¿Qué espero de mis alumnos?

Ante unos enfoques donde se excluye el esfuerzo, el sacrificio, la donación desinteresada y se privilegian los adelantos tecnológicos para obtener datos que deberían saberse o dar respuestas a problemas específicos de la propia profesión, muchos maestros pueden sentirse desencantados e impotentes para hacer de los estudiantes personas serviciales y resilientes.

Salvo en el deporte, las personas tienden a lo fácil, a lo accesible y todo aquello que ofrece cierto nivel de dificultad se sustituye por algo práctico que garantice obtenerse de inmediato. Y por supuesto, este panorama corroe los planteamientos básicos de la educación. Porque en este proceso se empieza con lo fácil y alcanzable para crear hábitos de constancia que favorezcan la gradualidad del esfuerzo y el sacrificio. Meta educativa.

Pero los maestros no están exentos de adoptar también esas actitudes y, ello los desvía de sus ideales y de los fundamentos educativos: ir de lo fácil a lo difícil, capacitarse para resolver problemas, constancia en el esfuerzo, espíritu competente para incursionar en campos inéditos, trabajo colaborativo entre colegas de variados puntos de vista…

Esta visión panorámica es necesario recuperarla y actualizarla, porque cada docente ocupa un sitio concreto en el proceso educativo y todos tienen su trascendencia, desde los niveles básicos hasta la formación para ejercer una determinada profesión, y más aún si se opta por alguna especialidad o por la investigación.

Los educadores ante este panorama deben renovar su entusiasmo y dar nuevo empuje a los retos que nunca son estáticos. Sin esta actitud será difícil tener respuesta al título de este artículo. Y tienen obligación de responder porque la materia prima que trabajan son seres humanos y cada uno con una razón de su vida. El maestro es indispensable para que cada uno logre su finalidad vital.

El educador moldea seres humanos. Y hay aspectos educativos universales y originalidad irrepetible en cada persona. También el educador ha de saberse irrepetible, y por eso los principios universales los ha de exponer con su estilo propio y eso no implica devaluar o mutilar el contenido.

Desde luego es fundamental la veracidad y el rigor para impartir los conocimientos. Estos son el motivo inmediato de la educación y motivo principal para la selección de los docentes. Sin embargo, veremos otros aspectos indispensables para favorecer el aprendizaje que el Papa León XIV expuso porque la educación cristiana siempre los ha tenido muy en cuenta. Son necesarios porque el ser humano los requiere para hacer más accesibles los conocimientos. 

Se trata de cuatro pilares: la interioridad, la unidad, el amor y la alegría. Con ellos se mantiene el sentido humano, espiritual y comunitario de la enseñanza. Sin ellos se podría sustituir al maestro por un robot. La educación se reduciría a mera tecnología sin alma y sin corazón.

Al entrar a la interioridad o intimidad se llega a un terreno que sobrepasa la sensibilidad y lo pasajero. Es el ámbito en donde se da el justo peso y medida a las cosas, a las personas y a los acontecimientos. Nada se ve con superficialidad y a todo se le da su lugar y su aprovechamiento. En ese ámbito se ponen los fundamentos de la personalización o singularidad de la educación. El educando recibe lo que le proporciona el educador, pero el educando lo procesa “a su manera”. El educando le da sentido a lo que recibe, ya está en condiciones de valorar aquello, conservarlo y aplicarlo adecuadamente.  

En la interioridad no cabe el engaño ni la falsedad, allí se encuentra la verdad porque allí reside. En este nivel la formación se debe al encuentro sincero del maestro y el alumno. Ambos se unen en el interés por dar respuestas, son hallazgos que invitan a encontrar otros y así se promueve el interés por conocer más y mejor. Este es el auténtico proyecto educativo en el que participan maestro y alumno. Ambos se acercan mejor a la verdad.

La unidad es una consecuencia de la interioridad, pues se fomentan aspectos similares en el educador y en el educando. La unidad desaparece a la simulación, y la mentira. La unidad produce la tan deseada comunidad educativa, tanto el maestro como el alumno adquieren el sentido de pertenencia. Maestro y alumno fortalecen los vínculos entre escuela, familia y sociedad. Al compartir el saber se propicia otra forma del acto de amor. 

El amor es el alma de toda labor educativa. San Agustín, entendió que el amor a Dios es primero en el orden de los mandamientos, pero el amor al prójimo es primero en el orden de la acción. Los educadores al ser constructores de paz y de diálogo, han de atender a los más frágiles y excluidos. En el terreno de amor los maestros deben de tener un lugar preferencial y resulta un error dentro de una sociedad que no se valore suficientemente a los maestros. Es un daño que afecta seriamente al futuro.

A la dignidad humana no le basta con compartir los conocimientos, le es imprescindible el amor. Sólo así el conocimiento será provechoso para quien lo recibe. La enseñanza nunca debe separarse del amor.

La alegría es una actitud esencial del verdadero educador pues no pueden ocultar el amor a su profesión precisamente por los beneficios que buscan realizar en el alma de sus discípulos. La cercanía humana da fortaleza en el terreno emocional. El abuso de los recursos electrónicos es un factor de riesgo en este terreno, a eso se debe el aumento de la fragilidad emocional en los jóvenes y es más alarmante porque ellos no lo admiten. Por este motivo es más necesario reforzar que la enseñanza es una tarea humana.

El papel de los educadores es un compromiso humano, y la alegría misma del proceso educativo es plenamente humana. Y esto da respuesta a lo que deben esperar.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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