Sentir un cansancio insoportable que no mejora con descanso, tener moretones que aparecen de la nada y sufrir fiebres persistentes sin explicación son señales que muchos ignoran hasta que el médico da el diagnóstico: leucemia mieloide, el cual se trata de un cáncer en la sangre que puede ser agudo y letal en semanas o crónico y silencioso durante años. En México y el mundo, miles de vidas dependen de reconocer esas alertas antes de que sea demasiado tarde.
La leucemia mieloide aguda (LMA) y la leucemia mieloide crónica (LMC) forman parte de un grupo de neoplasias hematológicas que nacen en la médula ósea. En la LMA, células inmaduras se multiplican con rapidez, impidiendo la producción normal de glóbulos rojos, blancos y plaquetas. La LMC, en cambio, suele desarrollarse más lentamente, pero tiene una característica que la define: la alteración genética llamada “cromosoma Filadelfia”, que da origen a la proteína BCR-ABL, responsable de la proliferación anómala de leucocitos.

Ambas enfermedades se manifiestan con síntomas comunes como son fatiga, fiebre, infecciones recurrentes, palidez, sangrados fáciles y, en el caso de la LMC, crecimiento del bazo. La rapidez del diagnóstico es decisiva: mientras en la LMA cada día sin tratamiento cuenta, en la LMC los avances médicos han permitido controlar la enfermedad durante años, siempre y cuando los pacientes tengan acceso continuo a los medicamentos.
A escala global, la magnitud del problema es alarmante. El Global Burden of Disease estimó que en 2021 se registraron alrededor de 144 mil 600 nuevos casos de LMA y 130 mil muertes atribuidas a esta enfermedad, cifras que han aumentado en las últimas décadas conforme la población envejece y se perfeccionan los registros. La leucemia, en todas sus variantes, sigue siendo responsable de decenas de miles de defunciones anuales en el planeta.
En México, los registros muestran un panorama distinto al de países de altos ingresos. Los pacientes tienden a ser más jóvenes. Estudios multicéntricos reportan una mediana de diagnóstico en 47 años para la LMA, frente a los más de 65 años habituales en Europa y Estados Unidos. Según estimaciones del Observatorio Global de Cáncer (GLOBOCAN), en 2020 el país reportó varios miles de nuevos casos de leucemia, con un saldo que ronda las cuatro mil a cinco mil defunciones anuales por esta causa. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), por su parte, documentó en 2023 un total de 91 mil 562 muertes por cáncer en el país, donde las leucemias ocupan un lugar significativo.
El calendario internacional busca hacer visible esta realidad por lo que el 22 de septiembre se celebra el Día Mundial contra la Leucemia Mieloide Crónica. Organizaciones de pacientes, médicos y familiares aprovechan esas fechas para insistir en el diagnóstico temprano lo que salva vidas, así como el acceso universal a los tratamientos.
En el terreno de la ciencia, en los últimos años ha habido importantes avances, sin embargo, el reto no está sólo en la ciencia, sino en la accesibilidad ya que para muchas personas de escasos recursos los medicamentos son muy costosos y aunque existen programas públicos y convenios que garantizan suministro gratuito en algunos hospitales, la realidad es que el desabasto intermitente y la inequidad en la cobertura hacen que muchos pacientes enfrenten un riesgo doble, tanto el de la enfermedad y el de no poder costear su tratamiento.

Los especialistas coinciden en que el acceso temprano a pruebas moleculares y medicamentos es la diferencia entre la vida y la muerte. Un hemograma completo y una biopsia de médula ósea son exámenes relativamente accesibles, pero no todos los hospitales cuentan con los recursos para pruebas genéticas avanzadas, imprescindibles para elegir la terapia adecuada. Esa brecha marca desigualdades que trascienden el ámbito clínico y se vuelven una cuestión de justicia social.
La leucemia mieloide, en sus dos formas más conocidas, es una enfermedad que encarna una paradoja del siglo XXI pues la ciencia ha encontrado cómo enfrentarla, pero el acceso a esos avances no siempre está garantizado. En México, cada septiembre los colectivos de pacientes lo repiten con insistencia: no basta con tener la cura en un laboratorio si no está disponible en la farmacia del hospital. Y mientras la sangre de quienes viven con este cáncer libra una batalla microscópica, la sociedad libra otra, mucho más visible: la lucha por que la salud no dependa del bolsillo.
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