesiales como Scalabrinianas, Cáritas, Casa Tochán, Proyecto Esperanza, y movimientos laicales trabajan con víctimas de trata ofreciendo refugio, terapias, acompañamiento legal y reintegración social.
El sacerdote scalabriniano Mauro Verzeletti, reconocido por su trabajo con migrantes, afirma: “No rescatar vidas es permitir que el crimen siga creciendo. Cada víctima liberada es una victoria para toda la humanidad.”
El Estado tiene tres tareas críticas:
- Fortalecer leyes y presupuestos México tiene una Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Trata (2012), pero su aplicación es deficiente. Estudios de la UNODC señalan que solo el 4% de los delitos denunciados llegan a sentencia.
- Cooperación internacional La trata opera en redes globales. Sin coordinación regional —especialmente con EE.UU. y Centroamérica— la persecución se queda corta.
- Atención integral a víctimas Las sobrevivientes necesitan salud mental, educación, oportunidades laborales y protección permanente. No basta con “rescatarlas”.
La esperanza y el compromiso ético
La historia muestra que los cambios profundos nacen de las convicciones éticas más firmes. La fe, la solidaridad y el amor al otro no son ideas abstractas: son fuerzas transformadoras.
En palabras del Papa Francisco: “No es posible permanecer indiferentes. Hoy, como ayer, Dios escucha el clamor de quienes están sometidos a nuevas formas de esclavitud.” El desafío es convertir la memoria en acción:
- Denunciar sin miedo.
- No consumir lo que explota.
- Apoyar organizaciones que liberan vidas.
- Exigir al Estado justicia y protección.
- Educar en valores de respeto, verdad y dignidad.
Como me dijo Héctor, un joven voluntario que acompaña a sobrevivientes de trata en la CDMX: “Una vez que ves lo que viven, ya no puedes volver a mirar hacia otro lado.”
La abolición de la esclavitud no es un capítulo cerrado de la historia. Es un campo de batalla vigente donde se juega la dignidad humana. La fecha del 2 de diciembre debe impulsarnos no solo a recordar, sino a actuar: fortalecer leyes, proteger a los vulnerables, educar para la libertad y construir una cultura donde nadie pueda ser tratado como objeto.
El llamado es claro: Mientras exista una sola persona esclavizada, la humanidad entera sigue siendo menos libre. Y México, país de fe, familia y profunda solidaridad, tiene todo para convertirse en un ejemplo de lucha y defensa de la dignidad humana.
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