Tener un aire puro, vegetación frondosa y libre de plagas, suelos libres de contaminación son algunos elementos naturales interconectado con la calidad de vida de los seres humanos, mientras exista un planeta sano también las personas gozarán de salud.
Sin embargo, la humanidad a lo largo de la historia ha ocasionado graves daños a su entorno, de manera particular en el siglo XX y lo que va del XXI generando contaminación de diversas maneras, acabado con especies vegetales y animales lo que ha generado un desequilibrio, así como daños, entre ellos el cambio climático.
Tenemos un planeta enfermo, hoy por hoy, la salud ambiental ya no es sólo un asunto ecológico sino una urgencia sanitaria mundial.
Frente a este panorama y con la intención de sensibilizar y concientizar a la población mundial sobre la salud del medio ambiente, en el año 2011 la Federación Internacional de Salud Ambiental (IFEH, por sus siglas en inglés) estableció el Día Mundial de la Salud Ambiental.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud ambiental es aquella disciplina que se encarga de estudiar, prevenir y controlar factores ambientales y del entorno que puedan influir en los seres vivos.
En México, la salud ambiental ya no es un tema teórico, es una urgencia palpable en la vida cotidiana que enfrenta desafíos que exigen respuestas integrales y urgentes.

Sólo por mencionar una de estas situaciones urgentes podemos señalar que desde marzo de 2025, la Zona Metropolitana del Valle de México ha vivido múltiples episodios de contaminación atmosférica severa por ozono. En una ocasión, los niveles de este contaminante superaron ampliamente lo recomendado por la OMS. Las autoridades respondieron con restricciones vehiculares, suspensión de actividades al aire libre y exhortos para que los ciudadanos se resguardaran, especialmente quienes padecen enfermedades respiratorias o cardíacas.
Mientras tanto, en el ámbito rural, otra batalla se libra, en este mes de septiembre, el gobierno federal prohibió 35 plaguicidas altamente peligrosos por sus efectos adversos en la salud humana, el agua, los suelos y los ecosistemas. Esta decisión fue vista como la más ambiciosa en materia de regulación fitosanitaria en más de tres décadas. Aunque celebrada por ambientalistas, también abrió un debate entre productores, quienes reconocen la urgencia de proteger la salud, pero demandan alternativas accesibles para mantener la productividad agrícola.
Estas dos medidas, contingencias atmosféricas y restricción de químicos, dibujan un escenario claro: México está reconociendo que mantener ambientes saludables es esencial para la salud pública. Los días malos de aire elevan visitas a urgencias, agravan asma y enfermedades pulmonares; los plaguicidas contaminan agua, penetran en la cadena alimentaria y tienen efectos acumulativos en quienes viven cerca de cultivos o aplican estos químicos.

Pero no todo está resuelto. Las contingencias ambientales evidencian una falla estructural, toda vez que la normativa existe, pero su aplicación y prevención son reactivas. En lugar de evitar que el aire llegue a niveles peligrosos, se actúa cuando ya hay daño potencial para la población. Igual sucede con la decisión sobre plaguicidas ya que la prohibición es un paso enorme, pero quedan preguntas sobre la sustitución de los químicos, la vigilancia en campo y el apoyo a productores pequeños para adoptar alternativas más seguras.
En la ciudad, las autoridades ambientales publican reportes diarios de calidad del aire, alertas de salud para la población vulnerable, recomendaciones para evitar actividades al aire libre e incluso restricciones temporales al transporte. Estas medidas mitigadoras alivian los síntomas, pero no atacan todos los factores: emisiones industriales, transporte obsoleto, quemas agrícolas, tráfico, polvo, y la estructura geográfica de valles rodeados de montañas que dificultan la dispersión de contaminantes.
Del otro lado, la prohibición de plaguicidas abre una puerta hacia una agricultura más sustentable. Existe un compromiso de tránsito multisectorial: salud, agricultura, medio ambiente y economía trabajando juntos para que los productores no dependan de estas sustancias tóxicas, y de que existan alternativas accesibles y viables. Es un proceso de largo plazo que requerirá financiamiento, capacitación y fiscalización.
En México, la conexión entre ambiente y salud ya no puede ser ignorada. Las contingencias ambientales y la grave contaminación atmosférica golpean primero a quienes tienen menos recursos. Las decisiones sobre plaguicidas reflejan que es posible legislar para proteger. Pero para que la salud ambiental cumpla su promesa de equilibrio, es necesario pasar de la reacción a la prevención, consolidar mecanismos de monitoreo efectivos, asegurar justicia ambiental, y garantizar que las comunidades más expuestas cuenten con protección. Sólo así, al preservar el equilibrio ambiental, podremos aspirar a un futuro verdaderamente saludable para todos los mexicanos.
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