México respira contaminación

México está respirando veneno. No solo en el sentido literal, con niveles de contaminación que superan los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino también en el sentido moral: la desconfianza hacia sus instituciones políticas se ha convertido en un contaminante invisible que intoxica la vida pública.

De acuerdo con el estudio de Poligrama (2025), el 44% de los mexicanos no confía en los partidos políticos, mientras que un 40% desconfía de diputados y senadores. Por el contrario, las únicas instituciones que aún mantienen cierta credibilidad son el INE (39%) y el Ejército (36%).
Esta pérdida de fe institucional corre en paralelo con otro fenómeno igual de tóxico: el deterioro del aire que millones de ciudadanos respiran cada día.

Una gráfica reciente elaborada por México Pragmático (2025) muestra que las principales ciudades del país —Ciudad Juárez, Ciudad de México, Monterrey, Mexicali, San Pedro Garza García, León y Salamanca— presentan concentraciones de PM2.5, PM10 y dióxido de nitrógeno (NO₂) que superan varias veces el límite de 5 µg/m³ establecido por la OMS.
Dicho en términos sencillos: el aire que respiramos en México enferma y mata.

Respirar en México: un riesgo cotidiano

La contaminación del aire no es una noticia nueva, pero su persistencia sí es alarmante. Según el último informe del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), alrededor de 52 mil muertes prematuras al año están asociadas a la exposición prolongada a partículas PM2.5 —micropartículas tan pequeñas que penetran los pulmones y el torrente sanguíneo, causando enfermedades respiratorias, cardiovasculares y neurológicas.

En ciudades como Ciudad Juárez o Monterrey, los niveles promedio de PM2.5 superan en más de cuatro veces el límite seguro de la OMS. En la Ciudad de México, donde habitan casi 22 millones de personas en la zona metropolitana, el aire contiene hasta 25 µg/m³ de partículas finas, según la Red Automática de Monitoreo Atmosférico (RAMA).

El doctor Mario Molina (Premio Nobel de Química) advertía hace años que “no existe una dosis segura de contaminación del aire”, y que reducir apenas unos microgramos por metro cúbico podría salvar miles de vidas. Sin embargo, los gobiernos locales y federales han relegado la calidad del aire a un segundo plano, ocupados en disputas políticas más que en políticas públicas.

El silencio de los pulmones: historias humanas detrás del smog

“Mis hijos ya no pueden salir a jugar al parque sin que les ardan los ojos o empiecen a toser”, cuenta María González, habitante de Ecatepec, Estado de México.
Ella recuerda que antes, al amanecer, podía ver las montañas del Ajusco desde su ventana. Hoy solo ve una neblina espesa que cubre todo el horizonte.

Historias como la suya se repiten en Monterrey, Mexicali o Salamanca. En esta última, la presencia de refinerías y termoeléctricas convierte el aire en una mezcla de químicos tóxicos.
De acuerdo con la Secretaría de Salud de Guanajuato, los casos de asma infantil en Salamanca han aumentado un 30% en la última década. Sin embargo, el presupuesto estatal destinado a salud ambiental no alcanza ni el 0.1% del gasto público.

Para muchos ciudadanos, la contaminación ya no es solo un problema ambiental, sino un símbolo del abandono político. “Es el reflejo de lo que somos: un país que permite que lo envenenen”, dice Rodolfo Hernández, taxista en Monterrey.

La política que contamina

La desconfianza en los partidos y el Congreso se explica, en parte, por su falta de acción frente a problemas como este. En los últimos diez años, México ha tenido más de 30 planes de calidad del aire a nivel federal y estatal, pero pocos se han cumplido. Los programas ProAire, impulsados por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), han fracasado por falta de presupuesto, continuidad y coordinación entre niveles de gobierno.

Mientras tanto, los legisladores discuten reformas electorales o de poder judicial, pero ignoran una de las principales causas de muerte evitable del país. El doctor Víctor Hugo Páramo, coordinador de la Comisión Ambiental de la Megalópolis, lo resume así: “Las decisiones políticas en México suelen responder a lo inmediato, no a lo importante. La calidad del aire no da votos, pero sí da vida.”

Esa desconexión entre gobernantes y ciudadanos es la que explica por qué la confianza pública se evapora.
Los mexicanos no solo respiran aire contaminado, también respiran decepción.

Desigualdad ambiental: los más pobres respiran peor

Un aspecto poco visibilizado es que la contaminación no afecta a todos por igual.
Las zonas industriales del norte y del Bajío concentran altos niveles de partículas PM10 y NO₂, pero son las comunidades con menos recursos las que padecen más las consecuencias.
En Atotonilco de Tula (Hidalgo), donde opera la refinería más grande del país, los habitantes reportan olores penetrantes y dolores de cabeza constantes. “No tenemos clínicas cerca, ni transporte para ir a Tula o Pachuca. Nos enfermamos y ni siquiera sabemos de qué”, dice Carmen Reyes, ama de casa de 46 años.

Cuidar la creación es un acto de justicia, no de lujo. En su encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco advierte: “El deterioro ambiental y el deterioro humano y ético están íntimamente unidos.” Esa conexión se hace evidente en México: la degradación del aire y la corrupción política forman parte del mismo sistema de desatención y lucro.

El costo humano y económico del aire sucio

El Banco Mundial estima que la contaminación atmosférica le cuesta a México más del 4.5% del PIB anual en gastos médicos y pérdida de productividad.
Eso equivale a más de un billón de pesos cada año.
Sin embargo, la inversión en monitoreo ambiental apenas representa el 0.02% del presupuesto nacional.

El impacto también se mide en el aula: según la UNAM, los niños que crecen en zonas con altos niveles de PM2.5 presentan menor desarrollo cognitivo y más problemas de atención.
“Estamos criando generaciones que respiran menos oxígeno y más incertidumbre”, señala la investigadora Beatriz Cárdenas, exdirectora del Centro Mario Molina.

Propuestas: limpiar el aire y recuperar la confianza

Expertos del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) sugieren tres medidas clave para revertir la crisis ambiental y política que enfrenta México:

  1. Políticas de transporte limpio: sustituir gradualmente el transporte público a diésel por flotas eléctricas o híbridas, priorizando corredores metropolitanos.
  2. Monitoreo y sanción efectiva: transparentar los datos de calidad del aire en tiempo real y multar a las industrias que incumplen normas.
  3. Educación cívica y ambiental: fomentar una cultura de responsabilidad ciudadana y vigilancia social que vincule la salud del aire con la calidad de la democracia. No se trata solo de limpiar el cielo, sino de recuperar el sentido del bien común. La confianza, como el aire, es invisible pero vital. Si no la cuidamos, ambos seguirán envenenando el futuro.

Un país que debe volver a respirar

La contaminación del aire y la contaminación política son síntomas de un mismo mal: la indiferencia.
México necesita autoridades que vuelvan a mirar hacia el cielo —literal y moralmente— para reconocer que el aire limpio y la confianza ciudadana son derechos fundamentales.

Como dice María González, la madre de Ecatepec: “No quiero que mis hijos se acostumbren a vivir respirando esto. Ni el smog… ni la mentira.” Mientras no recuperemos el aire y la esperanza, México seguirá viviendo en un país donde respirar es un acto de resistencia.

 

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