En el mundo contemporáneo, los grandes eventos deportivos —y en particular el FIFA World Cup— se han convertido en poderosos motores de transformación social, cultural y económica. Más allá de los estadios llenos y los goles que se celebran, están en juego las dinámicas de turismo, inversiones en infraestructura, la revitalización urbana, la identidad colectiva y la posibilidad de un derrame económico auténtico. Este artículo analiza las expectativas y desafíos del próximo Mundial, con atención a las dinámicas globales, los efectos locales, los valores de la legalidad, la responsabilidad social y el aporte de los valores mexicanos.
Al abordar el evento desde una óptica más amplia que la mera organización deportiva, se busca comprender cómo puede impactar en la cultura ciudadana, la cohesión social, el turismo interno e internacional, el comercio, la creación de empleos y las inversiones, así como identificar qué tan sostenibles pueden ser esos efectos. También se advertirán los riesgos: desigualdades sociales, sobrecostos, planificación deficiente o ausencia de legado. Finalmente, se ofrecerán recomendaciones para que esta gran cita deportiva deje huella en beneficio del bien común.
Históricamente, la organización de un Mundial ha supuesto para el país anfitrión una combinación de grandes expectativas y significativos desafíos. Por ejemplo, en la edición de 2002 que organizaron conjuntamente Japón y Corea del Sur se estimó un impacto de 24 800 millones de dólares en la economía japonesa, lo que representó aproximadamente el 0.6 % de su PIB en ese año.
De igual modo, en un estudio reciente sobre la edición prevista de 2026 (que tendrá sedes en varios países) se concluye que el impacto económico global podría alcanzar hasta 40 900 millones de dólares en producto interno bruto adicional, además de 824 000 empleos equivalentes a tiempo completo. Otro informe calcula que en torno a 2026 se podrían generar 80 100 millones de dólares en “output económico” global, con retorno social acumulado.
No obstante, no todos los efectos han sido positivos o de largo plazo. Una revisión amplia de megaeventos deportivos señala que muchas veces los beneficios se concentran en el corto plazo, y que los riesgos —costos elevados, infraestructura poco utilizada después del evento, endeudamiento público, exclusión social— son reales. Por ejemplo, un estudio sobre la reacción bursátil del país anfitrión concluyó que los mercados no siempre asimilan positivamente la organización del Mundial: en algunos casos vieron la noticia como “mala” y generadora de costos futuros.
Para el país anfitrión, entonces, el reto consiste en ganar más que una fiesta deportiva: lograr que los efectos positivos duren, sean inclusivos y estén alineados con la legalidad, la participación comunitaria y los valores de solidaridad.
¿Qué se espera en términos de dinámicas sociales y culturales?
Turismo internacional y promoción cultural: el Mundial trae consigo inevitablemente un aumento del flujo de visitantes internacionales, lo cual abre la oportunidad de mostrar al mundo la riqueza cultural, histórica y humana del país que lo organiza. El informe de 2026 estima una asistencia total de 6.5 millones de personas. Para el país anfitrión, esto significa no solo venta de entradas, sino estadías, gastronomía, transporte, souvenirs, y un escenario global para su marca-país.
Este impulso turístico puede permitir que se promocione el acervo cultural —música, arte, gastronomía, patrimonio— en el marco de un evento que capta millones de ojos. Eso potencia la identidad nacional y puede favorecer a la industria creativa y cultural.
Turismo interno y revitalización urbana: no solo el turismo internacional: cuando el país se convierte en sede del Mundial, también se genera un estímulo importante al turismo doméstico. La emoción colectiva, la necesidad de mejorar infraestructura, transporte y servicios comunitarios pueden reactivar ciudades, barrios y zonas menos atendidas. Por ejemplo, se puede aprovechar para transformar espacios urbanos deteriorados en zonas de encuentro, promover movilidad sostenible, parques, plazas, equipamiento cultural.
Este tipo de mejoras —si se planifican bien— pueden servir a comunidades más allá del evento y generar una revitalización urbana real que beneficie a la población local. Esa dimensión es coherente con la doctrina social cristiana, que llama a la dignidad de la persona, al bien común y al desarrollo integral.
Identidad nacional, unidad y paz: el Mundial representa un momento singular para reforzar el sentido de comunidad, identidad nacional y valores de unidad. No se trata de una identidad cerrada o excluyente, sino de una apertura al mundo que refuerce la dignidad humana, la fraternidad y la convivencia pacífica. En un país diverso como México, este tipo de evento puede convertirse en ocasión para promover la inclusión, la integración de pueblos originarios, jóvenes, mujeres, personas con discapacidad, y transformar el fútbol en un vehículo de encuentro y reconciliación.
Además, la responsabilidad social que implica un evento de esta magnitud llama a la participación ciudadana; voluntariados, programas culturales, iniciativas en torno a la comunidad y la educación pueden viralizar valores positivos entre las generaciones jóvenes.
Integración comunitaria y responsabilidad social: la organización del Mundial exige colaboración entre distintos sectores: gobierno, iniciativa privada, sociedad civil, comunidades locales. La planificación debe contemplar la voz de los ciudadanos, promover transparencia, rendición de cuentas y equidad. De poco sirve que el estadio sea espectacular si los barrios circundantes no ven mejoras, si los empleos generados son precarios o si los costos recaen sobre los más vulnerables. La economía (y los grandes eventos) deben ponerse al servicio de la persona y la comunidad.
En ese sentido, se espera que la realización del Mundial contemple programas sociales —accesibles para jóvenes, mujeres, poblaciones marginadas— que permitan que el evento sea un catalizador de inclusión real y no sólo de consumo masivo.
Derrame económico y actividad comercial
Para albergar un Mundial de gran magnitud se requieren inversiones sustanciales en estadios, transporte, hotelería, seguridad, servicios urbanos. En el caso de la edición 2022 en Catar, se estimó una inversión entre 200 y 300 mil millones de dólares en un programa de una década, que transformó el paisaje urbano: aeropuertos, puerto, red ferroviaria, hoteles. No todo ese gasto fue exclusivamente “para el Mundial”, pero el evento sirvió como detonador.
Para 2026 se proyecta también un gran impacto: un “output económico” global de hasta 80 100 millones de dólares y un aporte al PIB global de 40 900 millones. Estas cifras sugieren que la inversión en infraestructura puede tener retornos, si está bien orientada.
El mundo de los servicios es quizá el primer beneficiado cuando se anuncia y se celebra un Mundial. Turistas internacionales y nacionales incrementan la ocupación hotelera, el uso de transporte terrestre y aéreo, el consumo en restaurantes, el comercio de souvenirs, la demanda de guías turísticos, recorridos culturales y experiencias locales.
El informe de 2026 para un condado de Los Ángeles estimó que sólo una porción del torneo (ocho partidos) generaría un impacto total de 594 millones de dólares, con 343 millones provenientes de gasto directo de visitantes. Esto da una idea de lo que puede suceder en diferentes escalas.
Asimismo, los empleos temporales en hostelería, montaje de eventos, seguridad, logística, transporte aumentan. La estimación global de casi 824 000 empleos a tiempo completo equivalentes para el 2026 lo ilustra.
La visibilidad internacional del país anfitrión y su capital institucional puede atraer inversión extranjera directa (IED), mejora de marca-país y exportaciones de servicios vinculados al turismo, al deporte, a la hospitalidad, a la tecnología. Si la infraestructura y los servicios quedan activos después del torneo, se abre un camino para que empresas se instalen, que los talentos se desarrollen localmente y se consolide un ecosistema de alto valor agregado.
Por lo tanto, el Mundial no sólo mueve a corto plazo hoteles y taxis, sino que puede activar cadenas productivas más amplias, promover exportaciones (por ejemplo, de tecnologías deportivas, de turismo de experiencia, de producción audiovisual) y posicionar al país como destino global.
Análisis crítico y perspectivas
Las ventajas están claras: aumento de ingresos por turismo, generación de empleos, mejora de infraestructura, imagen internacional, impulso cultural y social. Pero los riesgos también existen y deberían ser considerados con seriedad. Estudios señalan que muchos de los beneficios tienden a concentrarse y que los costos pueden superar lo previsto, generándose deudas, infrautilización de estadios (“elefantes blancos”), desplazamientos de comunidades vulnerables, aumento de precios para residentes locales.
Por ejemplo, el análisis del impacto bursátil concluyó que en algunos países la mera noticia de “vamos a organizar” el Mundial no fue recibida como buena: los mercados lo consideraron un factor de riesgo. En otro trabajo más amplio se advierte que los efectos de crecimiento del PIB pueden no materializarse o quedar limitados a zonas muy específicas.
La clave está en que el impacto no sea solo coyuntural, sino sostenible. Es decir: que la infraestructura se use posteriormente, que los empleos temporales se transformen en capacidades locales de largo plazo, que el turismo generado no desaparezca en el mes del evento, que las inversiones sirvan para fortalecer la comunidad y no para favorecer solo conglomerados. Un buen legado implica que la ciudad o país anfitrión mejore su calidad de vida, acceso a servicios, movilidad, espacios públicos y cultura.
Los grandes proyectos deben dignificar, no excluir; deben involucrar a la comunidad y no convertirse en instrumentos de espectáculo sin contenido humano.
La organización de un Mundial debe integrar innovación (por ejemplo, en transporte sostenible, gestión de residuos, tecnologías de hospitalidad inteligente), transparencia en los contratos y licitaciones, rendición de cuentas, inclusión de grupos vulnerables y dinámica comunitaria. Las inversiones podrían destinarse también a programas culturales, educativos, al deporte de base, no solo al espectáculo profesional.
La responsabilidad social invita a que las autoridades, empresarios, organizaciones civiles y comunidades trabajen en conjunto para que este evento maximize su impacto positivo e incluya una dimensión de justicia social: empleo digno, acceso a la economía local, fortalecimiento de la identidad cultural, reducción de desigualdades.
Desafíos principales
- Planificación a largo plazo: Evitar que lo que se construya sirva solo para el torneo y después quede abandonado.
- Inclusión social: Garantizar que los barrios periféricos también se beneficien, que haya movilidad para todos, que los empleos generados no sean precarizados.
- Transparencia: Evitar sobrecostos, corrupción, concesiones sin control. Esto último atenta contra los valores de la legalidad y la justicia.
- Equilibrio costo–beneficio: Las cifras de impacto deben razonarse, no ser promesas vacías.
- Gestión del legado: Desde turismo hasta infraestructura, asegurar que lo creado se aproveche años después.
- Sostenibilidad ambiental: Que la euforia del evento no ignore la huella ecológica, los recursos humanos y naturales.
Recomendaciones concretas
- Diseñar un plan maestro que vincule el Mundial con políticas de desarrollo urbano, movilidad, cultura y deporte de base.
- Incorporar mecanismos de participación ciudadana, especialmente jóvenes de 18–35 años, para que el evento sea también suyo, de su comunidad, no solo de autoridades.
- Promover alianzas público-privadas transparentes, con cláusulas de legado que garanticen servicios posteriores al evento.
- Priorizar inversión en hoteles, transporte y servicios pero también en barrios marginados, en formación de capital humano, en emprendimientos locales que puedan aprovechar el flujo turístico.
- Medir los resultados más allá del mes del torneo: seguimiento de ocupación hotelera, incremento de exportaciones de servicios, nuevo empleo permanente, indicadores de cohesión social.
- Integrar los valores humanos: dignidad humana, solidaridad, bien común, participación, subsidiariedad. Convertir el Mundial en experiencia de comunidad más que espectáculo aislado.
El próximo Mundial es, sin duda, una gran oportunidad: un catalizador de economía, turismo, identidad, cultura y convivencia. Pero para que no sea sólo una fiesta de unos días que luego deja estadios vacíos y promesas incumplidas, debe gestionarse con visión estratégica, ética y legalidad. La experiencia internacional lo demuestra: los números pueden verse espléndidos en los anuncios, pero la prueba estará en que esos beneficios lleguen a la mayoría de la población y perduren en el tiempo.
Si se planifica bien —y si el país, la comunidad y los jóvenes toman parte activa— el Mundial puede dejar un legado duradero que fortalezca la identidad nacional, promueva la inclusión, impulse la economía local, y deje un mejor país para las nuevas generaciones. Los valores de la legalidad, la solidaridad, la participación y el bien común, pueden convertirse en brújula para que ese legado sea real.
Más allá de los goles y las medallas, lo que está en juego es el futuro de una ciudad, de un país, y de las personas que habitan ahí. Si todos decimos “sí influyo”, este Mundial no será solo un evento: será un hito para el desarrollo humano, para la cultura y para la economía de México.
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