Cada 12 de octubre, México y gran parte de Iberoamérica conmemoran el Día de la Hispanidad, una fecha que recuerda el encuentro entre dos mundos en 1492, cuando las culturas europeas y americanas comenzaron un proceso único de fusión, mestizaje y expansión de la fe, el idioma y la cultura. Más que una herida, esta fecha representa el inicio de una nueva civilización, hija del diálogo, el intercambio y la vocación de universalidad.
El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón llegó a las costas del continente americano, marcando el inicio de un proceso histórico sin precedentes: el descubrimiento y encuentro entre Europa y América.
Durante siglos, esta fecha se conoció como el Día de la Raza, expresión acuñada en 1913 por el ministro español Faustino Rodríguez-San Pedro y posteriormente adoptada por varios países hispanoamericanos para reconocer el lazo espiritual, lingüístico y cultural que une a España con América.
En México, José Vasconcelos –uno de los intelectuales más brillantes del siglo XX– le dio un sentido profundamente humanista. En su obra La Raza Cósmica (1925), escribió que el mestizaje americano era “la síntesis de todas las razas, el destino superior de la humanidad”. Para él, el 12 de octubre no debía celebrarse como una conquista, sino como el nacimiento de una nueva civilización, abierta al espíritu, al arte y a la fe.
“El hispanoamericano no es el vencido ni el vencedor, sino el hijo de ambos. Nuestra herencia es mestiza, y eso nos engrandece”, escribió Vasconcelos en 1925.
Desde entonces, la celebración ha evolucionado en nombre y forma, pero su esencia permanece: el reconocimiento del legado compartido entre España y América, una comunidad unida por la lengua, la fe y los valores cristianos.
HISPANIDAD: UNA COMUNIDAD DE LENGUA Y ESPÍRITU
El término hispanidad fue impulsado por intelectuales y pensadores de ambos lados del Atlántico durante el siglo XX, entre ellos Ramiro de Maeztu, quien la definió como “la comunidad espiritual de pueblos que comparten una raíz católica y una misma lengua”.
La Real Academia Española define “Hispanidad” como “el conjunto y comunidad de pueblos de cultura hispánica”, y el concepto ha sido entendido como una familia de naciones unidas no por el dominio, sino por la cooperación cultural y humana.
Durante la época virreinal, lejos de destruir las culturas prehispánicas, España optó por evangelizarlas, educarlas y mestizarlas, creando universidades, escuelas y hospitales, e incorporando elementos indígenas a la vida cotidiana.
El historiador mexicano Luis Weckmann, en su obra La herencia medieval de México, documenta cómo los españoles protegieron jurídicamente a los pueblos originarios mediante las Leyes de Indias, promulgadas por los Reyes Católicos y más tarde por Carlos V y Felipe II.
Estas leyes establecían derechos de propiedad, limitaban el trabajo forzado y reconocían la condición humana y la dignidad de los indígenas, siglos antes de que existiera el derecho internacional moderno. En 1550, el debate entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda en Valladolid fue el primer gran foro filosófico mundial sobre los derechos humanos universales.
“Mientras otras potencias coloniales aniquilaban pueblos enteros, España los reconoció como hermanos en la fe”, señala el historiador español Mariano Delgado.
EL MESTIZAJE: NACIMIENTO DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN
El mestizaje fue mucho más que una mezcla biológica; fue una síntesis cultural, lingüística y espiritual.
De esa unión surgieron nuevas expresiones artísticas, lenguas híbridas, arquitecturas mestizas y formas de religiosidad popular que hoy son esencia de lo mexicano: desde los retablos barrocos de Puebla y Oaxaca, hasta la devoción a la Virgen de Guadalupe, símbolo máximo del encuentro entre la fe europea y el alma indígena.
La aparición de la Virgen en 1531 marcó un antes y un después: fue la primera síntesis cultural auténticamente americana, una manifestación divina que hablaba en náhuatl y se presentaba con rasgos mestizos. El Papa Francisco dijo que Guadalupe es “la madre de la civilización mestiza y del encuentro”, y su imagen continúa siendo el emblema más poderoso de la identidad mexicana.
“Nuestra historia no comenzó ni terminó con la Conquista: comenzó con el diálogo entre dos almas que decidieron fundirse para dar vida a otra”, comenta el historiador Guillermo Hurtado (UNAM).
UN LEGADO CULTURAL QUE NOS UNE
Hoy, más de 500 millones de personas en el mundo hablan español, convirtiéndolo en la segunda lengua materna más hablada del planeta, después del mandarín. La Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) ha destacado que el idioma español es una herramienta de cohesión, creatividad y cooperación internacional. Además, la religión católica, traída por los misioneros españoles, sigue siendo la fe mayoritaria en América Latina, con más de 425 millones de creyentes, el 40 % de todos los católicos del mundo.
La arquitectura, la música y la gastronomía hispanoamericana conservan huellas de esta fusión: el barroco novohispano, el flamenco andaluz transformado en sones jarochos, el pan de muerto que une el trigo europeo y los rituales indígenas. El historiador José María Muriá señala que “el mestizaje cultural no fue una pérdida, sino una ganancia civilizatoria que hizo posible lo que hoy llamamos Latinoamérica”.
Carmen López, maestra y artesana de Michoacán, lo resume así: “Yo no me siento conquistada ni conquistadora. Soy hija de los dos mundos. Hablo español, pero mis bordados llevan figuras purépechas. Eso es lo que somos los mexicanos: una mezcla que canta y reza en dos almas”.
Su testimonio refleja lo que millones de latinoamericanos sienten: una identidad que no niega sus raíces prehispánicas, pero tampoco reniega de su herencia española. En la palabra, en la fe y en la cultura cotidiana, la hispanidad sigue viva.
CELEBRACIONES EN EL MUNDO HISPANO
En España, el Día de la Hispanidad es fiesta nacional desde 1958, con un desfile militar presidido por los Reyes y el recuerdo de la expansión cultural que unió tres continentes. En América, países como México, Colombia, Perú, Chile y Argentina celebran con actos cívicos, misas, exposiciones y conciertos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha reconocido el 12 de octubre como una fecha para reflexionar sobre los vínculos culturales entre Europa y América, más allá de los conflictos históricos.
En México, escuelas y universidades organizan actividades donde se destacan los aportes de España a la ciencia, el arte y la fe, junto con la permanencia de las tradiciones indígenas. En Guadalajara y Puebla se celebran jornadas culturales iberoamericanas; en Veracruz, festivales gastronómicos con recetas de ambos mundos.
La Hispanidad se comprende como una vocación de fraternidad universal. El Papa Juan Pablo II, durante su visita a Santo Domingo en 1992, con motivo de los 500 años del descubrimiento, afirmó: “No se trata de conquista, sino de evangelización. El Evangelio de Cristo fue la semilla que transformó las culturas indígenas sin destruirlas, haciéndolas fecundas”.
Benedicto XVI reiteró esa idea en 2007 al recordar que “el cristianismo no impuso una cultura extraña, sino que purificó y enriqueció lo que existía”. Y el Papa Francisco, heredero de esa tradición, ha llamado a valorar “la unidad en la diversidad” que caracteriza a América Latina como continente de encuentro.
La Hispanidad, desde esa óptica, no es nostalgia del pasado, sino una oportunidad de comunión presente: compartir valores comunes —la familia, la fe, el respeto al prójimo y la dignidad humana— que siguen siendo el corazón de nuestras sociedades.
LA HISPANIDAD COMO ESPERANZA
El 12 de octubre no debe ser motivo de división, sino de gratitud. La historia demuestra que España no destruyó pueblos, los integró en una nueva civilización, que supo combinar el arte indígena con la arquitectura europea, la lengua con los cantos nativos, la cruz con el copal.
Ese legado nos pertenece a todos: españoles, mexicanos, peruanos, colombianos, argentinos. Somos una gran familia de pueblos hispánicos, hijos de una historia compartida y portadores de una misma vocación: defender la dignidad humana y la fraternidad universal.
Como dijo Juan Pablo II en México: “América Latina no debe avergonzarse de sus raíces. Debe sentirse orgullosa de haber nacido del encuentro de dos mundos que supieron creer en Dios y en el hombre”.
La Hispanidad, más que una palabra, es una misión: unir, no dividir; recordar, no lamentar; celebrar, no ideologizar. Porque de aquel encuentro de 1492 no nació la derrota, sino la mayor historia de mestizaje cultural y espiritual de la humanidad.
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