Más caro que cualquier impuesto

“Cuando nos dimos cuenta del fraude, ya llevábamos años perdiendo dinero sin saberlo”, confiesa Alicia, 38 años, directora financiera de una empresa mediana de distribución. “No solo fue el golpe económico: fue ver a la gente desconfiar de todos, revisar cada factura, sospechar de sus compañeros”.

El fraude interno, la manipulación de cifras, los desvíos, los “moches” son expresiones extremas de la falta de ética. Pero no nacen de la nada: se incuban en culturas donde se normaliza el atajo, se glorifica al que “cumple objetivos como sea” y se mira hacia otro lado mientras los resultados aparentes sean buenos.

La evidencia global es contundente: la deshonestidad cuesta —y mucho—.

El dato incómodo: 5% de los ingresos se pierden en fraude

La Association of Certified Fraud Examiners (ACFE), en su informe global 2024 sobre fraude ocupacional, estima que una organización típica pierde alrededor de 5% de sus ingresos anuales por fraudes cometidos desde dentro. En muchos casos, el monto promedio por caso supera 1.7 millones de dólares.

Los sectores afectados van desde servicios financieros hasta manufactura y gobierno. Y un dato clave para las empresas mexicanas: en más de la mitad de los casos, el fraude se debió a falta de controles internos o a la capacidad de los directivos para evadirlos.

Detrás de cada cifra hay historias de familias afectadas, empleos perdidos, ahorros de toda la vida evaporados. Desde la visión de la DSI, el fraude no es un “pecado administrativo”: es una injusticia grave contra la dignidad de personas concretas.

El triángulo del fraude: dónde entra la ética

Expertos en auditoría hablan del “triángulo del fraude”: tres elementos que suelen estar presentes cuando alguien comete un acto ilícito dentro de la organización:

  1. Motivo: presión financiera, metas inalcanzables, resentimiento.
  2. Oportunidad: controles débiles, supervisión laxa, opacidad.
  3. Racionalización: “la empresa me explota”, “solo es un préstamo”, “todos lo hacen”.

Los controles internos —auditorías, segregación de funciones, revisión de movimientos— ayudan a reducir la oportunidad. Pero el motivo y la racionalización se combaten principalmente con cultura ética:

  • Salarios y condiciones justas reducen la sensación de “me deben”.
  • Liderazgo coherente desmonta el cinismo (“aquí todos se hacen ricos menos nosotros”).
  • Conversaciones abiertas sobre dilemas éticos dificultan la auto-justificación.

Así, la ética no es solo un “freno espiritual”, es una barrera práctica que limita la posibilidad y el deseo de fraudar.

En una empresa de servicios logísticos en el norte del país, un empleado de confianza manipuló durante años reportes de gastos y pagos a proveedores. Cuando el fraude fue descubierto, las pérdidas superaban los dos millones de pesos.

“Nos dolió el golpe económico, pero más nos dolió darnos cuenta de que nosotros mismos creamos las condiciones para que ocurriera”, admite Ernesto, director general. “Premiábamos al que ‘resolvía’ sin preguntar mucho cómo. No cruzábamos información. Y toleramos chistes sobre ‘cómo sacarle jugo a la empresa’”.

La reacción de la empresa fue profunda:

  1. Revisaron todos los procesos financieros con apoyo externo.
  2. Fortalecieron los controles (doble firma, revisión cruzada, auditorías periódicas).
  3. Pero, sobre todo, rediseñaron el discurso interno: se acabó glorificar al que “se las arregla”. Hoy se celebra al que hace las cosas bien, aunque tarde un poco más.

“Nos dimos cuenta de que no bastaba con más candados”, concluye Ernesto. “Necesitábamos más conciencia. La ética se volvió un tema de todos, no solo del área de cumplimiento”.

Reputación, mercados y bien común

Además del dinero directo, la falta de ética financiera golpea:

  • Reputación: inversores, bancos y clientes huyen de empresas asociadas a escándalos.
  • Valor de marca: años de trabajo pueden derrumbarse con un caso grave.
  • Confianza social: cada escándalo refuerza la idea de que “todas las empresas son corruptas”.

En el caso mexicano, donde la corrupción es una de las principales preocupaciones ciudadanas, las empresas que apuestan por transparencia y ética financiera están contribuyendo al bien común: fortalecen la confianza en las instituciones y muestran que sí es posible hacer negocios sin engaño.

La ética como defensa avanzada contra la corrupción

Los informes y casos reales muestran una realidad incómoda:

  • El fraude interno es frecuente y caro.
  • Los controles técnicos son necesarios, pero no suficientes.
  • Una cultura ética fuerte reduce motivos y racionalizaciones, impidiendo que el triángulo del fraude se cierre.

Para jóvenes líderes y empresarios mexicanos, esto implica dejar de ver la ética como “cumplimiento legal” y adoptarla como estrategia de protección integral: de la empresa, de las personas y del país. El último artículo de la serie se centrará precisamente en eso: cómo construir y sostener una cultura ética medible y viva.

 

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