La movilidad actual castiga a quienes menos tienen

Durante años, las ciudades han aprendido a convivir con un ruido que se volvió paisaje: el rugir de los motores, la vibración del asfalto saturado, el aire denso que se respira en cada esquina de avenidas pensadas para los autos y no para las personas. Ese ruido es hoy la banda sonora de un modelo de movilidad que ya toca sus límites. El tráfico crece más rápido que las alternativas, la contaminación del transporte lastima pulmones y acelera enfermedades crónicas, y las distancias cotidianas consumen horas que nunca regresan.

En este contexto, la urgencia de transitar hacia sistemas de movilidad más responsables dejó de ser un discurso ambiental para convertirse en una necesidad humana: salud, bienestar, seguridad, productividad y futuro climático, todo se juega en la manera en que nos movemos.

La afectación es profunda. En las principales ciudades de América Latina, cerca del 40 por ciento de las emisiones urbanas proviene del transporte terrestre; millones respiran aire que supera los límites recomendados de calidad; los tiempos de traslado rozan lo absurdo, dos, hasta tres horas al día, y los accidentes viales siguen siendo una de las principales causas de muerte entre jóvenes. La movilidad insostenible no solo contamina: desgasta cuerpos, drena economías familiares y erosiona la vida diaria. Y aun así, nuestras ciudades siguen atrapadas en la inercia de calles congestionadas y transporte público rebasado.

Es en medio de esta realidad que cada 26 de noviembre se conmemora el Día Mundial del Transporte Sostenible, instaurado por la Asamblea General de la ONU en 2023. No es una fecha simbólica más. La Organización la creó para recordar que el transporte, responsable de una cuarta parte de las emisiones globales, también puede ser uno de los pilares más poderosos para revertir la crisis climática, mejorar la calidad de vida y garantizar un desarrollo más equitativo. La resolución que le dio origen subraya un concepto clave: el transporte sostenible no es una opción futura, es una obligación presente, porque conecta comunidades, sostiene economías y puede hacerlo sin seguir dañando al planeta ni a quienes lo habitan.

Para 2025, diversas iniciativas internacionales han retomado un lema que sintetiza el desafío: “Acelerando la transición: hacia una movilidad inclusiva y resiliente”.

El mensaje es claro: las ciudades ya no pueden seguir esperando. El costo de la inmovilidad, contaminación, desigualdad, estrés, siniestros viales, pérdida de productividad, supera con creces la inversión que requieren los sistemas de transporte sostenible.

El debate sobre movilidad suele quedarse atrapado en la crisis del día: un congestionamiento monumental, un fallo en el metro, un incremento en el tráfico tras un evento masivo. Pero el desafío exige algo más profundo. Ir más allá de la coyuntura significa mirar los beneficios estructurales de transformar la movilidad y, en paralelo, enfrentar sin evasivas las barreras que frenan ese cambio.

Entre los beneficios de mejorar una movilidad, los cuales han sido señalados por organismos internaciones se pueden mencionar:

  • Salud: menos emisiones significa menos enfermedades respiratorias y cardiovasculares.
  • Economía: una red eficiente de transporte público reduce costos, acorta tiempos y dinamiza la actividad laboral.
  • Equidad: un sistema accesible, seguro y asequible conecta oportunidades para quienes viven lejos de los centros urbanos.
  • Ambiente: electrificación, transporte activo y ciudades compactas reducen la dependencia de combustibles fósiles.
  • Resiliencia: infraestructuras preparadas para responder a eventos climáticos extremos.

Sin embargo, no hay que perder de vista que existen varios desafíos como:

  • ciudades planificadas durante décadas para el automóvil;
  • transporte público saturado y con inversiones insuficientes;
  • brechas sociales que hacen que la movilidad de calidad sea un privilegio;
  • resistencia cultural para dejar atrás el auto privado;
  • decisiones políticas postergadas porque implican cambios en presupuesto, regulación y prioridades urbanas.

A ello se suma un factor ineludible: el reloj climático. Los plazos para reducir emisiones se acortan mientras el transporte mantiene su rol como uno de los sectores más contaminantes. Cada año que pasa sin una política integral significa más contaminación, más tiempo perdido, más desigualdad y más riesgos para la salud pública.

El llamado de la ONU

El Día Mundial del Transporte Sostenible se enmarca además en un hito mayor: el lanzamiento del Decenio de la ONU para el Transporte Sostenible (2026–2035), cuyo objetivo es articular acciones globales frente a un desafío compartido. La ONU insiste en que el transporte debe ser seguro, limpio, accesible, eficiente y asequible. La fórmula parece sencilla, pero los sistemas actuales están lejos de cumplirla.

La transformación no es un gesto ambientalista, es la diferencia entre seguir respirando aire tóxico o recuperar la ciudad; entre perder horas diarias o ganar calidad de vida; entre quedarnos atrapados en el pasado o construir una movilidad que realmente mueva a todos.

Te puede interesar:   TECHO demuestra que los jóvenes son verdaderos constructores del cambio

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.