Aunque haya muchos niveles en la docencia y diversos enfoques respecto a la singularidad de las profesiones, la figura del maestro, del verdadero educador, tiene los mismos elementos. Esos elementos han de adecuarse a la personalidad de cada docente, a sus habilidades y experiencia, pero las características generales resultan las mismas.
La palabra maestro es preciso reubicarla porque sus acepciones son siempre relevantes. Califica a quien más sabe en un taller y es quien indica el mejor modo de proceder; también señala a quien más datos posee de algún tema y, concretamente en el terreno educativo se aplica a la persona cuya profesión es enseñar. Al último también se le nombra profesor o docente.
La tercera acepción es la que nos ocupa pues incluye la impartición de conocimientos para el perfeccionamiento del discente, del alumno, del hijo. Los progenitores en la familia tienen más afinidad con el perfeccionamiento debido a la similitud genética y conviviente. Los profesores tienen más dominio en los conocimientos por dedicarse a profundizar y actualizarlos, además de aplicar las técnicas de enseñanza y conocer el proceso enseñanza-aprendizaje.
La relación maestro-alumno ha pasado por variadas interpretaciones a lo largo de la historia. Es distinto el peso específico que se le ha dado a la actividad de este binomio a lo largo del tiempo. Sin descender a detalles concretos de cada postura, por lógica entendemos tres tipos: la que prioriza al maestro, la que prioriza al alumno y la que los equilibra.
Ante estas tres propuestas tomar postura absoluta es muy difícil, más aún es recomendable la prudencia y elegir la proporción según las circunstancias. Sin embargo, conviene revisar los resultados de la experiencia.
La figura del maestro en la antigüedad era muy potente y merecía total respeto y absoluto seguimiento sin oponer cualquier tipo de resistencia. Al aparecer la “escuela activa” como una reacción al primer sistema educativo, se magnificó la actividad del alumno de modo que el maestro si quería estar “al día” terminó siendo un “animador”.
El equilibrio entre docente y discente es posible cuando se trata de la educación superior porque puede darse un diálogo equilibrado y proporcional a los conocimientos, habilidades y experiencia de los interactuantes. Mutuamente se enriquecen. En todos los casos es imprescindible el respeto mutuo. Aunque también puede practicarse en dosis limitadas en los inicios de la educación cuando sea necesario. o tomar en cuenta las condiciones particulares del discente o en la educación de personas con ciertas discapacidades.
Las funciones propias del maestro, imprescindibles e indelegables ante cualquier sistema para que pueda llamarse educativo y no un mero entretenimiento más o menos aprovechable son:
1º. Programar el trabajo para que prepare al estudiante a tener una secuencia ordenada, incida en el desarrollo armónico e incline a elecciones posteriores bien articuladas y lógicas. Por ejemplo: de más sencillas a más complejas para facilitar la ejecución y la comprensión. Poco a poco los educandos aumentarán su autonomía y serán más ordenados y responsables. Así su criterio será ordenado y harán elecciones convenientes ante la marejada de opciones que les ofrece la tecnología.
2º. Por medio del trato personal con cada alumno, el maestro detectará sus necesidades, intereses, dificultades y aptitudes para orientarle mejor en sus decisiones y pueda realizar mejor las tareas.
3º. Comprender que la enseñanza consta dos funciones principales la motivación del alumno y la información. A su vez la información requiere de contenido -ideas y problemas- y técnicas de trabajo.
4º. Ayuda individual en el trabajo que tiene cada alumno, orientándole para mejorar su eficacia.
5º. Controlar el rendimiento del grupo a su cargo y de cada estudiante en particular.
6º. Revisar el trabajo del grupo para que los alumnos más capaces avancen o profundicen, y los que no hayan alcanzado los objetivos puedan volver sobre los mismos con un material diferente para evitarles el tedio y la rutina de la repetición.
Sin embargo, todo profesionista necesita actualizarse para estar al día de los avances científicos y tecnológicos, pero además lo más importante está en la mejora personal para fortalecer las cualidades o para adquirir otras. Esto se puede revisar a la luz de dos funciones del magisterio: el maestro convive y forma a los alumnos, o el maestro instruye a los alumnos. En cualquier caso, el amor por los alumnos ha de ser la cualidad fundamental, tanto en el inicio de la relación como cuando se alcanzan resultados.
En el caso de la convivencia del maestro con los alumnos, el maestro ha de tener una especial capacidad de conocer a los demás de modo práctico, esto equivale a una sensibilidad especial para advertir respuestas -violentas, apáticas u otras-, además de paciencia, vitalidad y buen humor. Sobre todo, despertar en los alumnos la confianza.
Cuando la labor del maestro es instructiva las cualidades básicas requeridas son orden y claridad mental para presentar los contenidos con una secuencia lógica; capacidad para llevar una gradualidad que propicie relaciones y aplicaciones, y todo ello con una didáctica adecuada.
En cualquier circunstancia del maestro se espera imparcialidad.
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