La pobreza no es solo la falta de dinero en la bolsa; es la ausencia de oportunidades para vivir con dignidad. En México, esta idea se consolidó en 2008 con la Ley General de Desarrollo Social, que dio vida al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). Desde entonces, el país mide la pobreza con un enfoque multidimensional, único en América Latina, que busca reflejar no solo los ingresos de las personas, sino también el acceso a derechos fundamentales.
Según el CONEVAL, para considerar a alguien en situación de pobreza deben cumplirse dos condiciones:
- Tener un ingreso por debajo de las líneas de pobreza por ingresos (LPI).
- Presentar al menos una de seis carencias sociales: rezago educativo, acceso limitado a salud, ausencia de seguridad social, vivienda inadecuada, falta de servicios básicos en la vivienda o carencia de alimentación nutritiva y de calidad.
El resultado es una radiografía más amplia que los enfoques tradicionales centrados únicamente en el ingreso. Pero también plantea una pregunta de fondo: ¿es el método mexicano el mejor para entender la pobreza, o podría estar distorsionando la realidad?
Las líneas de pobreza: ¿qué tanto alcanzan los ingresos?
El ingreso mínimo que define la pobreza se mide en México a través de la canasta alimentaria y no alimentaria.
- Línea de Pobreza por Ingreso (LPI): se calcula sumando el valor monetario de alimentos, vestido, transporte, educación, salud y otros bienes básicos.
- Línea de Pobreza Extrema por Ingreso (LPEI): se restringe al costo de la canasta alimentaria.
De acuerdo con el INEGI, en 2023 la canasta alimentaria urbana costaba alrededor de $2,200 pesos mensuales por persona, mientras que en zonas rurales rondaba los $1,700 pesos. Esto significa que una familia de cuatro integrantes en una ciudad necesitaría al menos $8,800 pesos al mes solo para alimentos, sin contar otros gastos.
“El problema es que muchos hogares no solo no alcanzan a cubrir la canasta, sino que además enfrentan carencias en salud y vivienda. La pobreza en México no es solo monetaria, es estructural”, explica Rodolfo de la Torre, investigador de desarrollo social en el CEEY.
La comparación internacional: distintas formas de medir
En el mundo, la pobreza se mide principalmente de tres formas:
- Ingreso absoluto: organismos como el Banco Mundial definen pobreza extrema como vivir con menos de 2.15 dólares al día. Este estándar global permite comparar países, pero no refleja realidades locales, pues no considera diferencias en precios o acceso a servicios.
- Ingreso relativo: en países europeos se usa el criterio de “pobreza relativa”, que considera pobre a quien gana menos del 60% del ingreso mediano nacional. Así, un hogar en Noruega o en España puede ser “pobre” aunque tenga mucho mayor ingreso que uno en México.
- Índices multidimensionales: algunos países, como México, Chile y Sudáfrica, han optado por incluir dimensiones de derechos y servicios. Naciones Unidas impulsa el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), que evalúa 10 indicadores en salud, educación y nivel de vida.
La doctora Sabina Alkire, directora de la Iniciativa de Oxford sobre Pobreza y Desarrollo Humano, afirma: “Los enfoques multidimensionales son más justos, porque reconocen que la pobreza es una experiencia humana compleja. No basta con medir el ingreso”.
¿Es justo el modelo mexicano?
México ha sido pionero en América Latina con su modelo multidimensional, pero también recibe críticas. Algunos expertos señalan que al sumar tantas dimensiones, el índice puede inflar artificialmente las cifras de pobreza.
Por ejemplo, una persona con ingreso suficiente pero sin acceso a seguridad social es considerada “pobre” según el CONEVAL. Esto genera debates: ¿realmente refleja pobreza o más bien exclusión en un servicio específico?
El economista Enrique Provencio lo resume así: “El modelo mexicano es útil porque orienta las políticas públicas, pero puede confundir cuando se usa para comparar internacionalmente. No todos los países miden igual, y ahí se pierde contexto”.
El rostro humano detrás de los números
Los datos pueden parecer abstractos, pero detrás de ellos hay historias de vida. En San Martín Texmelucan, Puebla, María González, madre de tres hijos, trabaja como empleada doméstica. Su ingreso mensual supera ligeramente la LPI, pero vive sin seguridad social y en una vivienda sin drenaje. Según CONEVAL, es pobre.
“Yo no me siento pobre porque siempre hay comida, pero cuando mis hijos se enferman, no tengo dónde atenderlos. Ahí es donde pesa”, relata.
Por otro lado, en Monterrey, José Luis Herrera, obrero en una maquiladora, gana arriba del promedio y tiene seguro social, pero destina más del 60% de su salario a transporte y vivienda. “Con lo que me queda, apenas alcanza para comer. En números no soy pobre, pero en la vida real sí lo siento”. Estos testimonios revelan que la pobreza no se experimenta de una sola forma: puede ser hambre, falta de salud, precariedad habitacional o el desgaste de vivir al día.
La pobreza no debe verse solo como falta de ingresos, sino como negación de la dignidad humana. En Caritas in Veritate, Benedicto XVI subrayaba que “el desarrollo integral es vocación de todos, porque la persona no se reduce a necesidades materiales”.
En este sentido, medir la pobreza con un enfoque multidimensional es coherente con los valores de la Iglesia: reconoce que el ser humano necesita educación, salud, vivienda y comunidad, no solo ingresos.
Pero el reto es mayor: transformar esas mediciones en políticas que garanticen derechos y no se queden en estadísticas.
Hacia dónde debería avanzar México
El desafío ahora es doble:
- Mejorar la medición: México podría adoptar criterios internacionales como el IPM de la ONU para facilitar comparaciones, sin abandonar su enfoque propio.
- Traducir cifras en acciones: medir no basta; se requiere invertir en salud, educación y vivienda con políticas integrales.
La economista Graciela Teruel, exconsejera del CONEVAL, advierte: “Un riesgo es que el gobierno use la medición para presumir reducciones sin atender las causas estructurales. La pobreza debe medirse, sí, pero sobre todo debe combatirse”.
Medir la pobreza es más que un ejercicio técnico: es una decisión ética y política. El modelo mexicano ha avanzado al incluir derechos sociales, pero también necesita afinarse para no distorsionar la realidad ni invisibilizar a quienes viven en condiciones precarias.
La pregunta de fondo sigue vigente: ¿qué significa ser pobre en México? Mientras la respuesta no se traduzca en acciones concretas para garantizar educación, salud, trabajo y vivienda digna, la estadística será solo un espejo incompleto.
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