En la cosmovisión mexica, pocas figuras alcanzan la magnitud de Huitzilopochtli, dios solar y guerrero que legitimó el poder político y religioso de Tenochtitlán. Su mito de nacimiento y su culto sangriento marcaron la vida espiritual de un pueblo que, como señala Miguel León-Portilla, veía en él “la encarnación del sol en guerra perpetua contra las fuerzas de la noche”.
Niceto de Zamacois, en su Historia de Méjico (1876), advertía que comprender a Huitzilopochtli no es solo narrar un mito, sino “penetrar en la esencia misma de la religión mexica, cuyos principios se fundaban en la creencia de que el universo perecería sin el alimento de sangre humana”.
Origen mítico: Coatlicue y el nacimiento del dios
La narración conservada por cronistas y rescatada por Zamacois describe así el hecho prodigioso:
“Estaba Coatlicue barriendo el templo cuando del cielo descendió una bola de plumas. Guardóla en su seno y, no hallándola después, quedó encinta de Huitzilopochtli. Sus hijos, creyendo mancillada la honra de su madre, determinaron matarla. Mas del seno materno le habló el hijo aún no nacido: ‘No temáis, madre mía; yo os salvaré con honor vuestro y gloria mía’” (Historia de Méjico, t. I).
Cuando Coyolxauhqui encabezó la revuelta contra su madre, el mito relata que Huitzilopochtli nació armado, con pintura azul en el rostro, un escudo en la mano izquierda y un dardo en la derecha.
Fray Diego Durán, en su Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme, añade: “Salió del vientre de su madre hecho ya hombre y guerrero esforzado; tomó armas y comenzó a pelear con sus hermanos, y a muchos mató, y a su hermana Coyolxauhqui hizo pedazos, de que tomaron nombre los montes de Tzompantitlan” (cap. IV).
La decapitación de Coyolxauhqui se volvió símbolo cósmico: la luna derrotada por el sol naciente. La arqueología lo confirma con la Piedra de Coyolxauhqui descubierta en 1978 en el Templo Mayor.
Representación y atributos
Sahagún describió a Huitzilopochtli con detalles que impresionan por su simbolismo:
“Su rostro estaba azul, la frente pintada, en la cabeza tenía penacho de plumas de colibrí; el cuerpo cubierto con joyas, y en el brazo izquierdo escudo adornado con plumas y en la derecha dardo azul” (Historia general de las cosas de la Nueva España, Libro I).
Zamacois complementa al señalar que “los ornamentos de corazones y cráneos no eran adorno vano, sino símbolo terrible del precio de la protección divina”. Cada detalle —plumas, serpientes, corazones humanos— transmitía el carácter guerrero del dios.
El culto sangriento
El culto a Huitzilopochtli implicaba sacrificios humanos a gran escala. Según Zamacois: “Los mexicas tenían por deber santo alimentar a su dios con sangre humana; no era por crueldad, sino porque creían que el astro solar, sin tal alimento, dejaría de alumbrar al mundo” (Historia de Méjico, t. I).
Fray Bernardino de Sahagún describe la magnitud de estas ceremonias en el Templo Mayor: “En aquella fiesta de Panquetzaliztli, a honra de Huitzilopochtli, se sacrificaban muchos cautivos… todos los barrios daban ofrendas y víctimas para apaciguar a su dios” (Libro II).
La reinauguración del Templo Mayor en 1487, narrada por Durán, habría supuesto miles de sacrificios humanos en pocos días, aunque las cifras varían entre fuentes. Lo cierto es que el espectáculo ritual tenía un objetivo político: reforzar la hegemonía mexica frente a los pueblos sometidos.
Política y cosmovisión
Más allá del ritual, Huitzilopochtli fue guía político y espiritual. Según el mito de la migración desde Aztlán, fue él quien indicó fundar Tenochtitlán en el lugar donde vieran al águila devorando a la serpiente sobre el nopal.
Eduardo Matos Moctezuma lo resume con claridad: “Huitzilopochtli es el dios que convierte a un grupo errante en un imperio. Sin su mito, no hay justificación para la expansión tenochca”.
María Elena, guía cultural en el Centro Histórico de la Ciudad de México, comparte: “Cuando los jóvenes preguntan por los sacrificios, les digo que para los mexicas era una entrega al cosmos, no un acto de crueldad. Ellos creían dar su vida para que el sol siguiera saliendo. Eso cambia la manera en que entendemos el pasado”.
Este contraste entre visión antigua y percepción moderna invita a reflexionar sobre los sacrificios simbólicos de hoy: la explotación laboral, la violencia social, el costo humano del poder.
El mito de Huitzilopochtli, recogido por cronistas como Zamacois, Sahagún y Durán, muestra la íntima relación entre religión, política y cosmovisión mexica.
Estas prácticas son incompatibles con la dignidad humana. Sin embargo, su estudio nos ayuda a comprender cómo las culturas buscan dar sentido a la vida y a la muerte.
Huitzilopochtli, el colibrí zurdo, encarnó el sacrificio como deber cósmico. Hoy, la lección que podemos rescatar es otra: que el verdadero sacrificio que sostiene la vida no es la sangre derramada, sino la entrega por la justicia, el bien común y la fraternidad entre los pueblos.
Facebook: Yo Influyo