El 20 de noviembre se celebra cívicamente el aniversario de la Revolución Mexicana, cuyos efectos no se puede decir que hayan sido positivos pues después de tantos años el país se encuentra envuelto en una crisis de muchos tipos y tenemos todavía un nivel alarmante de ciudadanos que viven en condiciones muy precarias y con un futuro incierto, así como a la población en general que se encuentra temerosa ante el nivel de inseguridad que se vive por las amenazas del crimen organizado que todos los días comete actos de barbarie.
Sin embargo, es también el día que se recuerda a unos mártires que se caracterizaron por su defensa a la libertad contra el gobierno tiránico del general Calles, entre ellos destaca la figura del Lic. Anacleto González Flores fundador entre otras organizaciones de la Unión Popular que agrupó a una gran cantidad de ciudadanos libres tanto del campo y ciudades de estados vecinos a Jalisco como de la ciudad de Guadalajara.
Su actividad no fue solamente religiosa, sino también cívica, pues decía que no se podía ser buen católico si no se actuaba en todos los campos de la vida, incluyendo la política y las acciones cívicas, pues la libertad es un elemento esencial que va ligado a la dignidad humana.
En el año 2005 en un Estadio Jalisco lleno a su máxima capacidad precisamente un 20 de noviembre se llevó a cabo la beatificación del Lic. Anacleto y sus compañeros mártires, en cierto sentido como un acto contra revolucionario que hablaba de otro tipo de lucha por los valores que durante muchos años han regido a la sociedad mexicana.
Anacleto había luchado por que el pueblo se comprometiera a un cambio radical en conciencia y que este cambio llegara a todas las esferas de la sociedad, incluyendo a los gobernantes, labor que era concebida a largo plazo, sin embargo el movimiento cristero surgió espontáneamente ante la intransigencia del gobierno y Anacleto tuvo que dejar de lado su sueño de la Revolución de lo Eterno para apoyar al movimiento armado solo en su coordinación, sin que él fuera a tomar ninguna arma, sin embargo por su liderazgo el gobierno lo buscaba.
La familia González Vargas con toda valentía, había dado albergue a Anacleto aún a sabiendas del enorme riesgo que corrían al dar asilo al hombre más buscado por el gobierno. Anacleto no quería ya arriesgar a nadie y por eso “El Maestro” tenía decidido en pocos días más salir a las montañas con los suyos, sin embargo, ya no hubo tiempo, los agentes del gobierno toman por asalto la casa mediante un tumulto y a las seis de la mañana sorprenden a Anacleto que hace un intento de salir precipitadamente por el patio trasero, sin darle tiempo apenas de vestirse, crecidas las barbas para tratar de pasar desapercibido, pero es tomado preso. En su odio y llenándolos de insultos se llevan también a tres de los hermanos, Jorge, Ramón y Florencio, a este último lo dejan libre pensando que era menor de edad. Los hermanos Vargas eran jóvenes ejemplares y totalmente comprometidos con la causa y en las actividades de la ACJM. Su madre lo único que alcanzó a decir a sus hijos fue una despedida desgarradora. “Hijos míos, hasta el cielo”
Había llegado la hora de la gran prueba, momento del que sólo se puede salir victorioso cuando ha existido una gran congruencia de vida, cuando se ha vivido lo que se ha predicado. Anacleto aceptó su responsabilidad de estar luchando por la libertad de México, y fue interrogado sobre el paradero del arzobispo de Guadalajara y otros líderes del movimiento. Con dignidad se negó a revelar cualquier secreto y el general Ferreira ordenó torturarlo, no mediando juicio alguno sino una farsa de consejo de guerra sumarísimo, como se acostumbraba a hacer en la época supuestamente regida por una constitución que estos bárbaros decían obedecer. Colgado de los pulgares fue golpeado e insultado, como esto no daba resultado se continuó con la tortura, se le cortaron con una navaja las plantas de los pies y al bajarlo con un golpe le fracturaron el hombro.
Con la ayuda de Dios se mantuvo con toda dignidad. Sentenciado a muerte su respuesta fue:
“Una sola cosa diré; y es: que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el cielo, el triunfo de la religión en mi patria”
Anacleto pidió que se fusilase primero a sus compañeros para consolarlos y darles ánimo hasta el momento final. Luís Padilla quería un sacerdote para confesarse, pero Anacleto muy consciente de las circunstancias le dice: “No hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, y no un Juez, el que te espera. Tu misma sangre te purificará.”. Pidiendo unos minutos para orar Luis fue ejecutado. Anacleto se dirigió al general Ferreira en un último gesto de heroísmo cristiano y le dijo: “General, perdono a usted de corazón, muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar será su juez, y entonces tendrá usted en mí, un intercesor con Dios.” Dirigió unas palabras a los soldados, y como estos impactados por la fuerza espiritual de este hombre se negaron a disparar, el general haciendo una seña a un capitán que estaba cerca de Anacleto, este hundió un marrazo en su costado para que ya caído le dieran el tiro de gracia, pero antes alcanzó a pronunciar estas célebres palabras:
Por segunda vez oigan las Américas este santo grito; Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!
Así terminó la vida de un luchador por la libertad junto a sus también compañeros mártires.
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