Cambia el mundo con decisiones circulares

En las últimas décadas, el modelo económico dominante ha estado marcado por el consumo acelerado y el descarte inmediato. La lógica del “usar y tirar” se normalizó al grado de que, según datos del Banco Mundial, cada habitante de América Latina genera en promedio 1 kilo de basura al día. En México, el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático estima que producimos más de 120 mil toneladas de residuos diarios, de los cuales apenas un 9% se recicla de forma adecuada. El resto termina en rellenos sanitarios, tiraderos clandestinos o, peor aún, en ríos y mares.

Frente a esta realidad surge la pregunta: ¿es posible cambiar nuestra manera de consumir para dejar de ser parte del problema y convertirnos en agentes de solución? La respuesta nos lleva a un concepto cada vez más presente en el debate ambiental y económico: la economía circular.

De la propiedad al acceso: un cambio de mentalidad

La economía circular propone que dejemos de pensar en la posesión individual como el único camino de satisfacción. En lugar de adquirir un automóvil, por ejemplo, podemos optar por servicios de carsharing. En vez de renovar cada temporada nuestro guardarropa, podemos acceder a plataformas de alquiler de ropa. Este cambio no solo reduce residuos y emisiones, también democratiza el acceso a bienes y servicios.

Como explica la especialista en sustentabilidad, Mariana Bojalil, profesora de la Universidad Iberoamericana: “Cuando dejamos de pensar que la felicidad está en poseer más cosas y empezamos a valorar el uso responsable y compartido, damos un salto cultural enorme. Se trata de entender que el bienestar no está en acumular, sino en vivir con lo suficiente.”

De la novedad a la durabilidad

Otro paso esencial es cuestionar la obsesión por lo nuevo. La cultura del consumo nos bombardea con actualizaciones constantes: celulares, ropa, aparatos electrónicos. Sin embargo, prolongar la vida útil de un objeto es, en términos ambientales, la decisión más radical que podemos tomar.

De acuerdo con Greenpeace, si lográramos extender la vida de nuestros teléfonos móviles tan solo un año más, evitaríamos la emisión de 21 millones de toneladas de CO₂ en el mundo. En México, la cultura de la reparación está debilitada: los pequeños talleres de relojes, zapatos o electrodomésticos han ido desapareciendo frente a la inercia de comprar algo nuevo.

María Eugenia, vecina de Iztapalapa, comparte su experiencia: “Hace poco se descompuso mi licuadora. Antes la hubiera tirado y comprado otra, pero busqué un taller cerca de mi casa. Me la arreglaron por 150 pesos y funciona como nueva. Sentí que no solo ahorré dinero, sino que hice algo bueno para el planeta.”

Decisiones de compra: nuestro voto invisible

Cada peso que gastamos es, en la práctica, un voto. Optar por marcas que tienen políticas de circularidad –desde empaques reutilizables hasta programas de devolución de productos– es apoyar modelos de negocio responsables.

Empresas mexicanas como Ecolana han innovado al ofrecer plataformas digitales que conectan a los ciudadanos con centros de reciclaje cercanos. Otras, como Someone Somewhere, fabrican ropa a partir de telas recicladas y con esquemas de comercio justo. Estos ejemplos muestran que sí hay alternativas, pero dependen de consumidores dispuestos a premiar estas prácticas con su preferencia.

La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que el consumo debe estar ligado al bien común. San Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus Annus, advertía: “El consumo debe orientarse a la satisfacción de necesidades verdaderamente humanas y al desarrollo integral del hombre.”

Consejos prácticos para vivir la economía circular

El tránsito de la conciencia a la acción requiere pasos concretos. Algunas prácticas accesibles para cualquier ciudadano son:

  1. Reparar antes que desechar: buscar talleres locales o tutoriales para prolongar la vida de objetos.
  2. Compartir y alquilar: desde coches hasta herramientas, existen plataformas comunitarias que reducen costos y consumo.
  3. Comprar con criterio: priorizar marcas que ofrecen empaques retornables, materiales reciclados o producción local.
  4. Reducir embalajes: optar por productos a granel o con envases rellenables.
  5. Participar en redes vecinales: los grupos de trueque o intercambio fortalecen la economía comunitaria.

Un desafío cultural y generacional

Este cambio no es solo ambiental, también es cultural. Para los jóvenes, la circularidad puede convertirse en un signo generacional. Los Centennials y Millennials en México ya muestran mayor apertura a estas prácticas. Según un estudio de Deloitte (2023), el 65% de los jóvenes mexicanos entre 18 y 35 años están dispuestos a pagar más por productos sostenibles.

Sin embargo, la voluntad no basta. Se requiere educación, políticas públicas que incentiven la reparación y penalicen la obsolescencia programada, así como un marco legal que respalde el derecho a reparar. La Unión Europea, por ejemplo, ya discute leyes que obligan a las empresas a ofrecer refacciones y manuales accesibles. En México, este debate apenas comienza.

Carlos, un joven ingeniero de Monterrey, cuenta: “Con unos amigos organizamos un club de intercambio de herramientas. En vez de que cada quien compre taladros, lijadoras o sierras, los ponemos en común. Nos ahorramos dinero y evitamos que se acumulen cosas en casa. Ahora hasta nuestras familias se unieron al grupo. Es un orgullo sentir que aportamos a algo más grande que nosotros.”

Su experiencia refleja cómo la circularidad no solo es viable, sino que también construye comunidad, confianza y solidaridad: valores profundamente mexicanos.

El futuro del consumo circular no depende únicamente de políticas o empresas; depende de cada persona. La transición de la conciencia a la acción exige reconocer que nuestras elecciones diarias –desde reparar un objeto hasta apoyar un modelo circular– tienen un impacto real.

Estamos llamados a cuidar de la creación y a buscar el bien común. Ser consumidores circulares no es renunciar a la comodidad, sino apostar por una vida más justa, solidaria y sostenible.

El reto está planteado: pasar de ser espectadores pasivos de la crisis ambiental a protagonistas activos de la transformación cultural que México necesita.

 

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