El futbol mexicano, el espectáculo que debería ser sinónimo de pasión y convivencia familiar, se ha convertido en un escenario donde la violencia parece ganar más terreno que el deporte mismo.
Balaceras en inmediaciones de estadios, peleas entre barras, fallas de seguridad y tragedias que han exhibido a México ante el mundo, parecen irse normalizando en el deporte más popular dentro de nuestro país, y que a su vez, ha desplazado a millones de fanáticos a inclinarse por otros deportes frente a su falta de seguridad.
La pregunta ya no es si volverá a ocurrir, sino cuándo y dónde explotará de nuevo la violencia en nuestros recintos deportivos.
La violencia que invade al futbol mexicano
Los episodios de violencia en los recintos deportivos de México han dejado de ser hechos aislados para convertirse en un problema recurrente. Tan solo el pasado viernes 15 de agosto, una balacera entre grupos de ambulantes a las afueras del estadio Cuauhtémoc, en Puebla, retrasó el inicio del partido entre Puebla y Atlético San Luis. Una mujer perdió la vida y un hombre resultó lesionado.
No se trata del primer episodio de violencia a mano de un arma de fuego. En 2011, detonaciones de arma de fuego cerca del estadio TSM Corona provocaron escenas de pánico en un Santos vs Morelia, con jugadores y aficionados tirándose al suelo. Más grave aún – y más reciente – fue la tragedia de marzo de 2022 en el estadio Corregidora, durante el Querétaro vs Atlas: 26 personas heridas, tres en estado grave, familias huyendo y una violencia que exhibió al futbol mexicano ante el mundo.
Los disturbios más recientes, en estadios como el Universitario de Tigres o el Akron de Chivas, refuerzan una tendencia preocupante. Semana tras semana, sin importar qué partido o rivalidad se lleve a cabo, la violencia gana terreno en un espectáculo que, en teoría, debería ser familiar.
Barras bravas, alcohol y seguridad deficiente: un cóctel peligroso
Uno de los principales detonantes de la violencia en los recintos son las llamadas barras bravas, grupos de animación inspirados en el modelo argentino que llegaron al futbol mexicano en 1995, impulsados por el ex directivo de Pachuca, Andrés Fassi. Lo que nació como una forma de animar a los clubes terminó transformándose en espacios de confrontación y violencia.
Grupos como La Monumental (América), La Adicción (Monterrey), Barra 51 (Atlas) o La Rebel (Pumas) han sido señalados por enfrentamientos recurrentes. En algunos casos, como en el Estadio Olímpico Universitario, la afición visitante debe esperar hasta dos horas para poder salir del recinto y evitar choques con estas barras.
El consumo de alcohol agrava el problema. Investigaciones muestran que la intoxicación provoca exceso de confianza, pérdida de conciencia y reacciones violentas ante cualquier provocación. Esta combinación, sumada a deficiencias logísticas, fallas en operativos de seguridad y la falta de infraestructura adecuada, convierte los estadios en zonas de alto riesgo.
Un golpe al corazón social y cultural del deporte
La violencia en los estadios no solo afecta a los aficionados presentes. Estudios señalan que en días de partidos aumenta la violencia doméstica, especialmente cuando los encuentros se disputan en horarios tempranos que permiten un consumo más prolongado de alcohol.
El miedo también está alejando a las familias y, en particular, a los niños. Para muchos padres, acudir con sus hijos a un estadio significa arriesgar su seguridad durante los partidos y al regreso a casa.
Esta percepción ha reducido la asistencia infantil al futbol. Además, factores como precios altos, deficiente calidad de servicios y la falta de seguridad han empujado a algunos aficionados a preferir espectáculos alternativos como el béisbol o el básquetbol, donde perciben un ambiente más familiar y controles de seguridad mayormente efectivos.
Fan ID y operativos: respuestas que no alcanzan
La Liga MX ha implementado medidas como el Fan ID, credencialización de barras y coordinación con fuerzas de seguridad. Sin embargo, los episodios recientes muestran que estas acciones no han sido efectivas.
El propio presidente de la Liga MX, Mikel Arriola, ha señalado que no se responsabilizan por la violencia fuera de los estadios, lo que genera un vacío de responsabilidad en uno de los espectáculos más importantes del país.
Desde 2013, incluso las reuniones con autoridades federales han mostrado poca intención de erradicar las barras bravas: en lugar de eliminarlas, se buscó llegar a acuerdos con ellas. Una excepción la dio el Club Guadalajara bajo la presidencia de Jorge Vergara, quien prohibió de manera tajante la presencia de barras en su estadio, consolidando un espacio familiar. Hoy, las respuestas institucionales siguen fragmentadas y poco efectivas frente a un fenómeno cada vez más violento.
Multas, sanciones y pérdidas para los clubes
De acuerdo con el Reglamento de Sanciones de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), los actos de violencia dentro de los estadios se castigan con medidas que van desde jugar partidos a puerta cerrada, disputar encuentros en terreno neutral, el veto de estadios, hasta multas económicas establecidas en función de la Unidad de Medida y Actualización (UMA). Sin embargo, más allá de lo que dicta el reglamento, la aplicación de estas sanciones ha generado fuertes debates sobre su eficacia y proporcionalidad.
El caso más emblemático en los últimos años ocurrió el 5 de marzo de 2022, cuando durante el partido Querétaro contra Atlas en el Estadio La Corregidora se desató un episodio de violencia sin precedentes que dejó decenas de heridos y marcó un antes y un después en la percepción de seguridad en el futbol mexicano. Tras la tragedia, la FMF y la Liga MX emitieron un paquete de sanciones contra el Club Querétaro, que incluyeron:
- Derrota administrativa frente al Atlas con marcador de 0-3.
- Un año jugando a puerta cerrada en condición de local, abarcando al primer equipo, la rama femenil y las fuerzas básicas.
- Multa económica de 1.5 millones de pesos.
- Veto de tres años para la barra del club como local y un año como visitante.
- Suspensión del Estadio La Corregidora por un año.
- Inhabilitación por cinco años de la directiva encabezada por Gabriel Solares, Adolfo Ríos, Manuel Velarde y Greg Taylor.
- Regreso del club al control de Jorgealberto Hank y Grupo Caliente, con la obligación de venderlo en un plazo máximo de un año.
- Expulsión de por vida para las personas identificadas como responsables directos de los actos violentos.
Aunque las sanciones parecían duras en el papel, la realidad mostró otra cara. El club nunca fue desafiliado, a pesar de que gran parte de la opinión pública lo exigía como castigo ejemplar. Además, la venta del equipo, que debía realizarse en 2023 para cumplir con el plazo establecido por la liga, no se concretó sino hasta inicios de 2025. Esta demora reflejó lo que muchos críticos han señalado: las sanciones dentro del futbol mexicano funcionan más como un recurso mediático para calmar la indignación que como un mecanismo real de justicia y prevención, el cual es el reflejo de una negligencia estructural dentro del futbol mexicano desde hace ya algunos años.
La violencia que sigue jugando su propio partido
El repaso de los últimos hechos deja claro que las respuestas institucionales y las sanciones a clubes no han logrado contener la violencia que carcome al futbol mexicano. Pese a los discursos, las medidas como el Fan ID, los vetos de estadios o las multas millonarias terminan siendo paliativos que no atacan la raíz del problema: la permisividad hacia las barras, la falta de seguridad profesional y la prioridad al negocio sobre la afición.
En un país donde el futbol es parte de la identidad cultural y social, permitir que la violencia se normalice dentro y fuera de los estadios es condenar a las nuevas generaciones a crecer con miedo en lugar de pasión por el deporte. Urge repensar el modelo, asumir responsabilidades reales y garantizar que los estadios vuelvan a ser espacios seguros y familiares. De lo contrario, la violencia seguirá anotando goles en el corazón del espectáculo más popular de México, y la ventaja cada vez será menos remontable.
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