Empleo formal e inversión: el binomio que asegura el futuro

Soberanía sin aislamiento: el nuevo equilibrio que México debe construir

México amaneció con un mensaje firme desde Palacio Nacional: cooperación con Estados Unidos, sí; subordinación, no. La consigna es políticamente potente y moralmente correcta: un país digno no entrega sus decisiones bajo presión externa. Pero la dignidad nacional, para ser algo más que un eslogan, debe sostenerse en empleo digno, inversión productiva y Estado de derecho. La frontera nos está recordando que la geopolítica no perdona las contradicciones: si el vecino sube aranceles y nosotros dudamos en ofrecer certidumbre jurídica y logística, los primeros en pagar la factura son las familias que viven de la industria exportadora. 

El dato es áspero: entre junio de 2023 y junio de 2025, Ciudad Juárez perdió más de 64 mil empleos manufactureros. No todo se explica por tarifas; también pesan costos crecientes, relocalización de proveedores y decisiones empresariales que buscan menor riesgo. Pero en el imaginario de los trabajadores de la frontera, la lectura es sencilla: cuando la política se vuelve impredecible de un lado y del otro, las líneas de producción se apagan. La política de “cadenas seguras” que empujó el nearshoring solo funciona si ofrecemos reglas claras, justicia que funcione y una cadena logística eficiente que no se detenga por cuellos de botella o por fallas de seguridad.

El gobierno presume logros sociales significativos: la reducción de la pobreza en los últimos años, apuntalada por salarios mínimos más altos y programas de transferencias, es un paso real en favor de la dignidad humana. Defender a los más vulnerables es un deber de Estado y una obligación moral que suscribimos sin matices. Pero esos avances serán frágiles si la economía se estanca o si el empleo formal pierde tracción por choques comerciales. El desafío no es elegir entre justicia social o competitividad, sino armonizarlas: políticas sociales que protejan a la persona y políticas económicas que permitan a las empresas invertir, innovar y contratar. 

Banxico envió una señal de apoyo a la actividad al recortar la tasa a 7.75% y revisar ligeramente al alza el crecimiento de 2025. Aun así, nadie en el banco central vende optimismo fácil: la economía sigue lenta y la inflación —en especial la de alimentos— obliga a prudencia. Dicho en cristiano: el crédito podría abaratarse gradualmente, pero sin desorden. Esta ventana debe aprovecharse para acelerar proyectos con efecto multiplicador: rehabilitar aduanas y cruces, electrificar y digitalizar parques industriales, y profesionalizar la seguridad pública en corredores logísticos. Cada peso ahí vale doble: baja costos para la empresa y baja ansiedad para el trabajador que teme perder su turno. 

En el frente político, la promesa de “cooperación sin subordinación” debe traducirse en estrategia y en narrativa responsable. No es suficiente responder a las presiones con tono épico; hay que anclar la discusión en datos y en una brújula ética: personas primero, bien común, subsidiariedad para que las comunidades y los estados ejerzan sus capacidades, y solidaridad efectiva con la frontera norte que hoy resiente el golpe. Gobernar es equilibrar: dialogar con Washington sin ceder la ley, defender nuestras reformas sin minar contrapesos, y proteger al salario sin espantar la inversión que lo paga. 

¿Qué haría una política pública coherente con esta visión? Tres prioridades: uno, pacto fronterizo público-privado para reactivar empleo en Juárez y maquilas vecinas, con incentivos a proveedores locales y certificaciones rápidas para pymes que quieran integrarse a cadenas exportadoras. Dos, blindaje jurídico a la inversión: certeza regulatoria, evaluación de impacto de cualquier reforma sobre la industria y un compromiso explícito con los contrapesos que dan confianza a largo plazo. Tres, diplomacia económica sin estridencias: pelear cada arancel con argumentos y con hechos —más trazabilidad, mejor cumplimiento, más valor agregado local—, y a la vez diversificar mercados para no depender de un humor político. Si lo hacemos, la consigna de soberanía dejará de ser consigna para convertirse en empleo, salarios y futuro. Ese es el camino de un México que se respeta y que, por lo mismo, no se aísla.

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