La tarde del 19 de agosto de 2025 quedará escrita como la última página de una era en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). En el Salón de Plenos se llevó a cabo el cierre del periodo de sesiones y el cierre solemne de una etapa de impartición de justicia en el país. No era una sesión más: los ministros se reunían para despedirse, en lo que sería la última vez que ocuparían esas sillas bajo la integración que rigió por tres décadas.
El orden del día fue breve, pero simbólico. Se resolvieron impugnaciones en materia electoral y se validó la elección de magistrados para la Sala Superior del Tribunal Electoral. El trámite, aunque rutinario, tenía el peso de ser el último acto jurisdiccional de un pleno que llegaba al final de su camino. Al concluir las votaciones, el ambiente cambió: el lenguaje de los acuerdos dio paso al lenguaje de la memoria y la despedida.
La ministra presidenta, Norma Lucía Piña Hernández, se incorporó para pronunciar su discurso final. La primera mujer en encabezar el máximo tribunal del país cerraba así una etapa no sólo institucional, sino también histórica.
Su voz, firme y serena, estuvo cargada de gratitud y conciencia. “La excelencia, la honradez y la dignidad son y serán la mejor carta de presentación ante el escrutinio de la historia”, dijo, y sus palabras se sintieron como una película de todo lo vivido en los últimos años.
Piña recordó que la Corte no se sostiene únicamente en los ministros que dictan sentencias visibles. Reconoció al personal administrativo, jurisdiccional y operativo, al que llamó el pulso invisible de la justicia. Les dedicó un agradecimiento cálido, con la certeza de que sin ellos los grandes fallos que marcaron la vida democrática del país no habrían sido posibles. Era, en cierto modo, una despedida también para ellos.
El salón escuchaba en silencio. Entonces llegaron las frases que se grabaron como legado: “Será la sociedad y la historia misma la que juzgue a quienes hemos juzgado”. Con esas palabras, Piña devolvía a la ciudadanía el papel de evaluadora final del trabajo del Poder Judicial. En cada rostro de los ministros se adivinaba la carga de esas palabras: un recordatorio de que la toga no otorga inmunidad frente a la historia.
La ministra presidenta afirmó que la justicia es una construcción viva, nunca concluida, y que seguirá edificándose mientras existan mujeres y hombres dispuestos a defenderla con integridad. Era un mensaje de esperanza, una advertencia y, al mismo tiempo, una invitación a la nueva integración que llegará en septiembre.
Al terminar, el protocolo se rompió por un instante. Una ovación espontánea llenó el recinto. Ministros y ministras se pusieron de pie, aplaudiendo a su presidenta y, de alguna manera, a sí mismos. Fue un gesto cargado de humanidad, lejos de la frialdad de los fallos escritos. Sólo una ministra guardó silencio, pero el gesto de Norma Piña devolvió el aplauso a todos, incluidos aquellos que no se sumaron al reconocimiento colectivo.
Así fue el cierre de tres décadas que comenzaron con la reforma judicial de 1994-95 y que ahora, en 2025, daban paso a un nuevo modelo: una Corte reducida, con nueve integrantes, elegidos por voto popular. Una transición histórica que divide opiniones: para algunos, el inicio de una democratización profunda; para otros, un riesgo de politización que pondrá a prueba la independencia del máximo tribunal.
En los pasillos, al salir de la sala, los ministros recibieron muestras de respeto de trabajadores y colaboradores. Algunos intercambiaron abrazos breves, otros más ofrecían palabras de aliento, con lo que la solemnidad quedó de lado para mostrar el sentimiento humano de despedida. Los magistrados salientes dejaban no sólo sus lugares físicos, sino también una herencia de precedentes que marcaron la vida política y social del país: sentencias sobre derechos humanos, libertades individuales y equilibrio de poderes.
Norma Piña, visiblemente conmovida pero serena, anunció que el 26 de agosto encabezará una sesión solemne para presentar su informe final, junto con los presidentes de Sala. Ese día se pondrá el punto final formal a esta etapa. El 1 de septiembre, con el inicio del nuevo modelo de elección judicial, México amanecerá con una Corte distinta.
Más allá de los debates políticos, lo que se vivió en esa última sesión fue un momento cargado de humanidad. No hubo discursos grandilocuentes ni celebraciones ostentosas, sino la sobriedad de un poder que entendía que estaba despidiéndose de sí mismo. Un poder que, entre aplausos y silencios, cerró un ciclo sabiendo que la justicia seguirá latiendo bajo nuevas voces y miradas.
El eco de las palabras de Piña quedó suspendido en el aire: la historia juzgará a quienes han juzgado. Con esa certeza, la Corte entregó su última sentencia simbólica, no en papel, sino en memoria: un legado de dignidad y responsabilidad para el México que viene.
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