A sus 86 años, el Partido Acción Nacional (PAN) ha apretado el botón de “reset”. En octubre de 2025, bajo el liderazgo de su presidente nacional Jorge Romero, el partido organizó un gran acto de relanzamiento en el histórico Frontón México, el mismo lugar donde nació en 1939.
Nuevo logo (que, por cierto, no aparecerá en la boleta electoral), lema relanzado —“Patria, Familia y Libertad”—, promesa de “apertura total” a la ciudadanía para que cualquier persona pueda afiliarse y competir como candidata, ruptura con el PRI y discurso de oposición frontal a la hegemonía de Morena y de la presidenta Claudia Sheinbaum: el mensaje oficial es claro, se trata de un “nuevo PAN” que quiere volver a ser opción real de gobierno.
Pero este relanzamiento ocurre en la peor adversidad para la oposición: Morena y sus aliados dominan el Congreso; la aprobación presidencial ronda 79%; y Morena mantiene cerca de 45% de preferencia electoral, mientras el PAN enfrenta una militancia muy reducida frente a los más de ocho millones de afiliados del partido gobernante.
Al mismo tiempo, los jóvenes de 18 a 29 años —unos 25 millones de personas, casi una cuarta parte del padrón electoral— son el segmento más numeroso… y el que menos confía en los partidos tradicionales.
La pregunta de fondo es inevitable: ¿El PAN se está renovando de verdad para responder al México de hoy, o está sacrificando sus principios humanistas en aras de la popularidad y del marketing político?
Del “cambias o te vas” a Jorge Romero: el relevo en la casa azul
El relanzamiento de 2025 no surge de la nada. Tras la derrota de la coalición opositora en las elecciones federales de 2024, un grupo de 13 exgobernadores panistas lanzó un “llamado urgente” para dar un golpe de timón, exigiendo cambios en la dirigencia de Marko Cortés y una actualización real del proyecto político.
Meses después, el partido definió la ruta para renovar su dirigencia mediante votación directa de unos 300 mil militantes, abriendo paso a una nueva etapa en la que Jorge Romero —figura clave del panismo en la Ciudad de México— terminó encabezando el Comité Ejecutivo Nacional y convirtiéndose en el rostro del “nuevo PAN”.
Desde dentro del partido, voces como la senadora Kenia López Rabadán insisten en que la prioridad no son las alianzas externas sino la reconstrucción interna: “Hoy por hoy, la mayor alianza del PAN tiene que ser con el PAN mismo. Tenemos que ser un partido fuerte, un partido representativo”.
Al mismo tiempo, figuras como Damián Zepeda han señalado que, tras la “brutal derrota” de 2024, el PAN sólo será competitivo si rompe inercias, se abre a la ciudadanía y abandona el reparto de cuotas entre grupos internos.
En la opinión pública, una encuesta de Político MX sobre el “nuevo PAN” muestra que 47% de los consultados prefiere un liderazgo moderno y ciudadano, mientras que sólo 12% se inclina por un perfil “conservador y tradicional”.
Es decir: la ciudadanía está pidiendo algo más que un simple cambio de caras; quiere otro estilo de liderazgo, menos encerrado en las élites partidistas.
¿Qué pasa con la plataforma y la doctrina panista?
Históricamente, el PAN se ha definido por el humanismo cristiano, la defensa de la dignidad de la persona, el papel central de la familia y la economía social de mercado, inspirada en la experiencia alemana: finanzas públicas sanas, iniciativa privada con responsabilidad social y prioridad del bien común por encima de cualquier interés corporativo.
En sus documentos de doctrina, el partido afirma que la familia tiene una “preeminencia natural sobre el Estado” y que la política económica debe subordinarse a la ética, poniendo en el centro a la persona y a la comunidad, no al mercado puro ni al Estado omnipresente.
La pregunta incómoda es si el relanzamiento azul está actualizando estos principios a los desafíos de 2025 —desigualdad, violencia, crisis ambiental, precariedad laboral, salud mental de los jóvenes— o si los está reduciendo a un discurso identitario centrado sólo en “Patria, Familia y Libertad” sin un proyecto social robusto.
Una columna reciente titulada “Relanzamiento del PAN, pero sin proyecto social” advierte que el partido habla mucho de símbolos y poco de propuestas concretas frente a la pobreza, la inseguridad y el deterioro de servicios como salud y educación.
La política no es sólo identidad, es servicio al bien común. El humanismo trascendente insiste en la dignidad humana, la solidaridad y la opción preferencial por los pobres como criterios para evaluar a los partidos. Un PAN que se limite a disputar banderas culturales pero no plantee soluciones serias al desabasto de medicamentos, a la informalidad, a la migración forzada o a la violencia, se alejaría tanto de su propia doctrina como del humanismo.
Marketing, encuestadoras y el nuevo logo: ¿cambio de fondo o maquillaje?
Uno de los elementos más visibles del relanzamiento es la nueva identidad visual: un logo “modernizado”, más minimalista, que busca conectar con generaciones jóvenes y con una estética de marca contemporánea. Sin embargo, este nuevo emblema no aparecerá en las boletas electorales; se quedará en campañas y piezas publicitarias. El rediseño ha generado burlas en redes, comparaciones con marcas comerciales y críticas sobre su poca claridad política.
A esto se suma el dato de que el PAN pagó casi dos millones de pesos por un plan integral de relanzamiento a una empresa que incluyó focus groups, “posibilidades gráficas” y discursos creativos, e incluso recurrió de nuevo a Massive Caller, encuestadora que ha tenido que disculparse en varias elecciones por sus grandes errores de pronóstico.
Para el politólogo Fernando Dworak, todo esto se parece más a un rebranding que a una transformación doctrinal: el relanzamiento implica un “cambio cosmético, no de fondo” centrado en la imagen y en ganar la mayoría en la Cámara de Diputados en 2027.
En paralelo, analistas de medios señalan que el PAN intenta entrar al juego de la política-espectáculo, rifando iPhones para incentivar la participación y usando dinámicas de sorteo y gamificación, mientras Morena moviliza estructuras territoriales, comités de base y asambleas constantes.
Para muchos ciudadanos, esto refuerza la sensación de que los partidos están más preocupados por su marca que por la gente. Un consejero electoral, al discutir propuestas para recortar el financiamiento a partidos, recogía así el sentir de muchos: “Los partidos no cumplen con la misión que deben cumplir, no me siento representado”.
Ese “no me siento representado” resuena con fuerza entre jóvenes que ven al PAN y al resto de la clase política como estructuras lejanas, más interesadas en campañas que en la vida diaria de las familias mexicanas.
Juventudes, mujeres y minorías: ¿apertura real o estrategia electoral?
El PAN ha prometido “apertura total” a la ciudadanía: afiliaciones más sencillas, posibilidad de que cualquier persona pueda competir en procesos internos mediante primarias abiertas, encuestas y consultas, y énfasis especial en sumar jóvenes y mujeres a sus filas.
Sin embargo, el simbolismo del acto de relanzamiento generó dudas: el evento en el Frontón México fue descrito como “exclusivo para la cúpula panista”, mientras numerosas y numerosos militantes se quedaron afuera, esperando para marchar al Ángel de la Independencia.
En un país donde las juventudes son el grupo más grande del padrón, pero también el que menos vota y el que más desconfía de los partidos, este tipo de señales pesan.
Una joven profesional de 27 años, militante de Acción Nacional y autora de textos de formación humanista en San Luis Potosí, lo resume así: su compromiso con el PAN está ligado a los valores de dignidad humana, familia y bien común, pero reconoce que su generación reclama coherencia entre discurso y práctica, espacios reales de decisión y no sólo “selfies con políticos”.
La subsidiariedad exige que las decisiones se tomen lo más cerca posible de las personas afectadas. Un relanzamiento que no abra espacios reales a jóvenes, mujeres y comunidades locales —en la selección de candidaturas, en la definición de agenda, en el uso de recursos— corre el riesgo de quedarse en simple marketing generacional.
Tensiones internas: golpes, rupturas y “sueños guajiros”
Lejos de ser un proceso terso, el relanzamiento del PAN ha exhibido fuertes tensiones internas. En Campeche, una asamblea local para elegir consejeros estatales y nacionales terminó en una riña con golpes y sillas volando, en medio de acusaciones cruzadas por una posible alianza con Movimiento Ciudadano. La dirigencia nacional tuvo que anunciar procesos de expulsión contra los responsables.
En otras entidades persisten fricciones sobre la ruptura con el PRI: mientras la dirigencia nacional marca distancia, líderes locales insisten en mantener coaliciones por cálculos electorales.
A nivel de análisis, hay quien considera que la llamada “refundación” no pasa de ser un espejismo. Un artículo publicado en Ciudad Juárez sostiene que la idea de refundar o relanzar al PAN es “un sueño guajiro” de la cúpula, porque el partido mantiene rasgos de conservadurismo elitista y su supuesta apertura a la ciudadanía sólo reconoce que sus propios militantes ya no bastan para ganar elecciones.
Otros, en cambio, como el analista Alejo Sánchez Cano, argumentan que un nuevo PAN puede fortalecer la democracia mexicana si logra convertirse en un contrapeso serio frente a intentos hegemónicos y posibles tentaciones autoritarias.
Entre quienes se quedan, figuras como Mauricio Vila señalan que seguirán en la bancada panista “defendiendo los ideales y principios” del partido y las promesas hechas a los ciudadanos.
La disputa de fondo no es sólo por cargos, sino por el alma del PAN: ¿seguirá siendo un partido inspirado en el humanismo cristiano y la economía social de mercado, o se moverá hacia una derecha más identitaria, en sintonía con la ola internacional de ultraderecha, como advierten algunos críticos?
Escenarios: éxito, fracaso o desnaturalización
a) Si el relanzamiento funciona
El escenario optimista supone que el PAN logra:
- Traducir su doctrina en propuestas concretas sobre seguridad, empleo digno, salud, educación y apoyo a las familias.
- Abrirse genuinamente a jóvenes, mujeres y ciudadanía organizada, con procesos internos transparentes.
- Convertirse en contrapeso responsable que defiende la legalidad, los contrapesos y el Estado de derecho, sin caer en polarización vacía.
En ese caso, el relanzamiento podría contribuir a una democracia más equilibrada, donde la oposición no sólo critique, sino que presente alternativas serias, ancladas en la dignidad de la persona y el bien común.
b) Si el relanzamiento fracasa
El escenario pesimista es que el PAN no logre revertir su pérdida de votos —en 2024, PAN, PRI y PRD juntos obtuvieron 2.3 millones de sufragios menos que en 2018— y continúe la tendencia de debilitamiento.
Eso abriría dos riesgos:
- Una oposición fragmentada y débil, incapaz de articular un proyecto alternativo a Morena.
- El crecimiento del desencanto ciudadano y de la abstención, especialmente entre jóvenes que ya se sienten poco representados por los partidos.
Una democracia sin oposición fuerte y responsable pone en peligro el bien común, porque debilita los controles al poder y reduce los espacios de participación ciudadana real.
c) Si el PAN se desnaturaliza
Hay un tercer riesgo: que el partido sacrifique sus principios humanistas a cambio de posicionarse en nichos de enojo o resentimiento, alineándose con discursos de ultraderecha que polarizan, estigmatizan y simplifican problemas complejos.
Un PAN que abandone su tradición de humanismo político, diálogo y compromiso con la legalidad para apostar por fórmulas de odio o de puro marketing identitario no sólo perdería su esencia, sino que contribuiría a erosionar la cultura democrática y los valores que históricamente ha defendido la sociedad mexicana: la familia, el trabajo honesto, la solidaridad comunitaria y la búsqueda del bien común.
¿nuevo rostro… o nueva oportunidad?
El relanzamiento del PAN abre un debate necesario: ¿puede un partido histórico reinventarse sin traicionarse?
Por un lado, hay gestos que apuntan a una intención de cambio: ruptura con el PRI, promesa de apertura ciudadana, búsqueda de liderazgos más cercanos a la gente, reconocimiento de que la oposición no puede seguir haciendo política como en 2000.
Por otro, persisten viejas sombras: eventos centrados en la cúpula, pugnas internas que terminan en riñas, uso intensivo de consultoras y encuestadoras desacreditadas, y críticas fundadas de que el cambio podría ser, en el mejor de los casos, más cosmético que estructural.
Desde la perspectiva humanista y de los valores mexicanos, el criterio para juzgar este relanzamiento no será el diseño del logo ni el número de vistas en redes sociales, sino algo mucho más simple y exigente:
- ¿El PAN —y cualquier partido— respeta la dignidad de cada persona, empezando por los más pobres y vulnerables?
- ¿Contribuye al bien común, más allá de sus propias cuotas de poder?
- ¿Fortalece la legalidad, las instituciones y los contrapesos?
- ¿Escucha realmente a las familias, a las juventudes, a la sociedad civil organizada?
Si el “nuevo PAN” toma en serio estas preguntas, su relanzamiento puede ser más que un eslogan: puede convertirse en una nueva oportunidad para que la oposición se ponga al servicio de México, de sus jóvenes y de sus familias.
Si no, el riesgo es quedar atrapado en lo que muchos jóvenes ya perciben: un partido más del montón, con nuevo logo, viejas prácticas y ninguna respuesta convincente a los desafíos de este país.
Al final, la última palabra no la tendrá una agencia de marketing, sino el ciudadano que entra a la casilla, toma la boleta y decide si —esta vez— se siente representado.
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