Cuidar en lugar de matar

En medio del debate global sobre la eutanasia, una corriente silenciosa pero profunda recorre hospitales, hogares y comunidades: la de quienes defienden el derecho a cuidar, no a matar. Médicos, enfermeros, familias y expertos en bioética coinciden en algo esencial: la dignidad humana no depende de la ausencia de sufrimiento, sino de la presencia del amor y del acompañamiento.

Frente a las voces que reclaman el derecho a morir, estas voces recuerdan otro principio más antiguo y aún más necesario: el deber de cuidar.

En América Latina, donde el valor de la familia y la fe aún moldean la vida cotidiana, la oposición a la eutanasia no nace del dogma, sino de la experiencia: de quienes han visto morir sin dolor, con consuelo, con sentido.

Los médicos: “Curar a veces, aliviar siempre, acompañar hasta el final”

En el Instituto Nacional de Cancerología (INCan) de la Ciudad de México, la doctora María del Carmen Cortés, jefa de cuidados paliativos, recibe cada día a pacientes en etapa terminal. En su oficina, colgada junto al estetoscopio, hay una frase de Hipócrates: “Donde el amor por el ser humano está, también está el arte de curar.”

“Muchos pacientes me dicen ‘doctora, ya no quiero vivir’. Pero cuando controlamos el dolor y acompañamos el miedo, casi todos cambian de opinión. No quieren morir; quieren dejar de sufrir.”

Los cuidados paliativos no buscan acelerar la muerte, sino mejorar la calidad de vida cuando la curación ya no es posible. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 80% de los pacientes terminales podrían tener una muerte sin dolor si recibieran atención paliativa integral.

En México, sin embargo, sólo tres de cada diez enfermos acceden a este tipo de cuidados. “El problema no es ético, es estructural —explica la doctora Cortés—. Se habla de eutanasia por falta de acceso al alivio, no porque la gente realmente quiera morir.”

El doctor Francisco García Perea, médico internista en el Hospital Civil de Guadalajara, coincide: “La eutanasia no es medicina. Es rendición. La medicina del siglo XXI debe apostar por acompañar, no por renunciar.”

Las familias: “No se trata de prolongar la vida, sino de sostener la esperanza”

En Morelia, Michoacán, Rosa Alicia cuidó durante tres años a su padre, enfermo de cáncer de páncreas. “Llegó un punto —cuenta— en que los médicos dijeron que ya no había nada que hacer. Pero sí había mucho que hacer: abrazarlo, leerle, reírnos todavía.”

Durante los últimos meses, recibió apoyo del Hospicio Mexicano, una organización civil que ofrece acompañamiento espiritual y médico. “Papá murió dormido, sin tubos, sin máquinas, con nosotros de la mano. Esa  no fue eutanasia, fue no alargar la vida innecesariamente, fue morir en paz, acompañado.”

En países como Chile y Argentina, donde el debate legal se ha intensificado, las familias organizadas han alzado la voz contra lo que llaman la “muerte rápida por falta de cuidado”. En Santiago, Fundación Cuidando con Amor ha documentado más de 1,200 casos de pacientes terminales atendidos en casa. Según su directora, Paola Fuentes,

“Ninguno pidió eutanasia después de recibir apoyo. Lo que mata el deseo de vivir no es el dolor físico, sino el abandono.” Estas historias muestran una verdad incómoda: muchas solicitudes de eutanasia desaparecen cuando el paciente no está solo.

Los bioeticistas: “La dignidad no se mide por la autonomía, sino por la mirada del otro”

El filósofo y médico español Diego Gracia, referente en bioética humanista, ha señalado que la autonomía no puede absolutizarse: “Si el único valor es la libertad, los más débiles se convierten en prescindibles. La dignidad humana no es negociable ni renunciable.”

En México, el bioeticista Sergio López Mora, de la Universidad Panamericana, explica que el concepto de dignidad tiene un sentido ontológico, no circunstancial: “Una persona enferma, inconsciente o dependiente sigue siendo persona. Si la dignidad dependiera de la autonomía, los niños o los ancianos la perderían, y eso es absurdo.”

Desde la Doctrina Social de la Iglesia, la eutanasia se considera “una derrota de la humanidad”, como afirmó el Papa Francisco en 2020 en Samaritanus Bonus: “La verdadera compasión no elimina la vida del que sufre, sino que lo acompaña en el dolor.”

El pensamiento católico distingue entre “ensañamiento terapéutico” (prolongar inútilmente la agonía) y eutanasia directa (provocar la muerte). Rechaza lo segundo, pero avala el derecho a rechazar tratamientos desproporcionados.

Cuidar es un acto político: el valor social del acompañamiento

En países con sistemas de salud débiles, como México o Perú, el riesgo de legalizar la eutanasia radica en que puede convertirse en un atajo ante la falta de cuidados.

El médico colombiano Carlos Novoa, jesuita y profesor de bioética en la Universidad Javeriana, lo expresó con crudeza: “Cuando la eutanasia se presenta como solución en contextos de pobreza, se transforma en una forma de exclusión. No se elige morir libremente cuando no hay acceso a cuidados, medicamentos ni compañía.”

En 2024, la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) reiteró que el país debería priorizar una Ley Nacional de Cuidados Paliativos antes que debatir la eutanasia. “Nadie debería tener que pedir la muerte por falta de atención”, señaló el comunicado.

La OMS advierte que los países que invierten en cuidados paliativos reducen en más del 60% las solicitudes de eutanasia. Francia e Italia, por ejemplo, han demostrado que el acompañamiento domiciliario, el manejo del dolor y la atención espiritual devuelven sentido a la última etapa de la vida.

Cuando la medicina se hace humana

En 2023, el Hospital Zambrano Hellion, en Monterrey, abrió una unidad piloto de cuidados paliativos pediátricos. La doctora Patricia Gómez, su coordinadora, relata un caso que la marcó: “Una niña de 12 años con leucemia me preguntó si se iba a morir. Le dije la verdad, y me respondió: ‘Entonces quiero ver el amanecer contigo’. Esa mañana, cuando el sol entró por la ventana, sonrió y dijo: ‘Ya puedo dormir’. Ese fue su final. Sin eutanasia, con amor.”

Historias como ésta revelan que la medicina no se reduce a la técnica. El cuidado, entendido como presencia, escucha y ternura, es el verdadero antídoto contra el dolor moral del enfermo.

El filósofo Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, afirma que la civilización moderna ha perdido la capacidad de cuidar: “Vivimos en un mundo que sólo valora lo útil. Cuidar es lo inútil que nos salva.”

Reflexión final: el derecho a cuidar, el deber de acompañar

La eutanasia plantea un dilema real y desgarrador, pero las voces contrarias no responden con negación, sino con propuesta: fortalecer el cuidado como expresión de humanidad.

En la ética cristiana, la respuesta al sufrimiento no es eliminarlo, sino transformarlo en ocasión de amor. Desde la ética laica, cuidar también es un acto político: significa resistir a la cultura del descarte que mide la vida por su productividad.

Como dijo Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto y fundador de la logoterapia: “Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.”

El verdadero desafío de nuestras sociedades no es garantizar una “muerte digna”, sino asegurar una vida digna hasta el último instante.

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