Hablar de pobreza en México es hablar de una herida abierta que atraviesa generaciones. No es una cifra ni una estadística fría: es la historia de millones de familias que, aun trabajando todos los días, no logran garantizar un futuro digno. El discurso oficial por años intentó reducir este problema a la falta de ingresos. Sin embargo, la realidad ha demostrado que la pobreza es mucho más profunda: se trata de un entramado de carencias que golpea la dignidad humana y limita el acceso a derechos fundamentales.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), hoy absorbido por el INEGI, marcó un hito internacional al impulsar una medición multidimensional de la pobreza. Ya no bastaba con calcular si una familia alcanzaba o no la línea de bienestar. Era necesario preguntarse: ¿tiene acceso a la salud? ¿a la educación? ¿a la seguridad social? ¿vive en condiciones dignas? Esta visión puso a México en la vanguardia, al reconocer que el desarrollo no puede reducirse al dinero en el bolsillo, sino a la posibilidad de vivir con dignidad.
La pobreza que no se ve: carencias más allá del salario
Según las últimas estimaciones del INEGI, más del 35% de los mexicanos vive en situación de pobreza. Pero si se observan las carencias sociales, el panorama es aún más dramático: 46% no tiene acceso a seguridad social, 18% carece de acceso a servicios de salud y 26% enfrenta carencias alimentarias.
Podemos tener ingresos un poco arriba de la línea de pobreza, pero si no hay un sistema de salud que funcione, en cualquier enfermedad la familia queda en la ruina.
El testimonio de María Hernández, madre de dos niños en Oaxaca, confirma esa realidad: “Yo trabajo vendiendo en el mercado, gano lo suficiente para comer, pero cuando mi hijo se enfermó de neumonía tuve que endeudarme con 20 mil pesos porque no había medicinas en el hospital. En ese momento entendí que somos pobres aunque trabajemos todos los días.”
Pobreza y desigualdad: dos rostros del mismo problema
La pobreza en México no puede entenderse sin mirar la desigualdad. Mientras en zonas como Polanco o San Pedro Garza García el ingreso promedio mensual supera los 40 mil pesos, en comunidades rurales de Chiapas o Guerrero apenas llega a los 2 mil. Esta brecha revela que la pobreza no solo es resultado de la falta de recursos, sino de un sistema que concentra oportunidades en pocos y deja a muchos al margen.
El historiador Niceto de Zamacois, al narrar el México del siglo XIX, describía cómo la riqueza se concentraba en manos de hacendados y élites políticas, mientras campesinos e indígenas sobrevivían en condiciones de explotación. Dos siglos después, la historia sigue repitiéndose: la pobreza es estructural y no se resolverá sin cambios de fondo.
La dignidad como centro
La pobreza no se mide solo en bienes materiales. El Papa Francisco lo ha reiterado: “La pobreza no es solo falta de pan. Es falta de trabajo, de dignidad, de oportunidades. Es marginación y descarte.”
Este enfoque coincide con lo que México intentó al adoptar la medición multidimensional: poner en el centro a la persona y su derecho a una vida plena. Sin embargo, la práctica gubernamental ha quedado corta. El cierre de programas de estancias infantiles, la falta de medicamentos y el debilitamiento de sistemas de apoyo social han profundizado la vulnerabilidad de miles de familias.
Pobreza y juventud: la generación que no despega
La pobreza también tiene un rostro joven. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), el 40% de los jóvenes entre 18 y 29 años trabajan en la informalidad, sin prestaciones ni seguridad social. Esto significa que aunque perciban ingresos, viven en precariedad.
Los jóvenes están atrapados en una dinámica de empleo sin derechos. Eso es pobreza laboral ha comentado Valeria Moy, directora del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).
Daniel, estudiante de 24 años en el Estado de México, lo vive de primera mano: “Trabajo en una app de reparto. Me va bien en propinas, pero no tengo seguro ni ahorro. Si choco la moto, pierdo todo. Mis papás dicen que al menos no soy pobre porque tengo ingresos, pero yo me siento pobre porque no tengo futuro asegurado.”
Políticas públicas: avances y deudas pendientes
México ha tenido avances en la reducción de pobreza, especialmente entre 2008 y 2016, cuando programas como Oportunidades (hoy Prospera) lograron mejoras en salud y educación. Sin embargo, en los últimos años la política social se concentró en transferencias directas, dejando de lado la construcción de infraestructura social y servicios públicos de calidad.
Para Rogelio Gómez Hermosillo, especialista en desarrollo social: “Las transferencias alivian la pobreza inmediata, pero no transforman las causas. Para erradicar la pobreza se necesitan escuelas, hospitales, empleos formales y sistemas de seguridad social robustos.”
Pobreza como deuda de justicia
La pobreza en México es, ante todo, un tema de justicia social. No se trata únicamente de cuánto gana una persona, sino de si el país le garantiza las condiciones mínimas para desarrollarse plenamente. La Doctrina Social de la Iglesia lo resume en un principio fundamental: el bien común. Una sociedad que permite que millones vivan sin salud, sin educación o sin vivienda digna, ha fallado en su deber de construir un futuro compartido.
Hoy más que nunca, hablar de pobreza exige mirar más allá del ingreso y poner en el centro la dignidad humana. El reto para México no es solo crecer económicamente, sino crecer con justicia, con igualdad y con oportunidades para todos. Porque mientras haya familias que, como la de María o Daniel, vivan en la incertidumbre de no saber si mañana tendrán acceso a un médico o a un empleo digno, la pobreza seguirá siendo la herida más profunda del país.
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