Ola de expulsiones en Japón

La noticia corrió veloz en redes: que Sanae Takaichi, nueva primera ministra de Japón, había creado un ministerio exclusivamente dedicado a las “deportaciones masivas” de inmigrantes ilegales e islamistas. El mensaje era fuerte: “No aceptaremos inmigrantes que no cumplan las reglas” se convirtió en titular. Sin embargo, una verificación seria arroja que no hay evidencia oficial de un órgano con ese nombre ni un mandato explícito de expulsiones masivas. 

Para entender por qué este rumor encendió alarmas y qué implica, conviene mirar tres frentes: la coyuntura japonesa, el discurso político-cultural sobre la migración, y finalmente qué lecciones trae para países como México.

Japón: entre envejecimiento demográfico, mano de obra extranjera y miedo al “otro”

Japón es un país con características singulares: una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, una población que envejece rápidamente y una economía que depende crecientemente de mano de obra extranjera en sectores como la construcción, el turismo o los servicios. 

La victoria de Takaichi en octubre de 2025 con un discurso más duro sobre inmigrantes y residentes extranjeros marcó un punto de inflexión. Según un análisis académico:

“Su triunfo cristalizó un giro del partido gobernante hacia el nacionalismo excluyente… pero carece de una visión de integración seria.” 

El nuevo gabinete creó un puesto de “ministro encargado de la sociedad de convivencia ordenada con extranjeros” para la parlamentaria Kimi Onoda, lo que demuestra que la inmigración pasará a ser una cuestión central de política pública. 

Por un lado, Japón no está aceptando olas migratorias comparables a otras potencias. Su política migratoria ha sido históricamente restrictiva. Pero por otro lado, la presión es creciente: la economía lo exige, la sociedad lo demanda, y la política lo explota.

Un estudio del portal East Asia Forum advierte:

“Mientras Japón niega llamarse un país de inmigración, su economía y sistema de bienestar ya dependen de residentes extranjeros.” 

Esto pone en tensión dos valores: la identidad cultural y la necesidad de renovación demográfica. Y es aquí donde la conversación se vuelve relevante para otros países.

¿Deportaciones masivas o discurso de control?

El rumor de que Japón había creado una “ley de deportaciones masivas” generó pánico en comunidades migrantes y repercusiones globales. Pero los hechos indican que es una falsedad. Por ejemplo:

  • La agencia AFP informó que no existe ministerio con ese nombre ni mandato oficial de expulsar en masa. 
  • El medio Newsweek confirma que la nueva PM no ha anunciado expulsiones masivas y que la realidad es otra: un énfasis en “medidas estrictas contra quienes no cumplen las reglas”. 
  • Sin embargo, se ha ordenado un endurecimiento generalizado: revisión de visados, expulsión de quienes violan la normativa, e impulso discursivo hacia la “convivencia ordenada”. 

La diferencia es clave: no es lo mismo expulsión indiscriminada y masiva, que endurecimiento de controles migratorios, aunque la segunda pueda tener consecuencias igualmente graves si no se regulan bien.

Un testimonio humano, aunque no japonés, nos muestra la magnitud del impacto cuando la migración se percibe como amenaza, no como oportunidad. En otro país un joven migrante relató que se siente “disponible para trabajar, pero invisible ante la ley” —y teme la expulsión mientras cumple con todas las reglas. Esa situación genera desarraigo, miedo y paraliza la integración.

Migración: ¿amenaza o fuerza vital?

Desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, la migración es un derecho humano y social que debe vivirse con dignidad, solidaridad y justicia. Se habla de “moverse para habitar el mundo con otros”, no de expulsar o estigmatizar.

Tres principios clave:

  • Dignidad humana: todo ser humano tiene valor más allá de su estatus migratorio.
  • Bien común: la integración migratoria debe aportar a la comunidad, pero también respetar las reglas y los derechos de todos.
  • Subsidiariedad y participación: los migrantes no deben verse como objetos de políticas, sino como sujetos activos de la sociedad.

En ese sentido, una política migratoria que diga “sólo aceptamos migrantes legales que respeten las reglas” no está en conflicto con esos valores, siempre que se respete la justicia, la equidad y los procesos debidos.

Pero cuando el discurso se inunda de miedo al “otro”, cuando la identidad nacional se arma contra la migración en lugar de con ella, aparecen riesgos: xenofobia, ruptura social, subutilización de talento y vulneración de derechos humanos.

¿Y qué lecciones trae para México?

Aunque México y Japón tienen realidades muy distintas, hay varios aprendizajes que podemos considerar:

La migración legal e integrada es una oportunidad. México, con su riqueza de cultura y vocación histórica como país de tránsito y de origen, puede potenciar la migración— siempre que se estructure bien. Migrantes que cumplan reglas, se integren y aporten, son un activo social y económico.

Pero no bastan los controles duros sin visión. Como alerta el análisis sobre Japón: fortalecer los controles sin un programa de integración, sin educación, sin marco de convivencia intercultural, puede generar más problemas que soluciones. 

Cuidar el discurso público. Cuando un tema tan sensible como la migración se aborda desde el miedo, la inseguridad o el rechazo cultural, se corre el riesgo de erosionar la solidaridad social. México puede querer proteger su identidad —y debe hacerlo—, pero no a costa de perder su alma hospitalaria y la capacidad de innovar, integrar y crecer con otros.

La legalidad y la transparencia son fundamentales. Es esencial  que la política migratoria sea justa, transparente y respetuosa. No basta decir “los migrantes ilegales fuera” si no se definen claramente las reglas, los derechos y los procesos. Los sistemas migratorios deben ser claros, eficientes y valorar tanto al ciudadano como al extranjero.

El episodio japonés —la rumorosa “ley de deportaciones masivas” que en muchos casos no es real— nos sitúa ante una pregunta más profunda: ¿cómo balanceamos la protección de la identidad nacional, el cumplimiento de reglas, y la apertura hacia las personas que buscan construir vida en otro país?

Desde la perspectiva de los valores que abrazamos —la dignidad humana, la solidaridad, la legalidad— la migración puede ser buena, siempre que:

  • Sea legal y regulada.
  • Respete las reglas del país receptor.
  • Permita la integración y aporte de los migrantes a la comunidad.
  • No se convierta en fuente de exclusión, temor o discriminación.

Japón nos enseña que el mero endurecimiento no resuelve todos los problemas y puede generar tensiones mayores si no va acompañado de visión de futuro.
México puede —y debe— aprovechar los flujos migratorios de forma estratégica, humana y con respeto a los valores nacionales, sin caer ni en la apertura sin control ni en el cierre irracional al mundo. La pregunta entonces es: ¿qué tipo de país queremos ser? ¿Uno definido por muros o por puentes? ¿Uno que teme lo nuevo o que lo abraza con condiciones?

En última instancia, se trata de influencia. Como jóvenes de 18 a 35 años que están formando el futuro de este país, entendemos que la migración no es solo un tema de otros países: es un tema nuestro, de política, de identidad, de economía, de valores. Y por eso lo afirmamos con convicción: #YoSiInfluyo.

Con eso en mente, ahora toca preguntarnos: ¿Qué papel vamos a jugar nosotros? ¿Vamos a ser espectadores, muros o puentes?

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